Mi perra, Lula, llegó a mi vida de una manera inesperada. Estábamos grabando el reality de ‘Las Campos’ y, de alguna manera, le conté a mi director, Raúl Prieto, que una amiga mía quería regalarme una perrita. En qué hora le dije eso. Llegó a mi vida de la mano de mi hermana, que fue la que me la entregó cuando yo vivía en el ático. La llamé Lula por mi abuelo y no por Tom Brusse. Él siempre me llamaba a mí Terelula, Lula o Lulilla. Cuando me vi con esa perrita tan chiquitita en casa me descompuse. No soy de animales en casa. Hay gente a la que le encanta; por ejemplo, mi hija tiene dos gatos: Salem y Magic. No voy a su casa porque me muero de miedo. No os creáis que los perros me han dado menos miedo. Acostumbrarme a tener la responsabilidad de un animal fue de todo menos fácil en mi vida. Bien es cierto que tengo ayuda, no voy a engañar a nadie. Lula se convirtió en algo indispensable en mi vida. Siempre he sido una madre de reglas, pero también he sido una mamá perruna muy de normas. Lula no dormía en mi dormitorio, lo hacía en la cocina. Lula me esperaba cada mañana al final de la escalera de la planta de arriba junto a la cocina. Cuando yo terminaba de desayunar se bajaba conmigo al dormitorio y me daba tanta cosa que la subía a mi cama porque no podía hacerlo por ella misma.