La panna cotta , tan blanquita y fina ella, no es un postre que venga a la mente cuando hablamos de pudines , pero lo cierto es que forma parte de dicha categoría. La que hoy día se elabora es una receta del pasado siglo en el Piamonte , y se extendió y triunfó tanto por todo el país, que actualmente la protegen como plato tradicional . A pesar de su vínculo italiano, esa combinación láctica y dulce se desarrolló por igual en otras zonas del continente, incluso mucho antes, tomando otros nombres y formas mucho menos populares. En Hungría, por ejemplo, la sirven entre dos hojaldres; en Dinamarca tiene una hermana gemela (sin la gelatina, pero con pan y azafrán) que se remonta a época medieval, como todos los blancmangers de Francia, España e Inglaterra, cuya ancestral panna cotta se podía adaptar con facilidad a la Cuaresma, cambiando la leche animal por la de almendra, y que gustaba mucho acompañada de ingredientes salados. Por supuesto, siglos atrás no disponían de gelatina, pero trucos ingeniosos para espesar no faltaron, como el almidón, la harina o la cola de pescado. Lo que no ha cambiado, a pesar de los siglos, es la efectividad del baño María , qué haríamos sin ella... Un sabio del baño María y de las preparaciones tradicionales es el malagueño Dani Carnero , que nos brinda la receta de su panna cotta, tan demandadas por sus parroquianos y, sin duda, uno de los mejores cierres a su carta en La Cosmopolita.