En su libro, El libro de la sanación zen, Paula Arai, profesora de Harvard y doctorada en Estudios Budistas, nos presenta una larga serie de rituales que abrazan la belleza, la armonía y el amor. Ninguno de ellos, sin embargo, es tan personal como el que dedica al duelo. En su tono, amable, dulce y filosófico, nos cuenta uno de los momentos más doloroso de su vida: el fallecimiento de su madre.
Por más que la suerte nos haya sonreído, cualquiera que haya cumplido suficientes años sabe cuánto pesa el dolor de la pérdida. Y quien no lo conoce aún, lo hará tarde o temprano. Es por eso por lo que la experta en filosofía zen narra su experiencia para guiar a cualquiera que atraviese este dolor, porque asegura que “el duelo es un catalizador para la sanación”.
El momento del adiós
“Aquella tarde fría y gris en Nashville, después de meses de oír el zumbido de la máquina de oxígeno que le proporcionaba un alivio continuo a mi madre, un vacío de silencio llenó su dormitorio”. Así comienza la narración de este momento que lo cambió todo para Paula Arai, que años antes había vivido una particular reconciliación con una madre de la que se sentía distanciada por la cultura y el idioma. Comprender la filosofía zen, el budismo y la cultura japonesa fue su forma de conectar con ella, y acabó convirtiéndose en su especializad académica.
La profesora de Harvard explica que en aquel momento de desesperación recordó las palabras que, años antes, una anciana monja zen, Kito Sensei, compartió con ella. En la tradición zen, los difuntos son tratados como budas, como seres que han alcanzado la iluminación. Por eso, para despedirlos, hay que encender una barra de incienso.
“Encontré el quemador de incienso de bronce con flores de ciruelo, varillas de incienso de sándalo reservadas para reverenciar a los budas, una vela blanca y una figura sencilla de Kannon, la diosa de la compasión”, explica la autora. Con todos estos elementos construyó a prisa un pequeño altar con el que despedir a su madre.
Puede parecer sencillo, e incluso superficial, pero Arai asegura que cuando encendió el incienso en el quemador, se fundió “con todas las personas que habían hecho lo mismo antes. En el momento que amenazaba con ser el más solitario de mi vida, experimenté, en su lugar, una conexión profunda con todas las personas dolientes en un pasado distante y un futuro profundo”.
De esa forma, el inicio de este proceso de duelo que todos conocemos (o conoceremos) puede convertirse en un punto simbólico de unión. Y es que, como le dijo tiempo después a la profesora, el maestro zen Sazuki Kazuken Roshi, “debes tomar la muerte como el punto de partida para entender la sanación”.
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Un altar en casa
El siguiente paso de este ritual, por así decirlo, pasa por comprender que “el duelo no sigue un camino recto”. De hecho, Arai confiesa que cree que “el duelo nunca termina del todo”, sencillamente aprendemos a vivir con él. Y para ello, en ninguna circunstancia podemos esconder lo que sentimos, barrer debajo de la alfombra y olvidar a quien se ha marcado. Al contrario, la doctora en Estudios Budista recomienda, a quien lo necesite, mantener un altar en casa que permita seguir conectado con quien ya no está.
“Un altar doméstico puede ser un lugar designado para quienes están pasando un duelo puedan integrar la pérdida en los ritmos de la vida diaria”, explica la profesora de Harvard, que asegura que, dado que “cada persona hace el duelo de una forma que expresa su relación con el difunto o la difunta y las circunstancias de la vida”, no hay nada de extraño en mantenerlo en casa tanto como necesitemos.
Y dado que su objetivo es mantener presente a la persona fallecida, “decir ‘buenos días’, ‘buenas noches’, o cualquier cosa que requiera expresión (ira o gratitud, pedir u ofrecer perdón) a la persona fallecida no es necesariamente apego o delirio. Puede hacerse como un acto de amor”
La doctora reconoce que “más de una persona me ha confesado que su relación con alguien que ha fallecido es mejor que cuando la persona estaba viva. La muerte ha purificado la escoria generada por la falta de comunicación y los malentendidos”. En este sentido, el duelo puede ser sanador porque cura heridas profundas, y nos permite conectar con la gratitud, en lugar de con el rencor.
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La visita y la despedida
En su precioso libro, Arai narra el momento en que al fin se sintió preparada para despedirse de su madre. O al menos, en el que sintió que era el momento de hacerlo. Fue durante los rituales veraniegos japoneses, en los que se prepara una ofrenda para los difuntos con sus dulces favoritos, y se les da la bienvenida en casa durante tres días.
Esos tres días se realizan todo tipo de rituales, que aunque quizá no podamos replicar en España, sí pueden ser adaptados. Como nos explica, el proceso consiste en dedicar estos tres días a disfrutar de la visita del fallecido, hacer cosas que le gustaran, recordarlo y seguir viviendo como si estuviera entre nosotros.
Al finalizar los tres días, es momento de la despedida. “Aunque yo me resistía a dejarla ir, los rituales exigen enrollar las flores y los platos de ofrendas especiales en un mantel individual de hierba, atarlo en forma de barco y despedir a los queridos ancestros”, explica Arai. Con este gesto simbólico, que podemos hacer en casa enterrando los alimentos entregados al difunto o quemando una carta en la que le escribamos una despedida, dice adiós finalmente a quien tanto costó dejar ir.
Vivir como forma de honrar a los que ya no están
Pareciera que el adiós termina en ese momento, en esa despedida, pero Arai asegura que “nuestro cuerpo es un monumento a nuestros antepasados”. Su recomendación y experiencia personal acaba, por tanto, en el sencillo acto seguir viviendo. Seguir experimentando la vida, día a día, para demostrar a los que ya no están que vivimos honrando su paso por la Tierra.
Honda-san, una de las muchas mujeres que aparecen en su libro, le dijo una vez a la experta que “el verdadero ritual conmemorativo es vivir bien”. Así que, para acabar este proceso, que no tiene tiempos fijos ni medidas exactas, nos aconseja hacernos la siguiente pregunta: “¿Estás viviendo de modo que no importe que mueras en cualquier momento?”.