Los expertos en felicidad de la Universidad de Oxford lo avalan: "Las caricias que se dan durante el aseo producen un efecto similar al de los opiáceos"

Son muchos los estudios que avalan que con un simple gesto podemos compartir la felicidad y esto mejorará nuestro estado de ánimo

Pablo Casal
Pablo Casal

Coordinador digital de Lecturas

Felicidad
GTRES

Cuando se trata de buscar la felicidad, son muchos los factores que intervienen y también las sustancias, hormonas y neurotransmisores que intervienen en momentos concretos de alegría, que no siempre constituyen ese sentimiento alargado en el tiempo, tal y como hemos explicado a través de especialistas en Lecturas. Hay veces que no depende de nosotros, porque los impactos externos pueden provocar arruinarnos un momento dulce o extender en el tiempo una emoción a la que metemos en el cajón negativo, pero a veces un simple movimiento puede cambiarlo todo.

Son numerosos los estudios que avalan que hay un gesto simple y gratuito con el que podemos "regalar felicidad", porque además mejora nuestro autoestima y nos permite compartir esa sonrisa, aunque a veces ni siquiera esté reflejada en nuestro rostro. De hecho, en la Universidad de Oxford, los expertos han puesto la lupa en lo que han podido observar con mucho menos: una mera caricia. Si hablamos de abrazos, está claro que podemos multiplicar esos efectos y elevarlos a la máxima potencia, sobre todo cuando es sincero y hay un cariño especial, porque además se puede convertir en un hábito cotidiano y ahí estaría la clave para sentirnos mejor a diario.

El poder de los abrazos y su efecto sanador en un regalo de felicidad

Los damos como muestra de apoyo, para acompañar en un momento difícil, para saludarnos o para celebrar y compartir un logro, porque los abrazos tienen siempre cabida, aunque no siempre sean bien recibidos y haya personas que son más reacias a recibirlos, a veces por miedo y otras por tener un carácter más frío o distante. Si ese gesto lo convertimos en un hábito diario, los efectos positivos que han observado los expertos se extenderán en el tiempo y, en parte, hay una hormona que interviene en el abrazo y que provoca el incremento de lo que nos ofrecen, para bien, las endorfinas que estamos liberando en ese momento. Se trata de la oxitocina, relacionada con el placer, pero con este movimiento de fusión entre dos cuerpos también afloran la serotonina y la dopamina: el primero es un neurotransmisor asociado al estado de ánimo y muchas veces es definida como "la hormona de la felicidad", mientras la segunda también "ayuda a nuestro cerebro a realizar funciones relacionadas" con esa energía positiva, recogen en el portal 'Cigna Healthcare'.

Son muchas las actividades placenteras que nos generan dopamina, como realizar alguna actividad deportiva, escuchar música, ver una serie o compartir un rato con nuestra pareja, al lado de los amigos o en familia. La psiquiatra Marian Rojas nos explica que, en exceso, no es tan bueno por aumentar las expectativas en nuestro cerebro y generar posibles adicciones, pero en el caso de los abrazos no hay por qué preocuparse. Me vais a permitir, además, que hable de un aprendizaje personal y es que hace años que decidí cambiar la fórmula de "un saludo" por "un abrazo" en el cierre de mis correos electrónicos y lejos de recibir alguna crítica, son varias las personas que me han agradecido que rompa esa barrera en una forma de comunicación que ya tiene la lejanía implícita.

La universidad de Oxford comprueba lo que provoca una simple caricia en el cerebro

En 2016, la Universidad de Oxford compartía una publicación del profesor de Psicología Evolutiva, Robin Dunbar, al hilo del movimiento #HugaBrit, una campaña en la que los europeos abrazaban a ciudadanos británicos y demostraban así que era una muy buena forma de resolver problemas, sobre todo en un momento de conflicto como pudo ser el 'brexit', por el que el país decidió en referéndum abandonar la Unión Europea. "Para entender lo que ocurre cuando nos acurrucamos, tenemos que remontarnos a nuestro pasado primate. Los monos y los simios crean y mantienen sus amistades mediante el acicalamiento social", señalan en la publicación, antes de abordar una de las conclusiones clave: "Las caricias lentas que se dan durante el aseo estimulan un conjunto particular de nervios. Tienen una ruta directa al cerebro, donde desencadenan la liberación de endorfinas, que forman parte del sistema de control del dolor y producen un efecto analgésico similar al de los opiáceos".

Eso sí, hay un matiz para entender lo que nos quieren mostrar y es que "la medida en que la experiencia de abrazarnos nos da placer y ayuda a fortalecer las relaciones tiene un profundo componente psicológico", ya que no siempre nos genera esa sensación de bienestar, evidentemente. "En algún lugar de los lóbulos frontales del cerebro hay un mecanismo que puede hacer que el contacto pase de ser placentero a ser desagradable si lo hace la persona equivocada", apuntan en el portal de investigación del prestigioso centro universitario británico.

Los abrazos rotos por la pandemia

Solemos decir aquello de que "uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde" y eso se demostró durante la pandemia del coronavirus, momento en el que hubo una recomendación que resonó con fuerza, casi al mismo volumen que el confinamiento: distanciamiento social. El miedo nos llevó a olvidar durante muchos meses el verbo "abrazar" y los consejos de los expertos también, pero era tan importante intentar buscar una alternativa que muchos centros sanitarios y residencias de mayores instalaron pantallas de plástico con espacio para nuestras extremidades superiores, de cara a permitir los abrazos, aunque el tacto y el contacto quedara completamente roto. Fue una solución momentánea, hasta que pudimos volver a esa "nueva normalidad" tras un tiempo que fue suficiente para valorar este gesto de cercanía tan importante.