Charlene de Mónaco pasa de todo

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¡Hola!, me llamo Charlene y hago lo que me sale del bolo. Ahora que se cumplen diez años de la aparición de Twitter, la esposa del príncipe Alberto podía haber escrito un mensaje en el que, de una vez por todas, dejara claro que pasa de todo. Su ausencia en el último Baile de la Rosa es la prueba de que su matrimonio con Alberto es fruto de un acuerdo en el que la única condición debía ser traer al mundo a un par de hijos que fueran herederos legítimos.

Desde su boda el 1 de julio de 2011, la pareja a penas ha dado muestras públicas de afecto y se desconoce hasta donde llegan sus relaciones privadas habida cuenta de que el alumbramiento de los gemelos Jacques y Gabriela avalaría la teoría de una inseminación artificial. Ese sería el punto clave del asunto, ya que cuando, por fin, decidió casarse Alberto ya tenía más de cincuenta años y, aunque era padre de dos hijos, Jasmine Grace y Alexander, ninguno de ellos le podía suceder ya que ambos eran, a ojos de la constitución de Mónaco, hijos ilegítimos y sin derechos al trono.

A Alberto de Mónaco siempre le ha perseguido la leyenda de una sexualidad ambigua y no sería el primero que, ante la necesidad de tener descendencia, acepta un matrimonio de conveniencia con el fin principal de tener hijos. La cuestión, como se ha comprobado con la última espantá de Charlene, es que ya no disimulan.

El problema del soberano de Mónaco es que aunque no era capaz de mantener relaciones con la vista puesta en el matrimonio, sí tuvo contactos físicos con dos señoritas a las que dejó embarazadas: Tamara Rotolo, una camarera estadounidense, madre de su hija Jasmine, que tiene 22 años, y Nicole Costa, una azafata de vuelo natural de Togo, que fue madre de un niño, Alexandre que ha cumplido 13 años. Los mantuvo en secreto hasta después de la muerte del príncipe Rainiero, pagando primero el silencio de las madres y después, una vez reconocida la paternidad, pasándoles una suculenta pensión y la cesión de algunas propiedades, además de la evidencia de que tanto Jasmine como Alexandre tendrán parte del la herencia de su padre cuando éste fallezca.

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Pero, el problema persistía ya que solo los hijos nacidos de un legítimo matrimonio católico tienen derechos sucesores en Montecarlo. Durante años, hasta los hijos de Carolina y Stefano Casiraghi fueron considerados no aptos para suceder a su tío, ya que sus padres se habían casado únicamente por lo civil porque Carolina no había logrado la anulación de su matrimonio eclesiástico con Philippe Junot. Cuando el Vaticano anuló el primer matrimonio de Carolina, Stefano ya había muerto pero los hijos fueron legitimados por alguna argucia del derecho eclesiástico.

Con esos niños ya con derechos al trono, Alberto pensó que para qué casarse si no le apetecía y la sucesión, además, estaba asegurada. El problema se presentó cuando los hijos de Carolina fueron mayores y se constató la evidencia de que el primogénito, Andrea, tenía algunos problemas de conducta que le inhabilitaban para, en su día, suceder a Alberto. Ni estudiaba, ni tenía el más mínimo interés en prepararse para los asuntos de Estado. Y, menos mal, que se emparejó con Tatiana Santo Domingo que, a parte de ser multimillonaria, le ha sacado de las calles, se ha casado con él y le ha hecho padre de dos niños. Quizá el mejor candidato como heredero hubiera Pierre Casiraghi, el más centrado de la familia y casado ahora con la espectacular Beatriz Borromeo, pero en esas apareció Charlene Wittstock y Alberto de Mónaco optó por la vía directa y tener sus propios descendientes.

El acuerdo entre ellos tardó varios años en fraguarse y, por fin, llegó la boda, tan desangelada como sus protagonistas. El 10 de diciembre de 2014 nacieron los gemelos y problema resuelto. La cuestión es que Charlene no parece la persona indicada para dará continuidad al glamour del Principado y el trabajo sigue en manos de Carolina, sus hijos y sus nueras.