Actualizado a
"Estuve a punto de nacer en un cine y por eso mi vida es como una película de buenos y malos”, explica don Juan Carlos entre risas a los pocos amigos que le quedan. Y es verdad. Corría el cuatro de enero de 1938, España se desgarraba en una sangrienta guerra civil mientras María de Borbón –María la Brava, como la conocían en familia (solo los periódicos la llamaban María de las Mercedes)– se sentaba incómodamente en un cine del Trastevere romano viendo una película de espadachines de Errol Flynn. Estaba ya fuera de cuentas, sentía unos dolores agudos en los riñones y estaba tan gorda que apenas cabía en la butaca, pero no había querido desairar a su suegro, Alfonso XIII, el rey exiliado, solitario y triste, al que servía de compañía todas las noches. Su marido, Juan, el príncipe de Asturias, a pesar de que sabía que el parto era inminente, se había ido a la finca de los Medici en el Piamonte con una sobrinita del exembajador de Italia en Madrid. ¡Ay, la legendaria pulsión sexual de los Borbones!