Nadie fue a verlo. Ni el presidente de la Xunta, ni Amancio Ortega, que tiene su barco en Sanxenxo, ni sus amigos ricos, ni los de toda la vida… ¡nadie! ¡no fue nadie! Este hombre acostumbrado a departir con jefes de estado, que trata de tú a todos los monarcas europeos, este rey que fue el símbolo adulado hasta el paroxismo de todo un país y una época, se ha tenido que contentar estos cinco días que ha estado en España con la compañía de sus camaradas de regatas, que lo han trasportado como si fuera un paso de Semana Santa, y los vítores de los navegantes y de un reducido grupo de vecinos.

Al verlos en televisión me ha venido a la memoria ese madrileño castizo que berreaba con entusiasmo “viva el rey” el día en que Alfonso XII regresó del exilio. Cuando un periodista le preguntó si es que era muy monárquico, ya que chillaba tanto, el chulo le contestó “pues si me hubiera oído gritar el día en que echamos a la puta de su madre…”.