Los dos divorcios de Marta Chávarri tuvieron lugar con tan solo 5 años de diferencia, y con unos resultados que no pudieron ser más diferentes. Si su ruptura en 1990 con Fernando Falcó acabó siendo favorable para él, su separación de Alberto Cortina, en 1995, la tuvo a ella como, claramente, la beneficiada. Un divorcio millonario que hizo historia nada más se hizo público.
La separación de Carlos Falcó, la más dolorosa
Marta Chávarri habría hecho las cosas de otro modo. Habría roto con el padre de su único hijo de otra manera. Quizás le habría pedido que se sentara, que tenían que hablar de algo importante. Quizás, habría sido ella la primera en pronunciar el nombre de la otra persona. “Fernando, estoy enamorada de otro hombre”. Y quizás, si aquella portada con las fotos de la ‘socialité’ y Alberto Cortina no se le hubiera adelantado, todo habría sido diferente. Paro la historia es la que es. Nunca tuvo la oportunidad de tener esa conversación previa y Falcó desayunó esa mañana de febrero de 1989 con las imágenes de su mujer con otro.
Fue el divorcio más duro, al menos emocionalmente, para Marta Chávarri. Los términos parecían claros: de ese matrimonio, ella no se llevaba nada. Ni si quiera a su hijo. La custodia de Álvaro Falcó, de 7 años, era para el padre. Qué penitencia tan cara tendría que asumir por haber cometido el error de enamorarse de otro hombre.
Marta Chávarri apostó absolutamente toda su vida a su nuevo amor. Sabía que había arriesgado mucho, pero ella estaba convencida que, de algún modo, le merecería la pena. ¿Acaso le quedaba otra opción que pensar de ese modo?
1995, el año del millonario divorcio de Marta Chávarri y Alberto Cortina
La pareja se casó en 1991, de una manera discretísima y en una finca. Los novios, Marta Chávarri y Alberto Cortina habían protagonizado uno de los mayores escándalos de finales de los 80 y principios de los 90. Se casaron, quizás, porque ‘tocaba’; Pilar Eyre asegura que fue un “gesto caballeroso” por parte del banquero. “Alberto se casó por un impulso caballeroso y Marta porque no sabía qué hacer con su vida, pero la pasión de los primeros tiempos ya había desaparecido y ninguno de los dos supo qué poner en su lugar”.
Los meses pasaban y los dos sentían que, entre ellos, nada era como antes. Aquel frenesí del principio se había esfumado por completo. A él le quedaban sus negocios y a Marta sus reuniones, sus amigas y sus hermanas y hermano. “Para que Marta se entretuviera, él le regala un fabuloso palacete en la calle Serrano con un enorme jardín y le da carta blanca para que lo decore”. Un hobby, un estar ocupada. Y así pasan los días.
Finalmente, Marta Chávarri y Alberto Cortina rompen en el verano de 1995. Están aburridos el uno del otro y, entre ellos ya no queda absolutamente nada. El acuerdo de divorcio deja a la prima de Natalia Figueroa en una posición cómoda para el resto de su vida. Su ex marido le cede varios inmuebles, que ella podrá explotar o vender de la manera que considere. Además, acuerdan que él deberá pasarle, de forma vitalicia, una pensión de un millón y medio de pesetas, que, al cambio, rondaría los 10.000 euros al mes. También correría a cargo del personal de servicio de la vivienda de Marta.
Cuando Marta Chávarri falleció, lo hizo en su domicilio. Un ático en el Barrio de Salamanca, que no procedía del divorcio con Cortina, sino que ella adquirió en 2009; tal y como fecha Vanitatis. Un enorme piso de 145 metros cuadrados, muy luminoso y con una estupenda terraza. Su lugar de refugio. Entre estos metros, pasó la mayor parte de sus últimos años de vida, pintando, reuniéndose con amigas, recibiendo las visitas de su hijo. Nunca llegó a vivir en ese palacio-hobby que Cortina le compró; no le hizo falta. Ella se compró el suyo propio.