Yo le tenía celos a Mila. A Mila Ximénez. Era, más que guapa, magnética. Su sonrisa, en su rostro habitualmente serio, iluminaba no solo su expresión, sino también el plató entero. ¡Qué digo plató, digo el universo! ¡Qué diferencia de esas caras bobaliconas siempre sonrientes que no consiguen encender ni una simple velita de pastel de cumpleaños! Además, tenía estilo. Ya contaba Ágatha Ruiz de la Prada que todo lo que se ponía Mila se agotaba en sus tiendas. Mi padre solía decir que se notaba quién era una “señora” porque soltaba un taco y quedaba bien, y eso le pasaba a Mila: por muchos denuestos terribles que salieran por su boca, nunca se la veía ni grosera ni ordinaria, “insultaba” muy bonito. Tenía también las dos cualidades que más me gustan: era una gran lectora y adoraba a los animales.