Cada vez que queremos abordar algún tema relacionado con la realeza y el protocolo, hablamos con María José Gómez Verdú. La experta en protocolo y etiqueta, desde su experiencia y con la pasión que tiene por este ámbito, siempre nos da las claves sobre las normas que tienen que seguir los reyes, reinas, príncipes y princesas en las diferentes situaciones a las que se enfrentan tanto en su día a día como en eventos excepcionales.
En los últimos meses, hemos hablado con Gómez Verdú de cuestiones como las prohibiciones que tienen que cumplir algunos miembros de familias reales, sobre qué meten los royals en sus maletas, sobre los errores de protocolo que algunos representantes de las Coronas cometen de vez en cuando, sobre el significado de la no presencia y la presencia de los royals en algunos eventos concreto… Pero en esta ocasión, hemos hablado con ella para conocer más a fondo su trabajo, para que nos cuente algunas anécdotas y para que nos dé su parecer sobre aspectos relacionados con el protocolo y los royals.
María José Gómez Verdú
Con el entusiasmo que le caracteriza y con la trayectoria que le avala, la experta en protocolo y etiqueta ha respondido a las preguntas. María José, que comenzó en este sector por curiosidad, vio en este ámbito una vocación que, tal y como ella misma nos ha dicho, “he cultivado con dedicación y formación específica, tanto en España como, muy especialmente, en Italia, donde el protocolo se vive como una verdadera forma de arte social”. Gómez Verdú nos ha contado que “con el tiempo me especialicé en la parte más mediática: la realeza, los eventos internacionales y el protocolo como herramienta de comunicación”.
Una formación que le permitió crecer profesionalmente en un ámbito lleno de matices y adquirir unos conocimientos que hoy comparte “a través de formaciones, eventos, redes sociales y publicaciones como Protocolo Pop, con el objetivo de acercar el protocolo a un público actual, curioso y con ganas de entender qué hay detrás de cada gesto”. Todo esto lo lleva a cabo con una entrega con la que también ha respondido a las cuestiones que le hemos planteado.
¿Cuál es la función de un experto en protocolo dentro de una Casa Real?
La labor de un experto en protocolo en el ámbito real es garantizar que todo lo que se hace, desde cómo se recibe a una autoridad hasta cómo se colocan los cubiertos, esté alineado con la institución que representa. Detrás de cada gesto hay un mensaje, y el protocolo asegura que ese mensaje sea coherente, elegante y eficaz.
Las casas reales suelen tener sus propios departamentos de protocolo y comunicación, a veces incluso equipos completos que trabajan en coordinación con otras instituciones del Estado. Cada acto se prepara con enorme detalle: precedencias, saludos, ubicación, duración de los discursos, incluso el código de vestimenta según el país o la tradición. Nada es improvisado.
¿Has trabajado en alguna ocasión con alguien relacionado con la realeza?
He trabajado con personas que, sin pertenecer a casas reales, han tenido que prepararse para representar a instituciones ante figuras de altísimo nivel. Aunque no puedo dar nombres por confidencialidad, sí te puedo contar una anécdota: una persona me preguntó si, en un acto con miembros de la realeza europea, podía evitar el saludo con reverencia porque "no se sentía cómoda". Al final, el gesto se adaptó de forma elegante, sin faltar al respeto pero respetando también su identidad. Ahí comprendí que el protocolo no es rigidez, sino inteligencia relacional.
¿Cuál es el evento real más difícil de preparar o gestionar desde el punto de vista del protocolo?
Cada evento real tiene su nivel de complejidad, pero si tuviera que señalar el más exigente desde el punto de vista del protocolo, sin duda diría que los funerales de Estado y las coronaciones. Ambos comparten un elemento clave que los hace especialmente delicados: el simbolismo. Son ceremonias donde cada gesto, orden, música, vestimenta y ubicación tiene un peso histórico, institucional e incluso diplomático. No hay margen para errores.
Cordon Press
En un funeral de Estado, por ejemplo, no solo se rinde homenaje a una figura nacional, sino que se activa una maquinaria internacional que involucra a jefes de Estado, Casas Reales extranjeras, clero, fuerzas armadas y ciudadanía. El protocolo debe equilibrar solemnidad, tradición y representación. Todo está cronometrado al segundo, desde el lugar que ocupa cada invitado hasta cómo se dobla una bandera o cuántos pasos da el cortejo.
