La infanta Cristina había ido al peluquero. La infanta Elena, no. Cristina había dominado su crespa melena –en Barcelona, se hacía alisado japonés– y se había maquillado cuidadosamente, sabiendo que todos los flashes se iban a centrar en ella. Ojos ahumados, cejas teñidas, labios y piel en tonos beige, no descarto que haya pasado por el doctor Ricardo Ruiz –que atiende a su padre–, para borrar las arrugas nasolabiales y el entrecejo.
La mirada suplicante de don Juan Carlos a su hijo
Todo lo contrario que Elena. Pelo con rizo asilvestrado, cejas despeinadas y canosas y el cutis terroso de quien vive mucho tiempo al aire libre. Sus labios eran una fina raya, pero intentaba sonreír, mientras Cristina se mantenía a la expectativa. Cuando Felipe y Letizia entraron en el templo, la gente se puso de puntillas para ver ese reencuentro y se oyó un murmullo cuando Felipe se persignó y la reina no lo hizo. Ya habían dado el pésame a sus primos, por lo que se dirigieron a cumplir con don Juan Carlos y doña Sofía.
Frente a Felipe, los padres inclinaron la cabeza, no así ante Letizia, a la que el emérito besó distraídamente, mientras había dirigido a su hijo una mirada suplicante conminándole a saludar a Cristina, con la que había tenido momentos antes unas palabras en voz baja. Llamó la atención el rostro desencajado y la delgadez de Juan Carlos, que bailaba dentro de su abrigo. Tal vez esa tremenda pérdida de peso sea debida a que ya no toma cortisona. Doña Sofía sacó a pasear su impávida sonrisa profesional mientras Cristina espiaba de reojo la reacción de su hermano. ¡Ese saludo hubiera significado tanto para ella!
Don Felipe pareció comprender el mensaje mudo de su padre y asintió casi imperceptiblemente. Besó primero a Beatriz de Holanda y, cuando iba a abrazar a sus hermanas, primero a Elena, que ya adelantaba el rostro, después a Cristina, que sonreía ilusionadamente… se interpuso en su camino Letizia haciendo de barrera humana, impidiendo el paso a su marido. La reina le plantificó dos besos a Beatriz, dio ostentosamente la espalda a sus cuñadas, y se dirigió con paso firme a su reclinatorio, lo que obligó a su marido a seguirla con una sonrisa de disculpa: “Papá, yo quería… pero no he podido”.
La rehabilitación de Cristina parece imposible
Cristina y Elena clavaron el rejonazo de sus ojos en la espalda de su cuñada, y si esta pudo seguir caminando fue porque las miradas no matan, que si no… Beatriz, que había estado conversando con Cristina, con la que tiene relación a través de Máxima, estaba boquiabierta, y don Juan Carlos abatió la cabeza, derrotado, y no volvió a levantarla en toda la ceremonia. ¿Estaba preparada esta escena? ¿Le tocó una vez más a Letizia ejercer de mala para evitarle a su marido una foto incómoda? ¿Asume conscientemente ese papel ingrato por el bien de la monarquía?
Parece que la rehabilitación pública de Cristina es tarea imposible, a pesar de los deseos del padre que, viendo cómo se acerca el final, querría dejar a su hija amparada y a la familia unida. Y es que hay que reconocer que don Juan Carlos ha sido un pésimo marido, pero como padre merece un diez.
A propósito de Juan Carlos. Escribí aquí que en el despacho que le habían asignado en el Palacio Real hacía un frío de narices, y me ha llamado quien corresponde para reconvenirme amablemente, ya que el citado despacho posee un moderno sistema de calefacción. Ahora solo falta que don Juan Carlos lo utilice algún día.