Sevilla se vistió de gala como nunca lo había hecho antes. La hija mayor del rey Juan Carlos (86 años), Elena de Borbón (60 años), iba a contraer matrimonio con el aristócrata Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada (60 años). La infanta Elena eligió la capital andaluza por dos motivos fundamentales, primero, por homenajear a su abuela paterna, la condesa de Barcelona María de las Mercedes, que adoraba Sevilla –era hincha del Betis–, y segundo, porque la hija mayor de los eméritos es también una enamorada de la ciudad, de sus gentes y de su folclore. Además, ya estaba más o menos previsto –y eso cuando aún no tenían pareja–, que la infanta Cristina se casara en Barcelona, ciudad en la que residía, y el entonces príncipe Felipe, el heredero al trono, lo hiciera en Madrid.
La fecha elegida fue el 18 de marzo de 1995, y aunque todavía no había llegado la primavera, Sevilla ya olía a azahar. Fue una boda de día y el sol lució resplandeciente. Como dice la canción, Sevilla tiene un color especial y ese día con mayor motivo.
El rey Juan Carlos, un emocionado padrino
Elena llegó a la catedral del brazo de su padre y padrino, el rey Juan Carlos.
Ese 18 de marzo, Juan Carlos, más que monarca, fue un padre emocionado que llevó al altar a su hija. La familia real se alojó en los Reales Alcázares, mientras que la familia Marichalar y buena parte de los 1.500 invitados, entre ellos representantes de 39 casas reales, que asistieron al enlace lo hicieron en el hotel Alfonso XIII.
Las puertas de la catedral de Sevilla se abrieron a primera hora de la mañana para que los invitados fueran llegando y colocándose en el lugar que les habían asignado. Jaime de Marichalar llegó al templo sobre las 12 del mediodía, acompañado de su madre, la condesa viuda de Ripalda Concepción Sáenz de Tejada. Como primera anécdota de la jornada, el coche que les trajo del hotel a la catedral los dejó a la entrada principal, pero no era por allí por donde tenían que entrar, sino por la Puerta de Campanillas. Jaime y su madre decidieron hacer el pequeño recorrido a pie y a las 12.10 entraban en la catedral.
La reina Sofía, del brazo de su hijo, el entonces príncipe Felipe.
El cortejo real
Salvo ese pequeño incidente, todo tuvo lugar en el horario previsto. Tras la llegada del novio, comenzó el cortejo real, que recorrió a pie los casi 400 metros que separan los Reales Alcázares de la catedral. La reina Sofía llegó del brazo de su hijo, el entonces príncipe Felipe, mientras que la infanta Cristina lo hizo del brazo de su primo Juan Gómez-Acebo, hijo de la infanta Pilar y hermano del recientemente fallecido Fernando Gómez-Acebo.
Cristina, del brazo de su primo Juan Gómez-Acebo.
Y ya con todos los invitados en el interior, llegó el momento más esperado: la salida de la novia del brazo de su padre y padrino, el rey Juan Carlos. Era el momento, también, de ver el espectacular diseño que le había hecho Petro Valverde.
Un vestido de corte princesa
El diseñador sevillano confeccionó un vestido en seda natural bordado de color marfil y de corte princesa, con mangas francesas y escote cuadrado. El velo, de cuatro metros, fue el mismo que llevaron en su boda la reina Sofía, entonces princesa de Grecia, y la madre de esta, la reina Federica.
Como joyas, la infanta lució la tiara Marichalar, en oro blanco y diamantes, regalo de la madre de Jaime por su boda, unos pendientes de su madre, la reina Sofía, y una pulsera que perteneció a la infanta Isabel, hija de la reina Isabel II y apodada 'la chata'.
El modisto Petro Valverde se encargó del vestido nupcial de la Infanta.
A la entrada del rey y su hija, el órgano de la catedral hizo sonar el himno de España, lo que le daba más solemnidad al enlace. De hecho, esta fue la primera boda real celebrada en nuestro país desde que, 89 años antes, en 1906, el rey Alfonso XIII contrajo matrimonio con Victoria Eugenia de Battemberg.
Elena no podía ocultar su felicidad.
