"Charly, el marido de Lydia, ahora no me mira a la cara"

No ha habido ninguna figura importante nacional o internacional que no pasara por Gabana, y eso lo han visto mis ojos. Recuerdo un día que coincidí con Luis Miguel y que, incluso, me tiró los trastos, y yo dije: “¿Qué está pasando?”. Yo lo había contratado, muchas veces, para cantar en el programa de Hermida y de mi madre. También me he encontrado allí, en varias ocasiones, con el rey Felipe VI cuando era príncipe y con Marujita Díaz, sentada en su rincón favorito, acompañada de sus chorbitos. Por cierto, coincidía muchas veces con Lydia Lozano y su marido. En esa época, Charly me saludaba y éramos colegas. Muchos años después, he llegado a encontrármelo con Kiko Matamoros en el AVE de Málaga y el marido de Lydia no me ha mirado ni a la cara. No se me olvidan las especulaciones de Lydia respecto a mi relación de amistad con Tito Pajares, que nos hicieron mucho daño. Qué difícil que no se pueda entender la amistad entre un hombre y una mujer. Me parece tan retrógrado, me parece tan antiguo. Qué pena que la gente no entienda que existe el amor puro, sin sexo y sin intimidad. Ese es el amor verdadero para mí y el amor que tengo por mi amigo.

Recuerdo que, cuando me separé de una de mis parejas –que ha sido la más mediática, y a la que no nombro porque no me da la gana–, Tito Pajares se ponía muy nervioso por cuidarme cuando iba por allí. Se preocupaba de que alguien me pudiera grabar dentro cuando iba sola y la prensa me perseguía. Mi mesa estaba en un rincón en la parte superior del reservado donde se controlaba la pista de baile. Tito ha llegado a ponerme en la mesa hasta un jarrón con flores. Un día le dije: “¿Por qué no pones una foto mía en mi rincón?”. Él me contestó que se me iba la cabeza. Para mí, Gabana era llegar, estar con mis amigos, charlar hasta quedarme sin voz. Os confieso que, cuando iba sola con mi amiga Toñi y salíamos a bailar, Tito me ponía a Marcos, responsable de seguridad, para que no se me acercara nadie. Así no había quien ligase porque me apartaba a todos los chicos.

Yo le pedía a Marcos que se alejara un poco y me decía que tenía orden de no hacerlo. No solo he disfrutado en la discoteca, también en el despacho de mi amigo Tito, en el que hemos tenido tantas y tantas conversaciones que nunca olvidaré. Allí hablábamos y bromeábamos de nuestras cosas. Le decía de cachondeo: “Voy a bailar o va a venir una amiga y te vamos a hacer un estriptis”. Me decía: “No puedo contigo”. Jamás ocurrió, pero como es tan recto y tan pudoroso me encantaba que lo violentara. No quiero olvidarme de Armando, el metre de Gabana, que falleció hace años. Su hijo, cuando fue a recoger su casa, me llamó y me dijo: “Terelu, no sabes la cantidad de fotos que mi padre tenía contigo”. Me costó mucho volver a la discoteca cuando Armando se fue repentinamente. No tenía fuerzas para bajar esas escaleras y entrar en la sala sin que él me estuviera esperando al final, donde el ropero. Siempre le decía: “Siéntate un rato conmigo”. Él me decía que si lo hacía le regañaban. Me acuerdo de que un día me dijo: “Terelu, hay unos mexicanos que te quieren invitar a champán”. Yo me negué para que no se pensaran que quería algo con ellos, pero él me insistía: “Qué más te da, la botella es muy cara y le viene bien a la discoteca...”. ¡Cómo era mi Armando!

Todos los que trabajaban allí me han hecho la vida muy feliz en momentos muy complicados. Era la época que vivía un huracán mediático, aguantando a una expareja hablando de mi vida públicamente y haciéndome daño cuando yo le había dado todo a esa persona. Lo mejor de todo es que nunca en la vida se ha destruido o se ha resentido nada de mi amistad con Tito. Una de las personas que mejor entiende nuestra amistad es Sofía Mazagatos, y eso me hace muy feliz. Hubiera sufrido mucho si yo sintiera que a ella yo la incomodaba. Al revés, lo mejor que ha tenido Sofía, hacía mí y hacia su pareja, es entender lo mucho que nos queremos, cómo nos queremos y por qué nos queremos. Siempre me he sentido apoyada por ella y ha fomentado nuestra amistad. Muchas noches, cuando salía de ‘La noria’, me iba sola a Gabana y allí me esperaba Tito en su despacho con una copa de vino blanco y dos bocadillos que me había hecho su madre. ¡Cuánto lo echo de menos! He de confesar que muchas veces he tenido que salir por un garaje que había al lado, porque tenía paparazis esperándome. Alguno has- ta se me ha tirado encima del coche y he vivido momentos de tensión. Tito se ponía tan nervioso que, en alguna ocasión, me ha tenido que llevar a casa uno de los aparcacoches en el coche de mi amigo.