De tal palo, tal costilla
No sé ya cuántos vídeos de Tiktok del estilo me ha enseñado mi hijo. "Es que mira esta carne, mama, ¡se separa del hueso!, tiene que estar superbuena", me dice. Suelen ser tomahowks o costillares de ternera o de cerdo. "¿Tú podrías hacer una carne así?", me pregunta cada vez, mirándome fijamente, como poniéndome a prueba. El otro día acepté el reto. Y aprobé con nota.
No se lo esperaba. Cuando saqué el costillar de cerdo del horno, flipó. Ya en la mesa, hicimos a la vez la prueba del hueso y... ¡funcionó! La carne se separó como mantequilla, suavemente. Quedó jugosa, sabrosa, crujiente por fuera y melosa por dentro. Y no te digo cómo estaban las patatas, que cociné junto a la carne (en 55 minutos lo tuve todo hecho, no me dio más trabajo que ponerlo en el horno).
Otras veces he cocinado costillas. He hecho costillitas de cabrito rebozadas, costillitas de conejo al horno, costillas de cordero a la parrilla... Pero era la primera vez que cocinaba un costillar entero. Y no será la última. Es una carne barata (que no puede una tirarse al solomillo cada día) y da bastante de sí, ideal por ejemplo si tienes invitados en casa. La costilla de cerdo es un corte popular y un básico de recetas tradicionales como los fideos a la cazuela.
En mi casa, tenemos un ritual con la costilla de cerdo. Mi tía suele ponerla en el arroz de montaña (con verduras, alcachofas y salchicha). Primero cocina todas las carnes, como tiene que ser. Pero, cuando llega el turno de la costilla de cerdo, fríe una sartenada de más. Lo hace adrede. Y cuando la tiene bien fritita, bien tostada, nos llama y acudimos rápidos y veloces porque está tremendamente buena. Mi hijo y yo. Ya lo ves, tenemos gustos muy parecidos. De tal palo, tal costilla. Qué digo, astilla.
Muchas gracias por estar al otro lado de la pantalla.
El viernes que viene, más.
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