Así se fraguó la detención de Carlos ‘El Yoyas’

Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Actualizado a 3 de julio de 2024, 06:38

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El 26 de junio, Fayna Bethencourt durmió tranquila por primera vez en diecinueve meses, el tiempo que incomprensiblemente permaneció huido su maltratador. A las seis de la madrugada de ese miércoles, medio centenar de policías armados hasta los dientes de la Policía Nacional y de los Mossos d’Esquadra irrumpieron en la casa en la que Carlos Navarro, alias El Yoyas, permanecía escondido. En el instante en el que se le comunicó que estaba detenido y mientras le esposaban, una inspectora de la UFAM central, la unidad de la Policía Nacional especializada en violencias machistas, telefoneó a Fayna y le dio la noticia. Durante estos diecinueve meses Carlos Navarro ha contado con el apoyo de su familia, de su padre, de una de sus dos hermanas, el marido de esta, y de una pareja sentimental a la que la policía fotografió en el último mes entrando con frecuencia a la casa para permanecer horas con el fugitivo. Diecinueve meses en los que El Yoyas permaneció oculto en diferentes escondites de la urbanización Les Pinedes de l’Armengol, en el municipio barcelonés de Torre de Claramunt. Una urbanización a hora y cuarto en coche de la capital que el hombre conocía bien porque sus padres tenían alquilada a unos amigos una parcela con casa, huerto y jardín, donde finalmente montó el zulo en el que fue detenido.

Llamadas anónimas

En todo este tiempo, montaron guardia a las puertas de esa casa un montón de periodistas que como los investigadores recibieron llamadas anónimas de vecinos que aseguraban haberle visto saliendo a comprar tabaco en los bares de la urbanización. El problema es que cuando llegaban los policías, El Yoyas se esfumaba como un fantasma. No fue hasta mayo que los grupos de fugitivos de los Mossos d’Esquadra y de la Policía Nacional crearon un equipo conjunto y se pusieron en serio con la detención. Carlos Navarro llevaba ya demasiado tiempo riéndose de la justicia, de las víctimas y de Fayna, que casi suplicaba en medios de comunicación y sus redes sociales que se le detuviera. El Yoyas decidió no cumplir con la orden judicial de entrar en la cárcel en noviembre de 2022, tras ser sentenciado a cinco años y ocho meses de cárcel por un delito de maltrato habitual, cuatro de lesiones y dos delitos de vejaciones y amenazas contra su exmujer, y en presencia de sus hijos. Por entonces concedió dos entrevistas en las que advirtió, amenazador, que no pensaba entregarse.

En este tiempo, los Mossos entablaron conversaciones con su familia para que le convenciera de ingresar en prisión. La estrategia no funcionó y se centraron en identificar y empezar a seguir a las personas que necesariamente le daban cobertura para sobrevivir. Y esos eran su familia y su pareja. En el último mes, mossos y policías nacionales vigilaron al padre, la hermana, un cuñado y la novia. Los grabaron y fotografiaron entrando y saliendo de la vivienda en la que aparentemente no vivía nadie más que dos perros, el de Carlos y el de una hermana. Las imágenes que acompañan a esta crónica muestran a los familiares accediendo a la casa cargados con bolsas de un supermercado. Cargamentos de comida y enseres que después no salían.

Con toda esa información, los policías redactaron un informe de siete páginas solicitando a la jueza de Las Palmas de Gran Canaria la autorización para entrar en el domicilio pese a no disponer de ni una imagen del fugitivo. “No lo vimos ni una sola vez, pero demostramos a la magistrada que estaba escondido allí dentro”, indica a Lecturas un investigador. Otras pruebas aportadas fueron los análisis del consumo de electricidad de la vivienda en los momentos en los que no había familiares, o la señal térmica de presencia en el interior de la casa obtenida por la cámara de un dron que sobrevoló el inmueble.

Una vez dentro, los investigadores confirmaron sus sospechas. El Yoyas había convertido los 30 metros del salón en un refugio blinda- do en el que poder sobrevivir sin salir al exterior. Había forrado las ventanas y hacía algo de ejercicio con una bicicleta estática y una cinta para caminar. Desmejorado y blanquecino, con aspecto de harapiento aún tuvo ánimo para vacilar a unos policías que no le rieron las gracias: “La próxima vez llamad a la puerta que os abro”. Esa misma noche durmió, por fin, en prisión. 
 

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