Situémonos en el tiempo. En el año 1991, Marta Chávarri acaba de separarse de su marido, el marqués de Cubas, Fernando Falcó, y su relación con Alberto Cortina había pasado de ser secreta a ocupar páginas y páginas en medios rosas (y hasta en periódicos dedicados a las finanzas). Es una de las mujeres más perseguidas del país, y ella ansía una única cosa: que la dejen en paz. A menudo, harta de todo lo que está viviendo, se lo cuenta a su hermano favorito, Álvaro, que nació inmediatamente después que ella. Se desahoga con él y él le da ánimos. Pero, un fatídico día, Marta recibe una llamada de teléfono: su hermano ha muerto.
Álvaro Chávarri muere sin haber cumplido los 30, y lo hace en la carretera; mientras conducía una moto. Álvaro lo era todo para Marta. Le amaba tanto, que hasta el nombre de su hijo era un homenaje a esa figura masculina que siempre había estado de su lado.
Los Chávarri eran (y son) una piña. Se habla mucho de la relación de Marta con sus hermanas, Isabel y María, pero lo cierto es que su primer confidente fue Álvaro. Él era su debilidad. Una debilidad de la que tuvo que despedirse demasiado pronto. El duelo de su pérdida lo hizo arropada por el resto de hermanas y hermano, Gonzalo, el pequeño. Pero a la rubísima Marta le costaba hacerse a la idea de que nada volvería a ser lo mismo. ¡Con la falta que le hacía! ¡Y en un momento tan crucial de su vida!
1991, el año de las luces y de las sombras de Marta Chávarri
A comienzos de la década de los 90, Marta Chávarri venía de protagonizar dos escándalos seguidos. ¿El primero? Su relación furtiva con Alberto Cortina. Los dos estaban casados, pero se enamoraron locamente. Vivieron una primera etapa de su noviazgo en secreto, entre visitas a hoteles y viajes clandestinos. Al final, en 1989, estalló la bomba y no se pudo hacer más que reconocer lo que ya era un secreto a voces salvo para sus parejas.
Marta Chávarri se separó del padre de su único hijo y tuvo que ver cómo la justicia de la época no le daba a ella la custodia del pequeño Álvaro, que entonces tenía 7 años. Él seguiría viviendo con su padre, su madre quedaba expulsada fuera del domicilio familiar. Ella sería las visitas, los fines de semana. El peor puñal para la afligida Marta. Perdía dos Álvaros en menos de dos años. ¿Podría aguantar su corazón tanto dolor? A veces lo dudaba.
Y el segundo escándalo, el de la humillación pública. El de las risas, el del escarnio de toda la opinión machista de la época. Sus famosas fotos. Unas fotos que la pusieron en el disparadero de los más crueles y Marta Chávarri solo quería dejar de existir y que se la tragara la tierra. Desaparecer. Pero no lo hizo, aunque sí se volvió más reservada. Más discreta. Con el tiempo, se volvería una auténtica maestra de esto. Del arte de la invisibilidad. Pero para eso aún quedaba. Antes, tenía que dar un nuevo ‘sí, quiero’.
El 1991 de la fallecida Marta Chávarri fue una verdadera montaña rusa. Tras hacer frente a los sinsabores de su separación y a la tragedia de perder a su hermano, la aristócrata nieta del conde de Romanones, alternaba las lágrimas con la alegría de preparar una boda. Eso sí, fue muy diferente a la primera.
Las dos bodas de Marta Chávarri
Los dos enlaces de Marta no tuvieron nada que ver. La primera, en 1982, con Fernando Falcó, fue en la catedral de Plasencia y ante 600 personas. La segunda, nueve años más tarde, con Alberto Cortina y en la finca Las Cuevas. “Fue Fue una boda sin fotos y sin alegría, oficiada por un juez de paz”, escribe Pilar Eyre en al su blog para Lecturas. La periodista asegura que ese enlace se produjo porque Cortina se sintió “terriblemente culpable y creyó que el único camino de reparación pasaba por casarse con Marta”. Las fotos de Marta habían sido usadas para hundir a Cortina, para hacerle chantaje. Y ella, como si solo fuera un vehículo para el dolor y no la diana del mismo, no pudo decir otra cosa que no fuera, ‘sí, quiero’.
Mientras unos pensaban que ella lo tenía todo, Marta Chávarri sentía que no le quedaba nada. Y el vacío lo llenaba con actividades superfluas que habría cambiado sin pensar por una última conversación con Álvaro, el hombre que mejor la entendió.