“El macabro triple crimen de los Barrio que sigue sin resolverse”

Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Actualizado a 16 de octubre de 2024, 06:39

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Ciento veinticinco puñaladas presentaban los cuerpos de Salvador, Julia y Álvaro, los tres miembros de la familia Barrio que en junio del 2004 fueron salvajemente asesinados por un hombre al que veinte años después, no se ha logrado identificar. Este triple crimen que conmocionó a la sociedad española ha prescrito. Y solo las dos personas que estos años fueron investigadas sin éxito podrían volver a ser señalados judicialmente.

Un silencio sospechoso

Viajemos a ese 7 de junio del 2004. Era lunes y Domitila Barrio echó en falta a su sobrino Salvador, que tenía previsto visitarle en La Parte de Bureba. La mujer telefoneó al concesionario Arcasa Motor, donde Salvador recogería una cosechadora. No apareció. La señora telefoneó a hospitales y, angustiada, por la tarde se trasladó al domicilio que Salvador tenía en la Parte de Bureba. La casa estaba vacía.

Inquietos, a la 1.45h. de la madrugada, Domitila, su marido y un sobrino se desplazaron al piso de los Barrio en Burgos. Llamaron a la puerta y al otro lado solo escucharon el teléfono. El esposo de Domitila accedió finalmente. Enseguida frenó a su mujer. Había sangre en el suelo, en las paredes. No avanzó, ni quiso tocar nada y telefoneó al 091: “En la calle Jesús María Ordoño, 14. En la puerta A del quinto piso, hay mucha sangre y no sabemos lo que ha pasado”. Los policías encontraron los cuerpos de Salvador Barrio, de 53 años; su esposa, Julia Dos Santos, de 47; y Álvaro Barrio, que en dos semanas cumpliría los doce. 

Una auténtica carnicería

En la cocina estaba el cadáver de Salvador, descalzo y con pijama. Al fondo del pasillo, como si hubiese tratado de huir, estaba el del pequeño Álvaro y en el dormitorio, entre la cama y la pared, el de Julia. El niño trató de esconderse en su habitación y el criminal derribó la puerta de una patada. La marca de la zapatilla quedó dibujada con sangre. La policía científica encontró marcas de la suela por todas las estancias. Un calzado de unos 28 centímetros con la suela en forma de espiga. El único superviviente de la familia fue el hijo mayor, Rodrigo Barrio, interno en un colegio de Aranda de Duero. La mañana siguiente, dos policías se desplazaron al centro para comunicarle la tragedia. El joven sufrió un ataque de ansiedad y tuvo que ser atendido en la unidad de psiquiatría de un hospital de Burgos. Los forenses determinaron que todas las heridas fueron hechas con la misma arma: un cuchillo de doble filo, con una anchura de hoja de unos dos centímetros y medio. Salvador tenía sesenta y nueve heridas; Julia, veintiuna, y Álvaro, treinta y nueve. Una carnicería y otro denominador común: los tres fueron degollados.

El rastro de las pisadas

La policía científica concluyó que los crímenes habían sido obra de un solo autor, que accedió a la vivienda con llaves. La disposición de los cuerpos y las proyecciones de sangre permitieron reconstruir la escena. Salvador y Julia fueron sorprendidos en la cama, aun- que el hombre logró salir de la estancia y fue apuñalado en el pasillo, en el recibidor y en la cocina, donde se desplomó. Su mujer murió antes, en la habitación. El pequeño fue atacado en el pasillo, a donde salió alertado por los ruidos, intentó esconderse en su habitación y fue cosido a puñaladas. 

El rastro de pisadas ensangrentadas se convirtió en un elemento crucial. Seis meses después, la policía científica pidió ayuda al resto de colegas a través de Interpol para identificar las zapatillas. La policía danesa fue la primera que señaló la marca Dunlop. Un investigador alemán fue más preciso: del número 43 y del modelo Dunlop Navi Flash. 
La policía buscó por toda la provincia de Burgos comercios que vendiesen esa deportiva, pero se había dejado de vender ha- cía seis años y solo se encontraban en los mercadillos.

