Detienen a la pareja de Mónica la Vasca por su asesinato

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Dos años y tres meses después de la desaparición de Mónica de la Llana, los Mossos d’Esquadra han detenido al que fue su pareja, y principal y único sospechoso Carlos M., como presunto autor de la muerte y ocultación del cadáver. El hombre, que ahora tiene 53 años, negó y niega cualquier responsabilidad con la desaparición de la víctima. Tras su detención, se negó a colaborar con los investigadores que tienen ahora como prioridad la localización del cuerpo. No será fácil. Los Mossos de la Unidad Central de Desaparecidos de la policía catalana, especializados en las investigaciones de asesinatos con ocultación del cadáver, lograron en los últimos meses desmontar la coartada del sospechoso, tras un detallado análisis de los datos de telefonía móvil que permitieron desmontar las contradicciones que aparecían en sus diferentes declaraciones. Tras su detención, un juzgado de instrucción de Valls ordenó su ingreso en prisión, comunicada y sin fianza.

La causa sigue abierta por homicidio, ocultación del cuerpo y maltrato físico y psicológico. Los investigadores y la policía científica acompañaron al sospechoso hasta su casa en un minucioso registro en el que estuvo presente su abogado. La policía trataba de encontrar restos biológicos e indicios que es ayudaran a determinar si la vivienda fue el escenario del crimen. Sí localizaron algunos objetos especialmente de valor para Mónica que los investigadores sostienen que la mujer nunca habría abandonado en aquella vivienda si la desaparición hubiera sido voluntaria. Entre ellos está una mezcladora de sonido –la pasión de la mujer era la música electrónica– que era su posesión más preciada, además de la documentación personal de la desaparecida.

Su último mensaje

La vivienda es una vieja casa de piedra compuesta de varias plantas, que cuenta con un sótano. Los Mossos creen que Carlos asesinó a Mónica la noche del 20 al 21 de julio de 2022, tras una violenta discusión, y que después trasladó el cuerpo para ocultarlo en algún lugar que desconocen. El jueves 21 de julio de 2022, el teléfono de Mónica dejó de emitir señal. Aquel mediodía había quedado con una amiga para comer. “Al final no has venido, ya me dirás por qué no has podido venir”. No hubo respuesta. La amiga se quedó preocupada. Días antes, Mónica le había escrito: “Ya te contaré lo que me está pasando”.

La última vez que alguien recibió noticias de ella fue la víspera de su desaparición. Un amigo recibió el mensaje: “Mañana iré a por ropa, ahí a tu casa”. Tampoco apareció. Ninguno de los dos dio la voz de alarma. Tampoco era tan inhabitual que Mónica se ausentara sin avisar. “Era complicado seguirle los pasos”, explica María Jesús, la hermana de la víctima, que en estos dos últimos años ha liderado en las redes sociales y los medios de comunicación una campaña de difusión para que la desaparición no quedara en el olvido.

Activa en redes

Mónica se había mudado con una pareja reciente, Carlos, a un pequeño pueblo del Priorat, La Morera de Montsant, con poco más de un centenar de habitantes. No tenía trabajo, aunque de forma esporádica ejercía como camarera en algún restaurante de la zona. Aquel fin de semana en el que se le perdió el rastro, tenía apalabrado trabajar un turno en un bar de Vilanova i la Geltrú. Pero las alarmas saltaron cuando pese a saber que su madre iba a ser operada, no la telefoneó para interesarse por ella. La mujer podía dejar de dar señales durante días, pero su familia sabía de ella a partir de la intensa actividad que tenía en las redes sociales. Era una manera de saber que estaba bien. “Cuando vi que no había compartido nada y que no se conectaba a WhatsApp desde el 21 de julio, pensé, ‘no es normal’. Sus amigos tampoco sabían nada de ella”, contaba meses atrás María Jesús.

Denuncia por desaparición

Fue otra expareja la que alertó a la madre de la víctima. “No sé nada de Mónica, el último día que hablé con ella fue el 18, por Telegram, qué raro que no me conteste, no sé nada de ella”. Ese mismo día, la familia se trasladó a la comisaría de los Mossos d’Esquadra de Valls, en Tarragona, y presentaron la denuncia por desaparición. Mónica necesitaba medicación para el asma y también para una arritmia. No se la llevó consigo, y la policía comprobó que tampoco la había cogido con posterioridad. Pese a ser la última persona que la vio con vida, el comportamiento de Carlos empezó a levantar sospechas, especialmente en la hermana de Mónica.

El hombre no se puso en contacto con la familia y tampoco alertó a los Mossos de la ausencia de la mujer. Cuando algún vecino le preguntaba por la mujer, él se limitaba a decir que se había marchado. En su primera declaración contó a los investigadores que aquel 21 de julio la había dejado en la parada de autobús de un pueblo cercano, Cornudella de Montsant. Dijo que la llevó hasta allí a las dos de la tarde para que ella fuese a trabajar. La familia de la desaparecida no tardó en poner el foco sobre Carlos. Y advirtieron a los policías de que mentía porque ese día Mónica no tenía que ir a trabajar.

Relación tormentosa

Además, el conductor del autobús negó haber visto a Mónica subir al vehículo. Los repetidores de telefonía móvil confirmaron que el teléfono móvil de la mujer nunca salió del área de cobertura de La Morera y fue allí donde le ubicó la última señal que dio antes de ser apagado. Desde ese momento, tampoco se registró ningún movimiento en sus cuentas bancarias. La familia no conocía a Carlos, algunos amigos de Mónica sí habían coincidido con la pareja, y aseguraron que la relación entre ambos era “bastante tormentosa”. Y recuerdan el día que la dejó “tirada” en una gasolinera tras una discusión. Su hermana guardaba y entregó al juzgado una grabación de más de dos horas en la que consta el maltrato físico que Carlos ejercía hacía Mónica, aunque esta nunca se atrevió a denunciarlo.

Algunos fragmentos de esa grabación fueron publicados por el periodista Guillem Sánchez en El Periódico de Catalunya. En el audio se escuchaba cómo Carlos golpeaba a Mónica y cómo la amenazaba: “Como vuelvas a decir otra vez que te pego, te juro por Dios que te entierro yo”. Hay más amenazas: “Mañana te va a pagar mi puto padre. ¿Sabes por qué? Porque va a tener la suerte de poder pagarte él”, le suelta Car- los a Mónica, que en el audio reacciona con miedo porque es consciente de que el padre llevaba un tiempo muerto. “Lo primordial ahora es encontrar el cuerpo de mi hermana para que tanto ella como la familia podamos descansar en paz”, asegura María Jesús. 

Localizar el cuerpo

Las investigaciones se centran en localizarlo. “Es una zona muy amplia, con mucho terreno, por lo que es como estar buscando una aguja en un pajar. ¿Qué hizo con el cuerpo? Vete tú a saber, la pudo enterrar en alguna zona próxima al domicilio o arrojarlo al pantano de Siurana, que no está muy lejos de dónde vivía”, reflexiona en voz alta la hermana. La familia ni siquiera sabía que Mónica vivía con Carlos hasta la desaparición. “No le conocemos de nada. No sabemos cómo es, si tiene una personalidad dura y no dirá nada o si llegado un momento se derrumbará y dirá qué hizo con su cuerpo”. Mónica de la Llana tenía 44 años en el momento de su desaparición. Había nacido en Irún, era la menor de tres hermanos. Hija de Guardia Civil, vivió en la casa cuartel del barrio de Belaskoenea hasta que a los veinticinco años se mudó con su familia a Valls, en Tarragona. Mónica la Vasca, como era conocida, era de salud delicada y odiaba estar sola.