Un detalle curioso es que la música en los funerales reales no se elige solo por sensibilidad emocional, sino por precedentes históricos, rango del fallecido y el mensaje político que se quiere transmitir.
Y luego están las coronaciones, que no solo exigen perfección en la ejecución ceremonial, sino que además proyectan una imagen de continuidad y renovación. Son eventos únicos, con rituales que se preparan durante años (literalmente). Basta con ver el reciente ejemplo de Carlos III, donde cada elemento, desde la corona hasta el aceite de la unción, estaba cargado de siglos de significado.
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En cambio, aunque las bodas reales y cenas de gala requieren una enorme preparación, su margen de espontaneidad es ligeramente mayor. Pueden permitirse algún detalle más actual, más personalizado. Pero en una coronación o un funeral… No hay plan B.
¿Cuáles son los mayores retos de protocolo a los que se enfrentan los royals que llegan a las familias reales como ‘parejas de’?
Uno de los mayores retos es que no hay un 'periodo de adaptación formal'. Una persona que entra en la familia real como pareja pasa, de repente, de una vida privada a una vida con foco constante, y debe aprender a manejarse en actos oficiales, en diferentes culturas, idiomas e incluso reglas no escritas. Y todo eso, delante del mundo entero.
No se trata solo de saber qué cuchillo usar en una cena de gala. Es comprender tu papel como representante institucional, en cada gesto, cada palabra, cada paso.
Un ejemplo muy claro es el caso de la reina Letizia. Pasó de ser una periodista televisiva con un estilo directo y contemporáneo, a convertirse en reina consorte de una de las monarquías más antiguas de Europa. Su transformación no fue solo estética. Debió aprender en tiempo récord a manejar saludos diplomáticos, precedencias, lenguajes simbólicos y hasta cuándo hablar… Y cuándo no. Y todo eso, bajo una presión mediática enorme. Hoy su dominio del protocolo es tan sólido que, muchas veces, es ella quien marca el tono en actos institucionales.
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Otro ejemplo lo encontramos en Kate Middleton, princesa de Gales. Aunque su transición fue más progresiva, tuvo años como novia antes del matrimonio, también vivió una inmersión total en los códigos de la casa Windsor. Desde cómo caminar en procesiones reales hasta qué tiara llevar según el evento, pasando por el dominio absoluto de la neutralidad diplomática, que se traduce hasta en la elección de los colores del vestuario. El protocolo no la ha borrado, ha sabido adaptarse sin dejar de ser 'Kate', y eso también es un logro.
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Ambas demostraron que el protocolo no se trata de perder personalidad, sino de saber canalizarla dentro de un marco institucional. Y eso requiere temple, formación, observación y, sobre todo, mucha inteligencia emocional.
¿Qué tal ha hecho esto Letizia desde tu punto de vista?
Lo de Letizia ha sido, sin duda, un máster intensivo en protocolo en tiempo récord. Pasó de periodista a reina consorte con una transición no solo simbólica, sino institucional y profundamente mediática. Su adaptación ha sido firme, meticulosa y técnicamente impecable. Domina la precedencia, el lenguaje no verbal, la expresión en actos oficiales y los tiempos institucionales con absoluta precisión.
Casa de S.M. el Rey
Sin embargo, desde una perspectiva más crítica y profesional, podríamos decir que en ocasiones ha mostrado una excesiva rigidez en su interpretación del protocolo, lo que ha limitado ciertos gestos de naturalidad o cercanía que también forman parte del lenguaje monárquico moderno. El equilibrio entre formalidad y espontaneidad es difícil, y Letizia, aunque siempre correcta, a veces transmite una imagen demasiado contenida, incluso distante, que contrasta con otras royals de su generación.
Kate Middleton, por ejemplo, ha sabido jugar con ese equilibrio. Ha interiorizado perfectamente el protocolo británico , uno de los más estrictos del mundo. pero mantiene una actitud serena, natural y accesible. Su sonrisa constante, su conexión con el público y su lenguaje corporal sencillo pero efectivo la hacen una figura cercana sin perder la solemnidad de su papel.
