Nunca soñó con ser modelo. “Mis rasgos son duros, no tengo una cara fácil”, ha confesado. Sin embargo, su elegancia, su porte aristocrático y desvalido a un tiempo así como su mirada felina, pero también perdida y enigmática la convirtieron en una auténtica diosa de la pasarela en los 90, cuando las maniquíes eran tops y su poder de atracción superaba al de actrices o cantantes. Laura Ponte, señalada junto a Linda Evangelista, como la más camaleónica de todas las modelos, llegó a lo más alto en el mundo de la moda aunque siempre buscó otro lugar a donde encaminar sus pasos. Se casó con Beltrán Gómez Acebo y anunció su retirada de las pasarelas en diversas ocasiones, pero ni aún entroncando con la Familia Real, nunca lo hizo totalmente. Tras su separación y divorcio, madre de dos hijos, Luis y Laura, la modelo continua protagonizando producciones de revistas, pero sobre todo, diseñando joyas, su gran pasión.
Una trayectoria profesional de altos vuelos
Gallega de nacimiento, (Vigo, 9 de junio de 1973) pero asturiana de adopción, Laura iba para socióloga o politóloga. Apoyada por sus padres, periodistas, se había matriculado en Ciencias Políticas en Madrid, pero un viaje con su madre a Londres cambiaría su vida… El destino se iba a interponer en sus planes. En una recepción, un fotógrafo se enamoró perdidamente de su rostro, tan poco habitual como arrebatador. Poco después, a los 19 años, participaría en el concurso de la agencia Elite, Look of the Year. Primero en España. Después, en Estados Unidos. Y ganó.
Aquello sucedía en 1993 y sólo sería el primero de sus muchos triunfos profesionales. Aquel mismo año, desfilaría por primera vez en Cibeles y la pasarela española se le quedó corta. Y aunque era reticente a que esta fuera su profesión, debía volar… París la esperaba… “Me he dejado llevar. Pero todo lo que he vivido ha sido para bien. Hasta en los momentos más desagradables siempre he dicho: qué suerte tengo. Incluso cuando caí en la deriva…”. Y es que el lado más frívolo del mundo de los flashes y las pasarelas no era para ella. "No quiero verme atrapada en la vanidad, soy feliz siendo Laura Ponte y no necesito halagos".
Aún así, sin buscarlo, los mejores diseñadores del mundo como Valentino, Ralph Lauren, Versace, Kart Lagerfeld o Christian Lacroix, la solicitaban. Fotógrafos como Steven Meisel, Richard Avedon o Mario Testino querían fotografiarla. Pese a estar afincada en la capital del Sena, una cadena de televisión norteamericana, la CNN, la nombra la modelo más importante de la historia de España y en el ránking de las tops le otorga un quinto puesto.
Será en París donde conozca al que más tarde será su marido, Beltrán Gómez Acebo, sobrino del rey Don Juan Carlos e hijo de la infanta Doña Pilar. Se conocieron en el transcurso de una fiesta en el apartamento de Tatiana de Liechtenstein, a quien también se la relacionó durante un tiempo con el príncipe Felipe.
Dado el impresionante éxito de Laura en Estados Unidos, en mayo de 1998 decide trasladar su residencia de París a Nueva York donde llamaba la atención poderosamente su físico. Ni rubia, ni exuberante ni demasiado alta (1,77 metros), pero capaz de mantener la mirada de tal manera que convertía en estatua de sal a cualquier barbie que se le pusiera por delante. En tan sólo dos meses, la revista Harpers Bazaar la sitúa como la segunda modelo mejor pagada del mundo.
Durante dos años, aún acrecienta más su ritmo de trabajo. Prueba el cine de la mano de Manuel Palacios que la hace debutar en el film “La rosa de piedra”, pero no será el cine tampoco su vocación. Ni la publicidad. Junto a Alejandro Sanz, Ainoa Arteta y Maribel Verdú, será protagonista del spot navideño de Freixenet del 1998. Es entonces cuando aprovecha su estancia en Nueva York para dar sus primeras clases de diseño. Será en diciembre de 1999 cuando se convierte en Embajadora de la Moda Gallega cuando anuncie que, tras concluir sus compromisos y contratos, se retirará finalmente de las pasarelas. "Mi cara ya no da más de sí. No hay más Lauras”, declaró.
La boda con Beltrán
Unos meses antes, Beltrán habría presentado a Laura a su madre y a su abuela, la Condesa de Barcelona poniendo fecha a su boda.
Fue en Segovia, en La Granja de San Ildefonso, el 18 de septiembre de 2004 cuando contraiga matrimonio con el cuarto hijo de la infanta Pilar, duquesa de Badajoz. Desde entonces, su rostro también se convirtió en habitual en las páginas de las revistas del corazón.
Un año después, nacería su primer hijo Luis, y en julio de 2006, la pequeña Laura. Ya entonces, la modelo tiene que lidiar con los numerosos rumores de crisis sentimental entre ella y Beltrán, así como también dirigir sus pasos hacia una salida más allá de los desfiles. Abre el restaurante Al Norte, se estrena como periodista en la desaparecida revista Chic, posa para el Calendario Larios, se estrena como decoradora para la marca Chivas…
Finalmente, en junio 2009, Laura se separa de Beltrán. Ambos, de común acuerdo, compartirán su domicilio conyugal y los niños manteniendo una excelente relación. “Beltrán es un hombre estupendo, muy buena persona. Los dos lo hemos pasado mal y nos hemos querido mucho. Pero había cosas que yo quería compartir y vivir y eso no tenía nada que ver con el afecto. Sólo compartir. Sentir que la persona que está contigo también pueda sentir lo que tú sientes”. El divorcio llegará en 2011.
Durante ese tiempo, Laura compartiría su vida con Mario Conde jr. pero como buena gallega nunca afirmó ni desmintió públicamente. La relación se acabó y después fue Beltrán Cavero, sobrino de Esperanza Aguirre, quien ocupó su corazón y aunque las fotografías de la pareja se repetían, Laura seguía fiel a no desvelar su intimidad. “No entiendo a la gente que está deseando ser famosa y perder lo más valioso del mundo, su intimidad, y poder hacer lo que quiera, ya sea comerte a besos en un banco en mitad del parque o hacer volteretas laterales Castellana arriba”. La relación con Cavero acabó y como siempre sucede con Laura, siguen manteniendo una buena amistad.
Laura afirmó haber necesitado años para superar una depresión y que lo logró cuando comenzó a vivir pensando en ella y no tanto en los demás. Puesto que ganó mucho dinero con la moda y supo invertir bien, vive de sus rentas. Fue directora creativa de la firma de joyería Luby&Lemeral -sociedad que se deshizo porque no salían los números- y, posteriormente, alquiló una nave industrial con unas amigas que sirve de estudio artístico. Allí, Laura pasa horas pintando, diseñando o creando objetos. Pero no vive de ello, lo hace porque le gusta y las piezas las regala.