Hoy me siento como hace 155 semanas que me asomé a esta ventanita de esta revista a través de mi primer blog. Me siento así, porque hoy os escribo, de momento, por última vez. Me gustaría decir, porque es mi manera de hablar, mi penúltimo blog. A lo largo de estos tres años, que se dice pronto, he querido que a través de estas páginas conocierais cómo me he sentido en muchos momentos y cuál ha sido mi impresión y mi opinión ante temas de actualidad. Ante todo, este ha sido un blog muy personal en el que los sentimientos han sido mi prioridad.
Alegrías y tristezas
He compartido con todos vosotros mis alegrías, mis frustraciones, mis decepciones y mis dolores. Este ha sido el eje conductor cada semana. He intentado ser para vosotros lo más transparente posible y que, de alguna manera, cada semana, todos los que amablemente me habéis leído y seguido supierais cuál es mi verdad en el trabajo, con los compañeros y en los momentos más duros y difíciles de mi vida. Hablo, por ejemplo, de la muerte de mi padre en la que me sinceré por lo complicado que fue perdonarlo, porque el dolor y la incomprensión de lo que había hecho no me lo permitía. Os he contado mi infancia, porque he tenido la fortuna de ser una niña feliz y crecer en una gran familia de clase media. Nunca fuimos ricos y mucho menos lo seremos, tal y como va la vida. Eso no es lo importante.
Tengo una gran familia y estoy orgullosa de ella. Sabemos, entre nosotros, ser el sostén de unos y de otros. Tenemos claro que todo el mundo no tiene la misma suerte en la vida. Por una razón u otra, naces en un lugar – como es mi Málaga querida para mí– y eso implica en la vida una situación diferente para unos y para otros. Cuántas veces os he hablado de mi tierra y de lo que ha significado mi colegio, mis amigas, que sigo manteniendo desde los 7 años, y de mi Semana Santa. Os relaté mi llegada a Madrid con la edad complicada de 16 años. Un cambio radical de vida que ha marcado lo que soy en lo profesional y en lo personal hoy en día. Aquí llegó una niña tímida que no tuvo más remedio que ir arrancándose su timidez a cachos para adaptarse a una grandísima ciudad. Soy malagueña pero, también, me siento madrileña. No en vano, llevo 42 años viviendo en Madrid.
Málaga y Madrid
Aquí he tenido mis primeros trabajos. En esta ciudad conocí a mi primer marido y al padre de mi hija. Aquí ha nacido lo más importante de mi vida: Alejandra. Aquí ha muerto mi madre, la otra persona más importante de mi vida. De ella os he hablado mucho. He compartido con vosotros el dolor de una enfermedad que se la llevaba y que, de alguna manera, nos llevaba a todos un poquito por delante. Así al menos me siento yo. He muerto un poco con su marcha. A través de estas páginas, os he hablado de mis amores. De los hombres que he amado y me han amado. Algunos más y otros menos, como yo también lo he hecho. He compartido mis miedos a la enfermedad, a lo que puede estar por llegar y al sufrimiento. Eso, os confieso, ha sido una terapia muy importante y en algunos momentos sanadora. Quien me conoce, en mi día a día y que forma parte de mi círculo íntimo de amistades, saben que intento guardármelos para no implicar ni preocupar a quienes quiero. Aquí, he aprendido que es importante compartir esos temores porque, a través de hacerlo, conseguía paliar mi dolor y mi preocupación.
Una familia bonita
Quiero dar las gracias al grandísimo equipo que forma la revista Lecturas. Permitidme que lo haga, especialmente, con su director, Luis Pliego, quien no tuvo duda en confiar en mí para esta aventura. A través de este blog y de las entrevistas que he concedido a este medio he podido conocer a grandes profesionales como Karmele Izaguirre. Cada vez que me sentaba con ella con una grabadora delante no pasaban las horas. En alguna entrevista le decía: “Karmele, llevamos dos horas y media hablando. Vamos a parar ya”. Gracias a Alfredo Garófano, que me ha cuidado siempre y que sabe que nunca he querido disfrazar mi imagen. Si tengo un brazo gordo o un tobillo fino qué le vamos a hacer. Como tengo barriguita le decía: “Dime cuando vas a disparar la cámara para que la meta para dentro”. Gracias a Pedro Pernia, también. Al final, he sentido que he formado, y que aún formo, parte de una bonita familia de la comunicación en la que nos ayudamos y nos desahogamos cuando lo necesitamos. Sobre todas las cosas, quiero daros las gracias a todos los que os habéis sentido identificados y comprendidos con mis palabras. Espero que, de alguna forma, con mi verdad os haya ayudado en vuestra verdad y en vuestro día a día como profesionales, como padres, madres, hijos, familia y amigos. Amistad, esa palabra que para mí es de las más bonitas que hay en la vida. Amistad, esa que se elige y se cuida para que tú estés en la vida de ellos y al revés. Amigos, simplemente os diré: “Hasta muy pronto. Seguid luchando por vuestros sueños, porque algunos se hacen realidad”.