Os voy a contar una anécdota. El primer año que vine a las procesiones en pleno tratamiento de quimioterapia llevaba peluca. No quise pegármela porque, cuando fui a ver al Cautivo a su casa de hermandad, antes de salir a procesionar quise quitármela delante de él. Nunca se me olvidará cuando mi madre me dijo que no lo hiciera porque había mucha prensa. Me escondí detrás de una columna para hacerlo y ella me dijo: “Él, mejor que nadie, sabe cómo estás”. Yo quería mostrarme ante él como yo estaba. Hace más de 25 años que cumplo promesa con él. Me costaba quedarme embarazada y, en esa época, pasábamos parte de la Semana Santa en Marbella. Un año desde casa de mi amigo Mario Blanca, al que adoro con locura, vi su trono pasar y le dije: “Señor, si me quedo embarazada vendré a verte todos los años en procesión”. Doy gracias a Dios por haberlo podido hacer hasta ahora, aun en los peores momentos de mi vida. No lo pude hacer el año que nació Alejandra, porque vino al mundo tres días antes de que empezara la Semana Santa. La causa estaba justificada, pero, desde entonces, siempre vengo a verlo procesionar cruzando el puente de la Aurora. Una vez tuve el honor de que su hermano mayor me dejara tocar la campana y dirigir a los hombres de trono por la calle Trinidad. Eso es lo bonito que me dio mi enfermedad, porque de todo lo malo también hay algo bueno.
Eso es lo bonito que me dio mi enfermedad, porque de todo lo malo también hay algo bueno
Actualizado a 14 de abril de 2022, 07:20
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