Federica de Grecia: de los consejos a su hija mayor Sofía a su mala reputación y extraña muerte

La nieta del último káiser se casó con el resignado Pablo I de Grecia y, debido a su carácter, recibió duras críticas en un país que enviaría varias veces al exilio a su familia

Álex Ander

Periodista especializado en corazón y crónica social

Actualizado a 28 de abril de 2024, 15:30

Gtres
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Allá por 1960, no había para Sofía de Grecia mejor partido matrimonial que el príncipe español don Juan Carlos de Borbón. La boda de esta pareja, celebrada en mayo de 1962, fue fruto de una elaborada serie de intereses y constituyó uno de los últimos casamientos por razón de Estado de la historia dinástica europea. Contaba Juan Balansó en su libro 'Por razón de estado' que la madre de Sofía, la enérgica Federica de Hannover, esposa del resignado Pablo I de Grecia, había montado en cólera "por causa de haberse visto contrariados sus manejos encaminados a sentar a su hija mayor, Sofía, de 21 años, en el trono de Noruega, única casa reinante que en aquellos momentos podía ofrecer un heredero soltero y en edad conveniente".

La reina Sofía pasó buena parte de su vida fuera de Grecia. Cuando apenas tenía dos años, su familia partió hacia el exilio. Vivió durante un lustro entre Egipto y Sudáfrica, y a los ocho años pudo volver a Atenas, aunque pronto fue alejada por su madre e inscrita en un internado alemán donde se educó bajo una disciplina militar. De hecho, se dice que fue entonces cuando se desarrollaron en ella el ramalazo de autoritarismo y el sentimiento de autoexigencia que muchos dieron por sentado durante el tiempo que duró su reinado.

Corría el año 1954 cuando conoció a Juan Carlos durante un crucero por el archipiélago heleno organizado por Federicacon varios familiares de la realeza. El emérito ni se fijó en ella aquel día, aunque luego volvieron a coincidir en varias ocasiones y, como ambos sabían lo que querían, pronto hicieron público el comunicado oficial del compromiso. Se casaron por todo lo alto en Atenas, y Sofía renunció a sus eventuales derechos dinásticos a la Corona griega el mismo día del enlace.

Entrometida e intrigante

Algo menos conocida es la historia de Federica, que nació en abril de 1917 en uno de los castillos de su familia, el de Blankenburg, en Alemania. A los catorce años se unió a las Juventudes Hitlerianas, y a los dieciséis, para alejarla de la influencia del triunfante movimiento nazi en Alemania, sus padres la enviaron a estudiar a un internado en Inglaterra y a un colegio norteamericano en Florencia, ciudad en la que coincidió y se enamoró del que en 1938 se convertiría en su esposo, Pablo de Grecia, por aquel entonces príncipe heredero en el exilio. Con él tuvo tres hijos: Constantino —coronado rey a la muerte de su padre, en 1964, y depuesto en 1967 por los coroneles golpistas—, Sofía e Irene.

"Mis padres estaban muy enamorados, se querían mucho", confesó luego la madre de Felipe VI. "Pero eso no me daba celos, al contrario. Después del regalo de la vida, lo mejor que pueden dar unos padres a sus hijos es eso, que estos los vean felices y enamorados". En el libro 'La Reina', de Pilar Urbano, doña Sofía describió a su progenitor como "un hombre templado, mesurado, más apacible y sereno que la reina Federica, que era más dinámica y más activa". [Mi padre y yo] Teníamos caracteres más afines". Por otro lado, algunas personas de su entorno decían que de su madre heredó el talante emprendedor y aprendió el valor de la empatía y la solidaridad con los más desfavorecidos.

Con Federica no cabían desde luego los términos medios: se la amaba o se la odiaba. Balansó contó que la alemana "suscitó vivísimas discrepancias incluso entre los ministros de su marido, por entrometida e intrigante, creándose enemigos irreconciliables. Cuando su marido murió, los ataques contra aquella vivaz nieta del último káiser arreciaron. Se le acusaba de empujar a su hijo a mezclarse en política, en lugar de aconsejarle que se mantuviese por encima de ella. No cabe duda de que para una persona que se creía una especie de hada protectora de Grecia tuvo que resultar difícil abandonar, a poco más de los cuarenta años, el puesto destacado que su cónyuge le consintiera ocupar durante tres lustros".

Huida a la India

Tras verse obligado a abandonar Grecia, Constantino se refugió en Roma con su joven esposa, Ana María de Grecia, que le había dado ya dos hijos. "Oficialmente seguía siendo el rey: un monarca temporalmente ausente", escribió Balansó. "Los coroneles le pasaban una asignación anual de 38 millones de pesetas, de las cuales se deducían los gastos de la regencia y los de conservación del palacio real de Atenas. También se entregaba lista civil al pequeño heredero e incluso a la reina Federica. Constantino aceptó esas asignaciones, y continuó cobrándolas después de 1968, cuando los coroneles pusieron en vigor una nueva constitución a su medida. Pero, naturalmente, el tren de vida de aquella familia real en tan comprometida situación tuvo que ser reducido".

En 1974, la democracia fue restaurada y los coroneles ingresaron en prisión. Se celebró entonces en Grecia un referéndum para decidir entre el regreso a la monarquía y el establecimiento de una república parlamentaria. El 69% de los griegos, decepcionados de su soberano, prefirieron no volver a tener rey. "En su discurso de 'candidatura' al plebiscito, el rey había llegado hasta a reconocer sus errores, pidiendo perdón al pueblo", relató Balansó. "Pero la mayoría de los griegos no se lo concedieron. Su oportunidad había pasado. La propaganda antimonárquica más efectiva había sido un póster que los republicanos colocaron por doquier y que representaba a la reina madre Federica con los brazos abiertos. De su boca salían estas palabras: 'Voy a volver'".

Tras el mencionado referéndum, la familia real griega decidió permanecer en el exilio. Federica se marchó con su hija Irene a vivir a la India, donde quedó fascinada por las doctrinas de un sabio gurú. A veces pasaba temporadas en España con su otra hija, la reina Sofía, quien desde el principio de su matrimonio aguantó infidelidades de Juan Carlos. El episodio que más le costó digerir tuvo lugar cuando en 1976 le pilló con otra en la habitación de la casa donde el susodicho se alojaba durante una jornada de caza en una finca en Toledo.

Su muerte

La reina huyó en ese momento a la India con sus hijos, dispuesta a dejarlo. Pero Federica fue bastante clara con ella: "No lo abandones nunca, no dejes de ser reina. ¿Quieres ser como yo, una reina sin reino, una paria que tiene que vivir de la caridad de los demás, y que ha tenido que venir a la India porque nadie me aguanta?". Como bien comentó en su día Pilar Eyre, "Sofía entendió la lección perfectamente, se armó de su sempiterna sonrisa de Gioconda, y fue ella la que le comunicó al rey que, ocurriera lo que ocurriese, no querría divorciarse e iba a ser reina hasta que muriese".

En febrero de 1981, Federica acudió a una clínica madrileña para eliminar unas manchas en los párpados, y murió al fallarle el corazón tras finalizar la intervención que llevó a cabo el doctor Vilar Sancho. Su cadáver permaneció durante una semana en un cadalso ubicado en La Zarzuela, y hubo que realizar arduas gestiones para que el Gobierno griego permitiera a la familia real viajar a Grecia y enterrar sus restos mortales junto a los de su marido, el rey Pablo.

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