La vergüenza cambió de bando. Es posible que todavía no seamos capaces de valorar la magnitud del gesto de Gisèle Pélicot. La aportación a la lucha contra las violencias sexuales que significa que esta jubilada francesa de 72 años decidiera plantarse a cara descubierta ante el mundo para detallar cómo su marido ofreció su cuerpo a más de un centenar de hombres que durante diez años la violaron mientras él grababa las atrocidades. Hay tanta dignidad en la decisión de esta víctima que el mundo se hace pequeño ante su fortaleza. El individuo con el que convivió más de cincuenta años, con el que tuvo tres hijos y siete nietos, ofreció su cuerpo inerte, pero fracasó en su objetivo de matarla en vida. A las mujeres se nos exige ser valientes. La actitud de Gisèle no es valentía, es compromiso, solidaridad y el deseo de que su historia sirva a otras mujeres con miedo a dar el paso y denunciar, con la cabeza bien alta y sin vergüenza.
Eran sus vecinos
La vida de esta mujer era feliz. Con una familia maravillosa y un marido estupendo al que le gustaba pedalear por los alrededores de Mazan, un pueblo del sur de Francia donde se habían mudado ocho años atrás. Una mañana recibió una llamada de la comisaría. El policía le pidió que se acercara para ver unas imágenes. Clasificadas en carpetas del disco duro del ordenador de su marido, había vídeos en los que ella aparecía dormida, inerte, tumbada en la cama de su dormitorio al que accedían decenas de hombres que la agredían sexualmente. Violadores que los investigadores supieron después que el marido contactaba por Internet y que eran vecinos de la zona. Aunque en las imágenes se distinguieron a casi un centenar, los policías solo pudieron identificar a 51. Algunos con antecedes por delitos sexuales y casi todos con buenas profesiones. Un periodista, un bombero, un militar, un policía de prisión... Hijos, padres, hermanos y amigos.
Un pudor desgarrador
El caso salió a la luz en 2020, pero apenas tuvo repercusión. Los investigadores y los periodistas respetaron el anonimato de la víctima, por expreso deseo de ella. Una actitud de mantenerse a la sombra y a escondidas por vergüenza que hoy en día sigue siendo el común denominador de la gran mayoría de las víctimas de violencias sexuales. Un pudor desgarrador que las hunde más si cabe en un pozo oscuro del que cuesta asomar la cabeza. La iniciativa para que esa vergüenza cambiara de bando la inició la hija, Caroline Darian, quien escribió un libro y concedió entrevistas alertando sobre la sumisión química en las agresiones sexuales. La mujer, que sospecha que también pudo haber sido violada por su padre, fundó la asociación #Noteduermas. Y convenció a su madre para que el juicio, que empezó en Aviñón, se celebrara en audiencia pública, con la presencia de los medios de comunicación que han inmortalizado los rostros del monstruo y de los otros 51 violadores igual de culpables, hombres que bajaron la cabeza el día que declaró la víctima y que han tratado de no ser fotografiados.
“Es hora de que la que vergüenza cambie de bando”, declaró el abogado de Gisèle. Una frase que las feministas repetimos desde hace años y que resume la relevancia histórica de este proceso. “Lo hago en nombre de todas esas mujeres que quizás nunca serán reconocidas como víctimas”, proclamó Gisèle el día que arrancó la vista. Muchas feministas están acompañando a diario a Gisèle a las puertas del juzgado. Elsa Labouret, portavoz de la asociación Osez le féminisme!, la aplaude: “Su actitud es extremadamente digna. Rechaza la vergüenza, porque son quienes la violaron quienes deben cargar con ese peso. La vergüenza es uno de los grandes obstáculos para denunciar. Nos dicen que ser víctima de violencia sexual tiene un impacto sobre nuestra virtud, nos ensucia. Esa vergüenza juega un gran papel en la impunidad de los agresores”, advirtió en una entrevista en El País.
Tuvo que verse en fotos
Con falda roja y camisa blanca, Gisèle declaró el tercer día del juicio. Un relato ininterrumpido de hora y media en el que narró el infierno que supuso conocer lo que el hombre en el que confiaba había hecho con ella. Comenzó con la llamada de los policías. En la comisa- ría le preguntaron si tenía una sexualidad normal, si practicaba intercambios. “Les dije que nunca, que soy mujer de un solo hombre”. El horror no había hecho más que empezar. “Le vamos a mostrar cosas que no le van a gustar”, le advirtieron. “‘Señora, ¿se reconoce en esta foto?’, me preguntaron. Yo no reconocía ni la mujer ni a la persona que estaba al lado, a mi lado”. Sin interrupciones contó cómo en esas dos primeras fotografías “yo estaba en mi cama, inerte y un hombre estaba a punto de violarme”. Los policías quisieron mostrarle un video, pero no pudo. No podía soportarlo.
En septiembre de 2020, Dominique Pélicot, hoy con 71 años, fue detenido en un supermercado de Carpentas cuando grababa a varias clientas por debajo de sus faldas. En ese momento, el hombre se excusó asegurando que había actuado “por impulsos incontrolables”. Gisèle relató al juez cómo cada vez se olvidaba de más cosas, que sufría ausencias que atribuía al alzhéimer. Rememoró las mañanas que despertaba cansada, con incomprensibles dolores y molestias genitales; y el diagnóstico de enfermedades venéreas que no entendía cómo había contraído. La víctima quiso contar el proceso de reconstrucción en el que sigue inmersa. Y cómo salió de aquella casa que había sido su hogar durante 50 años, con dos mal tas y un gato.
“Era todo lo que me quedaba. Estaba devastada. No tenía identidad”. El principal acusado reclutaba a los violadores en Internet. Solo 51 pudieron ser identificados. La mayoría asegura que no sabían que ella estaba inconsciente y que pensaban que era un juego entre el matrimonio. La detención del supermercado fue el inicio de una investigación en la que la Policía examinó el ordenador de aquel hombre para comprobar si había grabaciones anteriores. Lo que no esperaban encontrar era a la mujer del sospechoso violada por desconocidos en su propia casa. La mujer tardó en reunir la fuerza para visionar los videos. Con el tiempo los quiso ver todos. “Son escenas de horror, de violaciones insoportables en las que hay dos, tres hombres, sobre mí. No son escenas de sexo, son escenas de barbarie, de violencia. Aún no sé cómo mi cuerpo puede estar hoy aquí. La gente se preguntará ¿cómo esta mujer sigue en pie hoy?”. Los investigadores localizaron más de 20.000 vídeos y fotografías ordenadas meticulosamente por carpetas bajo el nombre de los violadores y las fechas en las que se cometían los abusos: ‘ABUS/noche del 26 de mayo de 2020 con MARC SODO por quinta vez’ o ‘ABUS/noche del 09/06/2020 con Charly por sexta vez’.
Gisèle preguntó cómo fue posible que ninguno tuviera la lucidez para pensar que allí pasaba algo raro. “Me trataban como una muñeca, yo era una bolsa de basura”. Ni llamaron a la Policía los violadores, ni los que al llegar a la vivienda, dieron media vuelta y se largaron de un portazo. Los investigadores sospechan que fueron media docena. Ni uno solo tuvo la empatía con aquella mujer, la clemencia o la solidaridad para alertar a la policía. Podría haber sido una llamada anónima. Una carta sin remitente en un buzón. Pero no. Ninguno hizo nada. Callaron y siguieron con sus vidas como si nada. Porque eso era para ellos aquella mujer inerte, nada.