Máxima de los Países Bajos es otro ejemplo interesantísimo. Aporta calidez, presencia y espontaneidad sin dejar de ser impecablemente institucional. Ha sabido imprimir su estilo personal a la función sin romper con las formas tradicionales, lo que demuestra que el protocolo no está reñido con la autenticidad.
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¿Destacarías a algún miembro de la realeza como el que mejor ha trabajado el protocolo o que haya sentado precedente a la hora de trabajarlo?
Destacaría a la reina Rania de Jordania. Ha conseguido usar el protocolo como una forma de diplomacia suave: impecable en los códigos tradicionales, pero con una capacidad innata para actualizar la imagen de la realeza y conectar con públicos muy distintos sin romper nunca la línea institucional. Es el claro ejemplo de cómo el protocolo puede ser una herramienta de modernidad y proyección global.
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También es imposible no mencionar a la princesa Diana, quien supo humanizar el protocolo sin destruirlo. Ella fue pionera en traducir los gestos institucionales a gestos emocionales, con abrazos, contacto visual y cercanía real con personas vulnerables. A pesar de que muchas de sus acciones fueron vistas en su momento como rupturas, en realidad fueron avances que hoy son parte del lenguaje moderno de muchas casas reales.
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En el caso español, hay que reconocer el papel fundamental de la reina Sofía. Su dominio del protocolo es intuitivo y profundo. Nunca ha necesitado forzarlo, porque forma parte de su forma de estar. Su elegancia, su discreción y su respeto absoluto por los tiempos y formas de la institución la han convertido en una figura intachable desde el punto de vista protocolario. Incluso en los momentos más complejos a nivel familiar o institucional, ella ha mantenido siempre la compostura exacta que el cargo exigía. Es, para muchos, la gran maestra invisible del protocolo moderno en España.
El rey Felipe VI, por su parte, representa una figura absolutamente sólida y sobria en materia de protocolo. Su formación es impecable, y eso se nota en su lenguaje corporal, en su claridad institucional y en su sentido del deber. Nunca hay excesos, ni improvisaciones fuera de tono. Es un jefe de Estado que comunica autoridad sin rigidez.
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Y, por supuesto, no podemos dejar fuera a la reina Isabel II, cuya vida entera fue una lección de coherencia protocolaria. Su reinado demostró que el protocolo no es inmovilidad, sino continuidad. Su forma de estar, de vestir, de expresarse y hasta de saludar hablaban siempre por la institución, incluso cuando ella permanecía en silencio.
¿Cómo valoras que en ocasiones haya miembros de las realezas europeas que se saltan el protocolo?
Que lo notamos todos. Pero hay una diferencia entre transgredir con intención y hacerlo por desconocimiento. Cuando un royal “rompe” el protocolo con sentido, por ejemplo, abrazar a alguien en un momento emocional, puede tener un impacto positivo. Pero lo interesante no es tanto el hecho de romper el protocolo, sino el cómo y el porqué. Cuando se trata de errores improvisados, caprichos o simplemente descuidos, lo que se percibe es desorden, falta de preparación… O peor, falta de respeto institucional.
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Lady Di, por ejemplo, fue una transgresora elegante. Se saltó muchos códigos, sí, pero con el propósito de conectar con la gente. Cuando tocó a enfermos de sida en los 80, algo impensable entonces, lo hizo para humanizar la monarquía. Lo mismo cuando prefería gestos espontáneos, como agacharse para hablar con niños a su altura, algo que rompía el esquema de verticalidad.
Por el contrario, cuando el príncipe Harry y Meghan Markle tomaron decisiones como no presentar a su hijo Archie ante la prensa o separarse públicamente del marco de Buckingham, las rupturas de protocolo dejaron de ser gestos individuales y pasaron a percibirse como desafíos a la institución. Ahí el impacto es otro, se transforma en controversia, no en cercanía.
