Lula fue la alegría de mi madre cuando se quedó sin trabajo y sin relación

Es una perra muy buena. Nunca ha sido gruñona ni de morder a nadie. Eso sí, cada vez que suena el timbre se pone a ladrar que parece un rottweiler. Siempre le digo: “Pero ¿dónde vas, chochona? Si eres una rata de alcantarilla de lo chica que eres”. Me he dado cuenta de que con el tiempo eso les pasa a los perros pequeños. Cuanto más pequeños son más ladran. Será para ver si asustan a alguien. Recuerdo que el primer verano que nos fuimos a Málaga mi hija se empeñó en llevárnosla. Me prometió que se iba a levantar pronto y a sacarla de paseo. Recuerdo que vino unos días Kike Calleja porque teníamos la promoción del libro que escribimos juntos. Al final el que sacaba a la perra por la mañana era él. Un día no encontrábamos a la perra en casa por ninguna parte. Lula se había metido en la maleta de Kike y se hizo una bola encima de sus calzoncillos. ¡Ese momento fue grandioso! Luego se ponía en la puerta de mi habitación como diciendo: “A ver cuándo se levanta esta”.

Pasaron los años, llegó la pandemia y me traje a mi madre a casa. Sentí que Lula era la alegría de mi madre en un momento en el que terminó un trabajo de la noche a la mañana y finalizó una relación de un día para otro. En ese tiempo que estuvimos sin pisar la calle para nada –ni para ir al supermercado, al estanco o a la farmacia–, Lula le dio la vida. Cuando nos permiten movernos con cierta libertad consigo vender mi ático y le pido a mi madre que se quede con Lula para que no le estresase la mudanza. Nunca más tuve narices de decirle a mi madre que me devolviera a la perra. Sé que para mi madre, en estos momentos y estas circunstancias de su vida, Lula es su alegría y por lo que vive cada día. Muchas veces pienso que, si le pasara algo a la perra, no sé qué le pasaría a mi madre. Todos los domingos cuando mi madre viene a casa, Lula vive aquí y duerme aquí hasta el lunes. A veces siento que me mira como diciéndome: “Joder, tía, ya te vale”. No porque mi madre no la cuide; al revés, la tiene mucho más mimada que la tenía yo. Siento su mirada como diciendo: “Me dejaste”. Eso me parte el corazón. Muchas veces la cojo y me quita la cara a modo de castigo. “La abuela me quiere, pero tú me dejaste”, me querrá decir. Lula es la atracción de mi casa cuando vienen mis amigos. Le hace fiestas a todo el mundo, pero es un coñazo comer a su lado porque pide comida constantemente. Hace tiempo, cuando ella se iba a dormir y yo llegaba tarde, ladraba. Ahora, desde que duerme con mi madre no lo hace, porque sabe que soy yo la que hace ruido. No tiene miedo, por eso no ladra y no se asusta.

Muchas veces viene hasta mi habitación y, como no puede subirse a la cama porque no llega, me da pena y la subo conmigo. Os decía antes que no soy de animales, pero cuando tienes uno y te conquista el corazón lo hace para siempre. Lula lo hizo hace cinco años. Pasé mucho miedo cuando se puso malita y le tuvieron que quitar el útero. Las perras pequeñitas tienen embarazos que no lo son y tuvimos que hacerlo para evitar que se muriera por una infección. Cuando la recogí en una manta después de operarla me sentí la peor persona del mundo. No me miró en ningún momento, como diciéndome: “Ya te vale. ¿Qué me has hecho? ¿Qué me han hecho? ¿Qué me ha pasado?”. Ella no lo entendía y lo comprendí. Verla cada semana me da felicidad. Me rechupetea la cara, algo que antes nunca hubiera consentido. Me quiere aunque no esté contenta conmigo. Lula: si crees que yo te he abandonado, no es así. Te he dejado con la persona que más te necesita y que más te quiere, mi madre.