Esta semana escribo estas líneas desde Málaga. Me parece increíble que hayan pasado dos años para volver a vivir la Semana Santa de mi ciudad. Sus calles huelen a incienso, pasión, alegría y primavera. No es porque sea de aquí, pero... ¡qué bonita está Málaga! Os confieso que cuando me he asomado al balcón del hotel Málaga Palacio, después de estos años, me he emocionado. Por un momento pensé que no íbamos a poder vivir algo así. Las procesiones son importantes en la vida familiar que a mí se me ha enseñado. Me ha gustado mucho reencontrarme con mis amigos con los que, cuando éramos jóvenes, íbamos de hermandad en hermandad para ver salir los tronos, para ver cómo se encerraban y meternos en el bullicio de la gente. Ahora, no soy capaz de hacer eso; primero, porque mi salud no es la misma y, segundo, porque mi claustrofobia ha aumentado muchísimo. El Domingo de Ramos pude ver a mi Virgencita de la Salud, a la que rezo todas las noches gracias a la oración que me manda mi amiga Mari Pepa. Esa amiga que junto a Toñi, ambas hermanas de la Cofradía de la Salud, sin yo conocerlas, pusieron un pañuelo a la Virgen en el pecho derecho cuando yo tuve mi primer cáncer. Nunca olvidaré el momento en el que se me acercaron en el hotel Larios para entregarme ese pañuelo. No tendré vida suficiente para agradecerles lo que supuso ese gesto para mí. Desde entonces el Domingo de Ramos pasó a ser un día importante y clave en mi vida.
Todos los Domingos de Ramos hago algo que nunca he hecho con el resto de hermandades. Un año me hicieron la propuesta de, una vez que pasara el recorrido oficial, meterme debajo del manto de la Virgen con los hombres de trono. Es un honor poder hacerlo todos los años y pasearla de vuelta por esas calles de mi tierra hasta su casa de hermandad. Siempre le agradezco que me siga protegiendo a mí y a todas las personas que yo quiero. En esas oraciones que rezo cada noche están esa familia y esos amigos que la necesitan. El Lunes Santo pude ponerme un año más enfrente del Cautivo. Otro día importante para mí. A pesar de su mirada caída, siento que me mira.