"Fue una locura de juventud". Así definió Carolina de Mónaco (67 años) su breve matrimonio de dos años con Philippe Junot (83 años), cuando ella tenía solo 21 años y él 38. Con el tiempo, a Carolina no le quedó más remedio que darle la razón a sus padres, los príncipes Rainiero y Grace, quienes siempre desaprobaron esa unión y que solo la aceptaron dada la cabezonería de su hija mayor. Carolina estaba empeñada en casarse sí o sí con su enamorado, un Philippe Junot conocido en París y Mónaco por sus correrías nocturnas y su fama de playboy, cargado de millones eso sí –su padre era el presidente de la Westinghouse en Francia–, pero con muy pocas ganas de trabajar y muchas de dedicarse al 'dolce far niente'.
Escapar de la rigidez de palacio
Casarse con Philippe Junot fue la salida que encontró Carolina para escapar de lo que ella consideraba una jaula de oro: la vida en el palais princier de Mónaco. La rigidez con la que sus padres la educaron provocaron en Carolina un carácter rebelde que chocaba con la actitud recta y religiosa de Rainiero y Grace. Muchos años después, sin embargo, Carolina habría heredado de ellos ese carácter que, a su vez, habría tratado de implantar a sus sobrinos Jacques –el heredero de Alberto II– y Gabriella, lo que habría molestado profundamente a la madre de los gemelos, la princesa Charlene. Pero esa es otra historia.
Carolina, al igual que sus hermanos pequeños Alberto y Estefanía, fueron en su juventud la comidilla de la alta sociedad europea y, sobre todo, carne fresca para la prensa de sociedad de la época. Sus romances, sus locuras, sus extravagancias, sus infidelidades, sus hijos secretos... unos comportamientos, en definitiva, que trajeron de cabeza a Raniero y Grace, que por más que trataban de educar a sus hijos con vistas a emparentar con la realeza europea, no lograron más que ver crecer a unos vividores incapaces de sentar la cabeza y llevar una vida más o menos aparente y más apropiada de unos príncipes.
Carolina y Junot vivían unas eternas vacaciones
Carolina se casó con Junot poniendo así fin a esa vida de princesita sujeta a una serie de normas palaciegas con las que no comulgaba. Su boda, además, significaba que no estaba dispuesta a complacer a sus padres en el sentido de quererla casar con algún príncipe heredero llamado a ser rey. Es sabido que la corona monegasca no es más que una concesión del estado francés que a punto estuvo de ser absorbido por Francia si el abuelo de Rainiero, Luis II, no hubiera tenido una heredera junto a una lavandera. La niña, a la que pusieron el nombre de Carlota, madre de Rainiero, garantizó la supervivencia del pequeño principado.
Raniero y Grace hubieran deseado que su guapa hija se casara con algún futuro rey europeo, pero justamente Carolina estaba huyendo de eso. Su boda con Junot, sin embargo, no hizo feliz a Carolina, al contrario. Tan solo en los primeros meses de su matrimonio, en los que la pareja vivía en unas eternas vacaciones, Carolina bebió esos aires de libertad con los que tanto había soñado.
Dos años de fugaz matrimonio
Vacaciones en la playa, a bordo del yate de unos amigos, viajes por todo el mundo... una vida de millonarios que muy pocas personas se podían permitir. Pero durante los dos años que duró su fugaz matrimonio, Carolina tuvo que aguantar las numerosas infidelidades de su recién estrenado marido, que no estaba dispuesto a renunciar a su disipada vida de playboy.
Sus compromisos con la familia real de Mónaco cada vez eran menos, hasta que Junot acabó dejando sola a Carolina para que fuera ella la que asistiera a los actos que, como el Baile de la Rosa, son citas ineludibles del pequeño principado, mientras él prefería quedarse con su círculo de amigos –o amigas– y no estar presente en los encorsetados eventos monegascos. De hecho, Philippe Junot solo asistió un año al Baile de la Rosa, pues al año siguiente ya no acompañó a su mujer, la princesa Carolina. Tampoco asistió a otra de las galas más celebradas del principado, la de la Cruz Roja.
Carolina, desencantada con Junot
Esta actitud, obviamente, enervaba a Rainiero y Grace y, por supuesto, a una desengañada Carolina que empezó a darse cuenta de que su matrimonio había sido una auténtica equivocación. Esa "locura de juventud" a la que Carolina hizo referencia años después, sin embargo, era defendida por Junot, que siempre aseguró que su matrimonio con la princesa fue consecuencia de su amor sincero y verdadero.
La diferencia de edad entre Carolina y Philippe –Junot es 17 años mayor que ella– fue, al parecer, una de las notas discordantes del matrimonio, aunque lo peor fue, sin duda, los diferentes estilos de vida de la pareja. Inicialmente, Carolina vio en Junot todo lo que ella ansiaba: libertad, diversión, y una vida libre de responsabilidades. Pero pronto todo eso giró en su contra cuando Carolina descubrió que ella cada vez contaba menos en la vida de su marido.
"El capricho se ha acabado"
La irrupción de Giannina Facio, a la que Junot presentaba como su secretaria, fue el principio del fin. Carolina, por su parte, se dejaba ver con el tenista argentino Guillermo Vilas. Era 1980 y el divorcio entre Carolina y Junot estaba cantado.
En agosto de 1980, el palacio Grimaldi emitió un comunicado para anunciar que el matrimonio estaba definitivamente roto. El periódico francés Le Quotidien de Paris tituló la noticia de la ruptura emulando el título de la canción de Hervé Vilard 'Capri c'est fini', con el juego de palabras "Caprice c'est fini" (El capricho se ha acabado). Un magnífico resumen de lo que fue un matrimonio que llenó las páginas de la prensa rosa de todo el mundo.