La novia no paraba de llorar. Gemía desconsolada ante su futuro esposo, y en su lágrimas no había sitio para la emoción propia del día, más bien, la tristeza era lo único que asomaba a su rostro. Charlène Wittstock no fue una novia feliz, por el mismo motivo que tampoco está siendo una mujer casada feliz. Sus ojos, transparentes, evidencian que lo que la une a Alberto de Mónaco, más que un amor eterno, es un contrato laboral.
La princesa, una semana antes de casarse, firmó el contrato más importante de su vida. Era un acuerdo prematrimonial, pero según las clausulas, aquello parecía el de un trabajador por objetivos, esos que alcanzan ‘bonus’ según cumplan tales o cuales puntos. Ella ha cumplido meticulosamente con todos y cada uno de ellos. Ahora, ese contrato ‘laboral’ podría acabarse.
En 2011 Charlène firmó un documento por el cual se comprometía a permanecer casada 5 años desde la fecha de la boda, y hoy día 1 de julio, celebran el lustro. Además, y tal y como precisaba el contrato, Charlène debía proveer de un heredero al principado, y ha traído al mundo a dos hijos, Jacques y Daniella, que cumplirán dos años este diciembre. Digamos, que si el Principado de Mónaco fuera una gran empresa, la princesa habría sido la trabajadora del quinquenio.
Ha cumplido con todo lo estipulado, pero eso sí, en este tiempo en su cara no hemos visto asomar el más mínimo ápice de felicidad. Pudimos atisbarlo en la sesión fotográfica en la que presentó al mundo a los mellizos, únicamente cuando sus ojos se posaban en los niños. Y para de contar.
Pero la vida de Charlènne desde que es madre es otra. Cada vez acude a menos actos institucionales, y es sustituida por las hermanas de Alberto o por su sobrina. La princesa vive en Córcega, donde se trasladó con los bebés, y trata de llevar una vida tranquila y apacible, alejada de todo encorsetamiento propio de palacio.
Ahora que acaban de cumplir 5 años de casados, ¿se acabará el matrimonio más frío de la realeza, o lo alargarán hasta la década?