Benditos bizcochos
¿Tú qué le pides a un bizcocho? Yo, que sea esponjoso y tierno, como el de mi madre, que es el mejor de todos. Curiosamente, los primeros bizcochos del mundo eran justo todo lo contrario: estaban duros como una piedra. Porque en la antigua Roma, los bizcochos se cocían dos veces (de ahí el nombre de biscuit (bis=dos y coctus=cocido). De esta manera, duraban meses y servían de alimento a los marineros en sus largas travesías.
Antes de hincarles el diente, los remojaban para que volvieran a estar blandos. Pero también servían para hacerles novatadas a los jóvenes grumetes: los marineros veteranos no les contaban el truco de humedecer el bizcocho y se partían de risa viendo lo que les costaba comérselo. Qué mala leche.
Los bizcochos blanditos, como los conocemos ahora, se empezaron a hacer un tiempo después y ¿sabes cómo se llamaban? SIGUE LEYENDO. Pan di Spagna, porque su creador fue el pastelero italiano Giobatta, que se inventó la receta mientras vivía en Madrid, allá por 1700. La elaboración dio la vuelta al mundo y hoy se cocina en todas partes: pain d'Espagne en Quebec, pantespani en Grecia, pandispanya en Turquía...
Estarás conmigo en que el bizcocho es a la repostería como unos vaqueros al fondo de armario. Puede ser básico y casual, de diario, como el bizcocho de yogur y limón. Puede ser de fiesta, si lo conviertes en un pastel y lo decoras con mimo. Puedes tunearlo y darle tu toque personal, como he hecho yo con mi bizcocho de té matcha. Y puede ser un clásico, como el carrot cake (el bizcocho de zanahoria y nueces con frosting de queso).
Lo que es seguro es que el bizcocho nunca, nunca, nunca pasará de moda.
Muchas gracias por estar al otro lado de la pantalla.
El viernes que viene, más (o con esto y un bizcocho, hasta el próximo viernes a las ocho).
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