Diez investigados

Los investigadores realizaron un primer perfil del asesino: un hombre que conocía a la familia Barrio; que tenía llaves del por- tal y de la casa; con un buen estado físico que le permitió apuñalar 125 veces y reducir a tres personas, una de ellas, Salvador, de 90 kilos; diestro en el manejo de armas blancas y probable- mente habituado a sacrificar animales degollándolos. La policía investigó a diez personas con diferencias con Salvador: un exlegionario cuyos perros habían matado a unas gallinas de los Barrio, a un rival político, a un subinspector de Hacienda al que Salvador trabajaba las tierras... Ningún hilo avanzó. 

A partir de ese momento, el foco se puso sobre Rodrigo, el hijo mayor de dieciséis años. Los investigadores enumeraron sus indicios. Heredero universal, tenía un colgante de su madre y desaparecieron las llaves de un coche de la familia. Elementos que le señalaban, aunque no lo suficiente. No se pudo reconstruir cómo la madrugada de los crímenes pudo escapar del internado y regresar, sin tener siquiera carné de conducir. Pero se le detuvo y puso a disposición de la fiscalía de menores en junio de 2007, que lo dejó en libertad a los cuatro días. Tres años después, el juzgado de menores de Burgos archivó la causa y afeó a la policía a la que acusó de no reunir indicios, sino “simples conjeturas, hipótesis, elucubraciones o sospechas”.

A partir de ese momento, los investigadores avanzaron con pies de plomo y regresaron a una pista que no estaba en la escena del crimen, sino en el panteón de los Barrio en el cementerio de la Parte de Bureba. Un día después del entierro aparecieron unas pintadas ofensivas hechas con ceras de color rojo en la puerta del nicho: “Hijo puta, cabrón, hijo puta, puta, cerdo”. Rodrigo apuntó a un individuo apodado Angelillo como el único capaz de hacer algo así. Se trataba de Ángel Ruiz Pérez, la misma persona que durante el entierro pasó acelerando con su tractor cerca del corte- jo fúnebre. Un estudio grafológico demostró que su letra era la de las pintadas y en su domicilio encontraron ceras como las empleadas. Fue detenido y acusado de un delito contra la libertad de conciencia y los sentimientos religiosos, por el que fue condenado.

La investigación estuvo encallada hasta 2014, cuando se impulsó gracias a dos acontecimientos ajenos al triple crimen, pero relacionados con uno de los sospechosos, Angelillo. El 28 de agosto de 2011, Rosalía, una mujer de 84 años, fue atropellada mortalmente en La Parte de Bureba por un conductor que se dio a la fuga. Catorce meses después, la Guardia Civil detuvo a Angelillo, que fue condena- do a dieciocho años de cárcel. El motivo del crimen fue saldar una vieja deuda: la mujer le había denunciado por entrar en su casa y recriminarle que había hablado con su madre después de que él irrumpiera con el tractor en las tierras de la señora. 

El otro suceso ocurrió en el 2013. Un juzgado de Briviesca investigaba la desaparición del búlgaro Shibil Angelov. Poco antes de ser detenido por el atropello de la anciana, Angelillo ofreció a Shibil diez mil euros por matar a un familiar. Shibil cobró la mitad y pensando que Angelillo era un pobre diablo, viajó a Bulgaria y se compró un BMW con el que regresó. El 17 de enero de 2013 fue el último día en el que se tuvieron noticias de Shibil. En los dos días previos, Angelillo y él hablaron treinta y siete veces. Ese mismo día, el sospechoso apagó sus tres teléfonos, que no volvió a encender hasta cuatro días después. 

Pruebas no concluyentes

En febrero de 2013, la Guardia Civil le detuvo y en los registros de sus propiedades aparecieron varias cosas que multiplicaron las sospechas que le vinculaban con el crimen de los Barrio: una veintena de llaves de distintos domicilios, unas zapatillas Dunlop del número 43 y varias hojas de cuchillos, y una compatible con las heridas de la familia. Dos nuevos registros en 2017 y en 2021 en otras propiedades dieron con otros elementos, pero nada determinante para armar una nueva acusación contra él. De momento. 

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