Una tarta gigantesca, vestidos hechos trizas y cientos de invitados: así fue la boda de Marisol y el desaparecido Carlos Goyanes

Tras el fallecimiento del empresario, recordamos como fue su primera boda, un acontecimiento casi mundial con la mujer más famosa del país: Marisol

Conchi Álvarez de Cienfuegos

Redactora Jefe de Clara Corazón

Actualizado a 8 de agosto de 2024, 10:34

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La novia tiene solo 22 años y está cortando una impresionante tarta de diez pisos. Tiene el gesto serio. La mirada, de látigo. Marisol cumple lo que se había esperado de ella, casarse con su primer novio, Carlos Goyanes. Al que conoce desde niña y a cuyo padre, como le repiten, le debe su carrera. Estamos ante la última gran boda de la década de los años 60 y 4000 personas se han acercado para verla de cerca. Los y las fans de la ex niña prodigio causan estragos entre las invitadas. A Massiel le han hecho trizas su vestido. Iba de blanco… ¡Cómo se atreve! Le dirán airadas unas mujeres. Marisol no se enterará de nada de esto, parece que su vestido de organza, diseñado por Silvan, ejerce de escudo. Flores bordadas, con una capucha a juego que quedará grabada para los anales. Icónico el traje e icónica la novia; que sacó adelante a toda su familia con apenas 10 años. Una década más tarde, Marisol había vivido tanto que estaba deseando su jubilación. Pero aún tendría que esperar.

ARCHIVO LECTURAS

Volvamos a ese mayo del año 1969, a pocos meses de que se produjera lo que se ha llamado ‘el fin del amor’, el fin de la era hippy. Las ilusiones de todo el movimiento estaban a punto de hacerse añicos con el asesinato de Sharon Tate, y entrar en un estado de profundo desencanto. Marisol aún no lo sabe, pero todo este sentir terminará también calando en ella. Pero más adelante. Ahora le han pintado todo de rosa ¡Es un día especial! Llevan semanas repitiéndoselo. Los que no dejan de decírselo son los mismos que le insistían en “arreglarse” cuando ella y Carlos Goyanes estaban enfadados.

Archivo Lecturas

En 1968, Lecturas charló con Marisol y ella habló de su ruptura con el hijo del productor Manuel Goyanes. “Fuimos felices mientras la relación fue secreta, después el amor se enfrió. Estoy segura de que la mujer que se case con él será feliz”, dijo. Apenas unos meses más tarde, se obraba el milagro de la insistencia.  “La reconciliación no fue ni forzada ni buscada por ninguno de los dos”, nos confesaba. “Fue durante una cena a la que asistimos toda la familia Goyanes, mi madre y yo. Carlos y yo nos sentamos, o nos sentaron, enfrente el uno del otro y después de mirarnos varias veces comprendimos que teníamos que arreglarnos de nuevo”. Nada como presionar al destino.

Y dicho y hecho, para mayo ya tenían arreglada la boda. Una ceremonia religiosa en la iglesia de San Agustín, y, después, convite en El Pavillón, El Retiro. Invitados e invitadas del mundo del espectáculo y de los negocios. Carmen Sevilla y Lola Flores comiendo croquetas, mientras que Massiel regresaba a la fiesta tras cambiarse de vestido (a uno multicolor, para alivio de los ‘protocoloholics’). Pasaban las bandejas de pastelillos y Concha Velasco se decantaba por un canapé de salmón. Y el ruido. Mucho barullo. Aquello era un hervidero de oportunidades laborales que se colaban entre las copas de vino. Pero el jaleo ya había empezado horas antes, Jaime de Mora y Aragón calificó de “supermercado” el rato de la iglesia.

Marisol estaba cansada. De la boda, de los invitados. Quizás de ser Marisol casándose. Ella y su ya flamante marido se retiraron pronto de la fiesta. Cortar la tarta y poco más. Solo deseaban alejarse y ser, simplemente Pepa y Carlos; como habían sido antes de quesu amor se hiciera público.

Marisol, enamorada desde los 11 

Pepa Flores, con solo once años y acompañada por su madre, llegó a ese piso situado en una de las zonas ‘bien’ de Madrid. El hogar de los Goyanes, situado en la calle María de Molina, se abre para acoger a las dos malagueñas recién llegadas a la gran ciudad, ante la promesa de convertir a la niña en toda una estrella. Parece el argumento de ‘Ha llegado un ángel’, pero fue la realidad. La progenitora pronto acabaría fuera de esa casa, mientras que la aspirante a mini diva dejaba atrás su vida infantil para abrazar las clases de canto, de baile, los ensayos, los rodajes… Ella fue la verdadera cabeza de familia, a pesar de no haber cumplido ni los 13 años.

Todos conocemos cómo fue la vida de esa niña de ojos claros y pelo aclarado. “Soy una señorita que pasó toda su infancia cenando en compañía de hombres mayores, oyendo hablar de negocios, contratos, rodajes... mientras yo permanecía como un mueble”, contaría a Blanco y Negro cuatro años después de su boda. Éxitos de taquilla, discos de oro; y cero amistades. Solo la compañía de los hijos de su productor.  Aquella familia parecía su principio y su fin. Normal que cuando se hizo adolescente la persona en la que se fijó era de ese cerrado círculo. Carlos le sacaba solo dos años, y, cuando él tenía 16 y ella 14, iniciaron su romance secreto. Ese del que Marisol hablaba para Lecturas en el año 1968. Y el mismo que se rompió, dijo, porque se hizo público. Se acabó su gran secreto, su espacio privado. Y eso, en una vida tan pública como lo había sido la suya, era de agradecer.

Cuando se dieron esta nueva oportunidad, casi obligados por su entorno, muchos pensaron que la boda era una huida hacia delante para Marisol. Construir, por fin, su propia vida. Alejarse de lo que suponía el hogar de los Goyanes. Pero no fue verdad. Y el 16 de mayo, después de besar a decenas de personas, de sonreír hasta las agujetas faciales y cortar la descomunal tarta; los novios, agotados, pidieron retirarse. Ya en el coche, Marisol cayó en un detalle, “nos hemos dejado las llaves del piso”. Salir de la casa de María de Molina era imposible.

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