Carmen Cervera acaba de cumplir 81 años sin ningún reconocimiento oficial por habernos entregado la colección privada de pintura más importante del mundo. Es la española más notable de la Historia, después de la emperatriz Eugenia de Montijo, y todavía no le han concedido el anhelado título de marquesa que según me confesó su madre el día de su boda en el increíble castillo de Daylesford: “Los duques de Badajoz le acaban de comunicar como regalo nupcial que ya está en trámite el título, con grandeza de España”.
“La nena se lo merece todo”
Cuando le comenté que sería bonito llamarse marquesa de Sant Feliu de Guíxols, donde tenía su residencia, la encantadora madre puso los ojos en blanco. “Así será, porque la nena se lo merece todo”. Y es cierto. Sus inofensivas locuras de juventud han sido laminadas por su apabullante matrimonio con el multimillonario barón Thyssen. Yo la recuerdo a principios de los 80, cuando el barón y ella eran solo “novios” y atracaban su fabuloso yate en Puerto Banús y comían en Menchu ́s con el grupo más divertido de Marbella, desde Gunilla von Bismarck hasta Marujita Díaz o Mila entonces Santana. Presidiendo la mesa estaba don Juan de Borbón, el padre del rey, apartado de su hijo por oscuras conspiraciones políticas. Don Juan reía de esa forma intermitente que tienen los operados de laringe y cuando acababa la cena –siempre pagaba el barón– Tita le hacía una reverencia, pero él le cogía la mano, se la besaba mirándola fijamente a los ojos y rejuvenecía veinte o treinta años. Fue don Juan el que le pidió a Tita que amparara a su hija Pilar, yugulada por el carísimo tratamiento contra el cáncer linfático que sufría su marido.
La frialdad de la Infanta
Tita convirtió a Luis Gómez- Acebo en intermediario de la operación para traer la colección de arte del barón a España, y fue el sostén de su numerosa familia. Yo vi en la boda en Inglaterra el cariño sincero que le dispensaba Luis, que fue incluso padrino de su hijo Borja, y la fría condescendencia de Pilar, obligada a rendirle una pleitesía que sin embargo Tita, tan sencilla como siempre, nunca le había reclamado. Casada ya con Heini, con la colección en España, Tita consideró que había llegado la hora de formar parte del círculo próximo a los reyes. Fue Luis el que le sugirió que enviara a Zarzuela un buen re- galo. La familia real se puso nerviosa. ¿Qué será? ¿Un coche? ¿Una joya? ¡Las posibilidades eran estratosféricas! Al final fue... un libro. ¡Desilusión total y absoluta! ¡Casi se pudieron oír cerrarse las puertas de palacio en las narices de la pobre Tita!
La admiración del rey
Pero la belleza de una mujer lo borra todo, al menos a los ojos de Juan Carlos. La baronesa tenía todas las cualidades para gustarle: alta, rubia, elegante, vital, alegre... hasta el punto de que empezó a correrse la voz de que Juan Carlos bebía los vientos por ella. Hay una foto de los dos en Mallorca, frente a frente. Ella está en la cumbre de su belleza mediterránea, con un sexy vestido ibicenco semitransparente mientras Juan Carlos va con camisa de rayas, pantalón azul, pulseras y el postizo en la nuca que le colocaba todas las semanas el peluquero Iranzo. Parece un artista de cine. Ambos están como sorprendidos en medio de una conversación íntima. Una amiga de Tita me contó que el rey sentía tanta admiración por ella que “una noche estábamos cenando en Flanigan y ella se levantó para hablar por teléfono en la barra y al pasar al lado de la mesa de la familia real, la mirada que le dirigió Juan Carlos fue tan elocuente que Sofía bajó los ojos al plato con una expresión muy dura... y yo estuve segura de que Tita, a partir de entonces, iba a tener problemas”.
La comidilla de todo Madrid
Y así fue. Desde aquel día la reina le puso la proa. No pudo evitar asistir a la inauguración del Museo Thyssen, pero cuando Tita la invitó a su nueva casa en Madrid, se negó en redondo, dejando solo a su marido. Fue una bofetada pública que se convirtió en la comidilla de todo Madrid. Al final, por mucho que fuera el entusiasmo del rey, pudieron más las presiones familiares y también las otras damas que en ese momento ocupaban su corazón, y aparcó admiración y galanteos, aunque siempre habla muy bien de Tita. No así la reina que, según contó en su momento Sabino Fernández Campo, la llamaba con malevolencia “esa cortesana”. Primero se murió Luis, después el barón y Carmen ni siquiera fue invitada a la boda del príncipe de Asturias, ni al 80 cumpleaños de doña Pilar. Todos saben que hay una consigna no escrita: si la reina va, no se puede invitar a la baronesa. Sofía, según su primera biógrafa Françoise Laot “tiene un puño de hierro en guante de terciopelo y nunca olvida un agravio”.
Una brecha que no se cierra
Tampoco Felipe y Letizia han hecho ningún esfuerzo para acercarse a la baronesa, ni a su hijo. Una brecha que no ha hecho más que agrandarse debido a las frecuentes declaraciones de Tita: “Putin me ha llamado respecto a mi colección, me quiere hacer reina de San Petersburgo...”. Recordemos la gran amistad que tienen Putin y Juan Carlos. También molestan en Casa Real los elogios de Tita al emérito, “tiene que volver”. Todo hace sospechar que Juan Carlos y Carmen Cervera mantienen algún tipo de contacto. ¿Se habrá acordado de felicitarla?