El despiste de la Infanta
Llegado el momento de darse el "sí, quiero", la infanta Elena, víctima de su lógico nerviosismo, se saltó el protocolo según el cual debe pedir permiso a su padre, haciendo una pequeña reverencia, para contraer matrimonio. Entonces, su padre debería haber dado su aprobación con un gesto afirmativo. Por supuesto, estaba más que ensayado, pero Elena se olvidó por completo cuando llegó el momento, dejando a Juan Carlos un poco fuera de juego. Al final, el rey sonrió porque lo que contaba ese día era la felicidad de su hija y ese fallo quedaría como una de las anécdotas de la jornada.
Además, la emoción de Juan Carlos durante la ceremonia, oficiada por el cardenal Amigo, arzobispo de Sevilla, hizo que derramara algunas lágrimas.
La Infanta se olvidó de pedirle permiso a su padre antes de dar el "sí quiero".
Sevilla se volcó con los recién casados
Finalizada la ceremonia, que fue seguida por televisión por más de 10 millones de espectadores –la realización corrió a cargo de Pilar Miró, por expreso deseo del rey Juan Carlos–, los recién casados fueron testigos del clamor popular que les brindó la ciudad de Sevilla.
Elena y Jaime se subieron a una calesa del siglo XVIII y se abrieron paso entre una multitud que los vitoreaba. La primera parada fue en la parroquia del Salvador, donde reposan los restos mortales de los bisabuelos de la Infanta, Carlos de Borbón y María Luisa de Orleans. Allí, Elena depositó su ramo de flores. A las puertas del templo, los recién casados pudieron escuchar la salve rociera que les cantó el coro de la parroquia.
Sevilla se volcó con la boda real. Los recién casados salieron de la catedral en una calesa del siglo XVIII.
El menú nupcial
Tras el paso por la parroquia del Salvador, la calesa dio un pequeño paseo por las calles de Sevilla, abarrotadas de gente venida de todas partes del país.
El banquete nupcial tuvo lugar en el palacio mudéjar de los Reales Alcázares y fue servido por el chef sevillano Rafael Juliá. El menú consistió en lubina del Cantábrico con trufas y almendras, perdiz roja helada de café con almendra y salsa de caramelo y la tarta nupcial decorada con flores de lis en chocolate.
Elena y Jaime, convertidos ya en duques de Lugo, con los Reyes y con la madre de Jaime de Marichalar, la condesa viuda de Ripalda Concepción Sáenz de Tejada.
Representantes de 39 casas reales entre los invitados
Al tratarse de la boda de una infanta, el protocolo dice que los representantes de las casas reales deben ser del mismo rango que el o la contrayente. Aún así, y puesto que los reyes Juan Carlos y Sofía son muy queridos en muchas casas reales, asistieron algunas cabezas coronadas como Beatriz de Holanda o Rainiero de Mónaco, que asistió acompañado de su hijo Alberto. También estuvieron el entonces príncipe Carlos de Inglaterra, el príncipe Joaquín de Dinamarca, Noor de Jordania, Paola de Bélgica, Josefina Carlota de Luxemburgo y, por supuesto, la familia real griega, parientes directos de la novia.
Entre los invitados estaba la princesa Tatiana de Liechenstein, que por aquel entonces se postulaba –sin éxito– para emparejarse con el príncipe Felipe. De hecho, era la candidata predilecta de la reina Sofía y, durante unos años, Tatiana dejó el pequeño principado europeo para establecerse en Madrid y estudiar español.
Entre los invitados, el príncipe Rainiero y su hijo, el príncipe Alberto, Joaquín y Alexandra de Dinamarca, y Tatiana de Liechtenstein.
Han pasado 29 años desde la boda de la infanta Elena y Jaime de Marichalar. De su matrimonio nacieron dos hijos, Felipe Juan Froilán (25 años) y Victoria Federica (23 años), protagonistas, cada uno por su lado, de distintos conflictos familiares. A Froilán le gustaba mucho la fiesta y se vio envuelto en algún que otro altercado, mientras que Victoria Federica colgó los estudios para ser influencer, con gran disgusto para su madre.
"Cese temporal de la convivencia"
Pero nada, o casi nada, es para toda la vida y el amor entre Elena y Jaime se acabó. Fue en 2007 cuando la casa real anunció el "cese temporal de la convivencia", un eufemismo de lo que llevaba tiempo siendo un secreto a voces, que la ruptura matrimonial era un hecho. Dos años después, firmaron el divorcio de mutuo acuerdo y Jaime de Marichalar perdió el título de duque de Lugo, honor que el rey Juan Carlos les había concedido como regalo de boda a su hija y a su ya exmarido.