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También hay ejemplos más cotidianos: desde Kate Middleton con sus pequeños toques de naturalidad, como llevar a sus hijos de la mano sin rigidez, hasta Letizia, que en algún acto ha generado titulares simplemente por apartarse un mechón de pelo de forma insistente. Detalles mínimos, pero que, en protocolo, hablan tanto como una declaración oficial.
'Romper' el protocolo no es pecado si se hace con propósito, conocimiento y sensibilidad. El problema es cuando se hace sin entender el mensaje que se transmite. Porque en protocolo, cada gesto comunica, incluso cuando no lo parece.
¿Hay algo que consideras que un miembro de la realeza no se debe saltar jamás desde el punto de vista de protocolo?
La precedencia institucional. Porque ahí no se trata solo de protocolo, sino de respeto al orden del Estado. Saltarse esa norma desordena el relato político. Y en cuanto a comportamiento, nunca debería perderse la cortesía: la puntualidad, el saludo correcto y el respeto a los símbolos nacionales no son negociables.
¿Ha cambiado algo del protocolo con la llegada de royals como la reina Letizia, Kate Middleton, Meghan Markle…?
Sí, sin duda. Todas ellas han traído un aire más contemporáneo. Se han relajado ciertas formas, especialmente en el vestuario o en el lenguaje corporal. Las redes sociales también han obligado a las casas reales a cuidar aún más el impacto visual, porque ahora una imagen se convierte en titular en segundos. Pero, curiosamente, cuanto más se relaja el protocolo, más importante es dominarlo para saber cuándo y cómo no seguirlo sin error.
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En cuanto a la princesa Leonor, ¿cómo ves su aprendizaje?
Leonor está llevando a cabo una evolución muy positiva. Su paso por el Elcano, sus discursos y su forma de estar en los actos públicos muestran preparación, serenidad y respeto institucional. Se nota que hay trabajo detrás, pero también mucha intuición y naturalidad.
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Es cierto que su incorporación a los actos oficiales ha sido más tardía que la de otras princesas europeas, como Ingrid Alexandra o Amalia de los Países Bajos, que comenzaron antes su exposición pública. Sin embargo, esta estrategia más pausada ha permitido a Leonor consolidar una imagen sólida y bien cuidada.
Aún comete pequeños fallos de protocolo, algo completamente normal a su edad, pero lo interesante es ver cómo su padre, el rey Felipe VI, la va corrigiendo con gestos discretos, algo que también transmite cercanía, complicidad y naturalidad en su aprendizaje.
¿Hay algún tip que le darías a la princesa de Asturias ahora que estamos viendo cómo se desenvuelve y que cada vez tiene que hacerlo más?
A la princesa de Asturias le daría un consejo que va más allá del protocolo técnico: que confíe en la elegancia del gesto contenido. Ya ha demostrado que domina la compostura, pero ahora el reto está en hacer que cada movimiento, una sonrisa, una mirada, una pausa, tenga intención. A su edad, transmitir autoridad sin perder frescura es un equilibrio delicado, pero alcanzable si se mantiene fiel a su estilo.
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También le animaría a trabajar más la comunicación no verbal, sobre todo las manos, que en ocasiones pueden parecer rígidas o inseguras. Un pequeño gesto aprendido, cómo colocarlas de forma natural durante los saludos o en momentos de espera, puede proyectar muchísima seguridad.
Y, sobre todo, que entienda que el protocolo no es una cárcel, sino una herramienta para comunicar bien. Cuanto más lo interiorice, más libertad tendrá dentro de sus límites.
¿Y a la infanta Sofía?
A la infanta Sofía, por su parte, le diría que su papel, aunque menos institucional por ahora, también tiene un enorme valor simbólico. Su espontaneidad es un punto fuerte, pero el reto está en canalizar esa frescura sin perder formalidad en actos públicos. Le aconsejaría observar mucho, como ya hace, pero también empezar a entrenar su propio lenguaje corporal, ya que aunque no será reina, será figura pública siempre. La coherencia en su estilo personal, su forma de vestir, hablar y moverse será clave para construir una imagen propia, que la distinga sin eclipsar.
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Y un tip muy concreto: cuidar la postura. Tiene una presencia muy luminosa, y potenciarla con una postura firme pero relajada la ayudará a proyectar seguridad sin sobreactuar.