Si hay una historia de amor que ha levantado desconfianza desde su comienzo esa es la de Alberto de Mónaco (65 años) y Charlene Wittstock (45 años). Corría el año 2000 cuando el príncipe se quedó prendado de una nadadora sudafricana. Sin embargo, no sería hasta dos años después cuando el hijo de Rainieo de Mónaco se atrevió a pedirle una cita tras coincidir en un campeonato.
La distancia, él vivía en Mónaco y ella corría alrededor del mundo como nadadora profesional, fue un hándicap en el inicio de una relación que no trascendió a los medios hasta que en los Juegos Olímpicos de 2006 hicieron oficial su relación a ojos del mundo. Por aquel entonces nada hacía presagiar todo lo que el destino tenía preparado para ellos.
En 2007 Charlene daba el paso y se mudaba al Principado de manera definitiva, tiempo que aprovechó para formarse como primera dama: aprendió francés, dio clases de protocolo, de historia de Mónaco... labores que compaginaba con su afición por el deporte y las labores humanitarias en las que se volcó desde el primer momento.
Todo iba a las mil maravillas entre ellos... Charlene brillaba en el Baile de la Rosa, en la tradicional gala de la Cruz Roja y fue muy bien recibida por el resto de royals en la boda de Victoria y Daniel de Suecia en 2010, una prueba de fuego que pasó con creces y que empujó a Alberto a pedirle matrimonio. Un año después Alberto y Charlene se daban el 'sí, quiero' en la Catedral de Mónaco en una boda que costó más de 45 millones de euros.
Charlene de Mónaco, la eterna princesa triste
Enfundada en un impresionante vestido de novia de Armani Privé, la tristeza en la mirada de Charlene de Mónaco daba la vuelta al mundo. ¿Qué le pasa? La prensa francesa era unánime, la sudafricana no quería casarse con el príncipe Alberto después de que trascendiera que había tenido otro hijo durante su noviazgo, una infidelidad que ella no estaba dispuesta a perdonar. Fue tal su malestar, que el diario L’Express llegó a asegurar que la exnadadora quiso escapar del Principado días antes de la ceremonia, pero el temor a un escándalo provocó que la Institución tomara cartas en el asunto y se lo prohibiera.
Esta situación tan complicada justificaría los nervios, la seriedad y las lágrimas desconsoladas de Charlene en el momento que le dio el 'sí, quiero' a Alberto, una estampa que le empujó a recibir el nombre de la 'princesa triste', apelativo que le persigue en la actualidad.
La tristeza de Charlene de Mónaco el día de su boda
Tras la boda, el siguiente paso era conseguir un heredero... Fue en 2014 cuando Charlene y Alberto vieron cumplido su sueño al ser padres de Jacques Honoré Rainier y Gabriella Thérèse Mari. Pero ni siquiera su paternidad frenó los continuos rumores de separación entre la pareja.
Los persistentes rumores de separación entre Charlene y Alberto
Los rumores sobre la verdad o no de su matrimonio han sido recurrentes a lo largo de los años. La prensa francesa llegó a publicar que Charlene llevaba años viviendo lejos de palacio y que su papel al lado de Alberto tenía como único objetivo salvaguardar su imagen, una vida familiar aparentemente idílica que siempre se ha puesto en entredicho.
La realidad es que nunca han presumido de complicidad de manera pública, todo lo contrario. Las apariciones oficiales de Charlene descendieron de manera muy reseñable y cuando se veía obligada a acompañar a su marido su gesto serio y contrariado reflejaba que algo no iba bien entre ellos. La marcha de la exnadadora a Sudáfrica en 2021 y su posterior enfermedad no hicieron más que alimentar las informaciones que aseguraban que la joven había huido tras una fuerte discusión con su marido. Por aquel entonces, ella misma tuvo que salir al paso y negar la mayor al mismo tiempo que afirmaba que echaba mucho de menos a Alberto y sus dos hijos.
Sea como fuere, lo que es una realidad es que el próximo 2 de julio, Charlene y Alberto celebrarán su 12 aniversario de boda en un momento clave de su vida, después de que la princesa haya retomado completamente su posición al frente de la corona y ambos presuman de unidad y amor incondicional ante las cámaras.