Sara Carbonero, pobrecilla. Quién lo iba a decir. Aún recuerdo con horror el día que la casualidad me colocó entre Sara Carbonero y Adriana Abenia, las dos mujeres más guapas, no de televisión, sino de España entera. En la sala de maquillaje, al lado de estos bellezones, me sentía tan pequeña como un enano de jardín y tan poco agraciada como un mocho pringoso. Pero oí que Sara le decía a su maquillador: “Tengo ojeras”, y Adriana se quejaba: “Maño, me ha salido un granito”, y yo me consolé repitiendo como un mantra esa solemne tontería de “nadie es perfecto”.