Aquel año de 1992 fue de muy ingrato recuerdo para la ya fallecida Isabel II. Los continuos escándalos de Carlos y Diana, ya separados; la publicación del libro de Andrew Morton 'Diana, su verdadera historia'; las rupturas matrimoniales del príncipe Andrés y Sarah Ferguson, y la de la princesa Ana y el capitán Mark Phillips; y como remate, el pavoroso incendio del castillo de Windsor. No es extraño que Isabel II, en su discurso del 24 de noviembre en el consistorio de Londres, calificara 1992 como su "annus horribilis".
Ana, la única sensata de los hijos de Isabel II
El divorcio de su única hija, Ana de Inglaterra, y el capitán Mark Phillips, tras dos décadas de matrimonio y dos hijos en común, le dolió especialmente a Isabel II, quien siempre pensó que Ana era la única persona sensata de entre todos sus hijos y su divorcio jamás llegó a pasar por su cabeza. Ana, sin embargo, no pensaba lo mismo. Harta de las infidelidades de Mark Phillips, se fijó en un vicealmirante que estaba al servicio de su madre, Tim Laurence.
Ana de Inglaterra se divorció de Phillips en abril de 1992 e inició un romance con Laurence, aunque se dice que su amor comenzó antes del divorcio. La princesa inició así una nueva etapa en su vida al lado de uno de los hombres más discretos de la casa real británica.
Una boda discreta y de perfil muy bajo
La boda se celebró en Cratie Kirk, en Escocia.
La princesa y el vicealmirante se casaron el 12 de diciembre de 1992, apenas unos meses después de su divorcio. Fue en una sencilla iglesia de Escocia, muy cerca del castillo de Balmoral, "lugar elegido no solo por la intimidad que facilitaba, sino también, porque a diferencia de la anglicana, la iglesia escocesa sí permite el matrimonio a personas divorciadas", relataba la revista Lecturas. Ana tenía 42 años y Tim Laurence 37.
Así lo relató la revista Lecturas: "Sin carruajes, sin multitudes y sin el glamour característico de los enlaces reales, la hija de Isabel de Inglaterra dió el 'sí, quiero' a Tim Laurence, en un ambiente tan íntimo que rozaba la austeridad. Nada que ver con aquella fastuosa y solemne ceremonia que rodeó su primer matrimonio con Mark Phillips hace diecinueve años".
La ceremonia se celebró en Escocia, ya que allí se permite el matrimonio religioso a los divorciados.
"No fue una boda de cuento de hadas"
Tal y como contó nuestra revista, "no fue una boda de cuento de hadas. Ni siquiera parecía una boda real. Las carrozas fueron sustituidas por todoterrenos, las multitudes entusiasmadas por algunos curiosos dispuestos a soportar el frío escocés, las cámaras por un solo fotógrafo y la parafernalia fastuosa de un enlace real por la sencillez más absoluta y recalcitrante de la flema británica".
Ana lució un sencillo vestido acorde a la boda que había planeado. Corto, en color marfil, decorado con bordados y creado por su diseñador favorito Jacques Reiss. Tim Laurence, por su parte, llevó el uniforme de la Armada.
Ana lució en su boda un vestido corto con lazada en el cuello.
El convite nupcial: sandwiches, patatas fritas y sopa caliente
Tan austero como la ceremonia religiosa, que solo duró 30 minutos, fue el banquete nupcial. La revista Lecturas recogió: "La ceremonia fue tan sencilla como el frugal ágape que se ofreció a los invitados en un anexo del castillo de Balmoral y que consistió en un surtido de sandwiches, patatas fritas y sopa caliente". Sin duda, un menú que debió haber hecho muy felices a los dos hijos adolescentes de Ana, Peter, de 15 años, y Zara, de 11.
Los recién casados, con la reina Isabel, el príncipe Felipe, los hijos de Ana, Peter y Zara, y la madre de Tim Laurence.
La reina Isabel II llevó un vestido verde, a juego con el abrigo y el tocado. Su hijo, el entonces príncipe de Gales, Carlos, llevó el tradicional kilt escocés, al igual que Peter Phillips, el hijo de Ana.
Diana, la gran ausente
Los otros hermanos de la princesa, Andrés y Eduardo, así como la reina madre y la princesa Margarita, acompañaron a Ana en este día tan especial para ella. La gran ausente fue Diana "que, eso sí, había enviado a los novios una escueta felicitación en vísperas de la boda", recordaba la revista Lecturas.
"Con esta ausencia, la princesa dejaba claro, tras el anuncio de su separación de Carlos, que se ha liberado ya de los compromisos íntimos de la familia real británica y que solo asistirá a las citas oficiales inherentes a su rango de princesa", explicaba Lecturas.
Una nueva etapa para la familia real británica
Todos los escándalos acaecidos aquel 1992 hicieron que la familia real británica viviera los momentos más bajos de popularidad. Isabel II tuvo que aceptar que los tiempos estaban cambiando. "Parece que los tiempos de crisis han calado hondo en la monarquía inglesa, capaz de demostrar que ha iniciado una nueva etapa de mayor austeridad no solo pagando impuestos, sino también celebrando la boda de uno de sus miembros bajo mínimos", recogía Lecturas.
"Al margen de estas consideraciones, el nuevo matrimonio, que se conoció cuando Tim era ayudante de campo de la reina Isabel, apareció radiante e incapaz de ocultar delatoras sonrisas de felicidad, iluminando, al menos por unas horas, la oscuridad de este 'año horrible' por el que pasa la familia real británica", concluyó Lecturas.