Sonrisas. Lágrimas. Toses. Así podría resumirse el acto del pasado sábado en Zaragoza, donde coincidieron en el patio de armas de la academia militar Felipe, Letizia y Leonor para celebrar el 40 aniversario de la jura de bandera del rey. Las toses –y algún estornudo– fueron de Letizia, supongo que, como la mayoría de los españoles, tenía un ataque de alergia propiciado además por el cierzo que soplaba ese día en Aragón. Las sonrisas se dieron precisamente entre Letizia y Felipe, contrastando con la fría relación que han mantenido en público estos últimos meses.
No sabemos si es que han decidido enterrar sus diferencias o si ha sido un consejo del nuevo jefe de la Casa, pero se les notaba una complicidad y una cercanía propia de los primeros tiempos de su matrimonio. La reina reía y miraba a su marido con ojos embelesados, parpadeaba incluso con un ligero coqueteo. El rey enseñaba también los dientes en una rápida sonrisa que apenas se vislumbraba a través de su espesa barba, y a veces tenía los ojos brillantes. La reina iba sobria, con un traje pantalón de color azul cielo, top negro y zapato “casi” plano, como los adictos al tabaco que se van quitando poco a poco hasta que al final dejan de fumar. Creo que ha ganado un poco de peso en estas semanas de semi descanso después de su accidentado viaje a Holanda. Mostraba un rostro luminoso y limpio de arrugas, aunque también pudiera ser que se hubiera sometido a un tratamiento a base de plasma que, según se dice, se realiza cada seis meses. En fin, estaba guapa, rejuvenecida y muy natural.
A Felipe, sin embargo, se le veía envejecido, parecía el padre de su mujer. La barba tan blanca le hace mayor, tiene arrugas pronunciadas y le falta esa ligereza al caminar que es patrimonio de la juventud. Está claro que era un acto castrense que requería porte marcial, pero no se apeba de su envaramiento ni en los momentos de descanso, cuando posó con su hija, por ejemplo. La guapísima dama cadete Leonor, con una disciplina admirable, se mantuvo durante toda la ceremonia con la mirada al frente, al lado de sus compañeros.
Como su padre y su abuelo
En este mismo patio de armas, hace cuarenta años, juró bandera el entonces príncipe Felipe acompañado de un numeroso grupo familiar: sus padres, sus hermanas, su abuelo, su tía la princesa Irene y sus tíos los duques de Badajoz y los duques de Soria. Y hace 69 años juró bandera el príncipe Juan Carlos tan solo acompañado por su hermana Pilar ya que sus padres tenían prohibida la entrada en España. Tanto en el caso de Juan Carlos como en el de su hijo se quiso remarcar que no hubo ningún privilegio. Felipe, criado por su madre entre algodones y según reconocieron incluso sus preceptores “muy mimado”, tuvo que salir por primera vez de casa. “Fue una experiencia muy dura” confesó años después. Claro que los fines de semana no dormía en la Academia, sino en el Gran Hotel, tenía permisos extraordinarios y poseía coche propio. Le llamaban cadete Borbón, pero todos eran conscientes de su rango. Aunque las revistas satíricas hablaron de “mascarada de milicia para conseguir en un año lo que otros consiguen en cinco”, lo cierto es que se impregnó tanto del espíritu militar que, recién salido de la Academia, al advertir que un Guardia Real había dejado su arma en el suelo, lo denunció e hizo que lo arrestaran.
Vigilado por espías
España entera estaba al tanto de que Felipe era el heredero de la corona, pero, en 1955, de Juan Carlos se ignoraba todo y nadie sabía muy bien qué hacía en nuestro país. Llegó a las manos con algún compañero que lo insultó, a él y a su padre, pero tampoco era un cadete más, dormía en el Gran Hotel los fines de semana, tenía caballo propio y disponía de sala particular en la Academia para recibir. Aunque sus compañeros le llamaban SAR, su preceptor, el duque de la Torre, los obligó a que le dieran el tratamiento de alteza y le pedía al príncipe que guardara distancia con ellos. Lo cierto es que estaba muy vigilado tanto por los espías de su padre como por los espías de Franco, que le hizo quitar una foto de su novia María Gabriela de su mesa de noche. También durante su estancia en Zaragoza tuvo lugar el triste episodio de la muerte de don Alfonsito en un accidente fatal.
El otro día me contaba un amigo de Juan Carlos que, a medida que se acercaba su inevitable final, el recuerdo de su hermano se hacía más vivo y su ausencia más dolorosa. De momento no sabemos cómo ha sido de verdad el paso de Leonor por la academia militar. Como en el caso de su padre y de su abuelo, quizás lo averigüemos dentro de algunas décadas. Resulta llamativo el poco realce que se ha dado a la conmemoración del sábado, que fue un espectáculo visual magnífico. Quizás es que sabemos que la misma ceremonia se repetirá dos veces más, en Marín y en San Javier. Por cierto, las prácticas de la princesa de Asturias en la escuela naval de Marín las hará a bordo del buque Juan Sebastián El cano. Una de las escalas de la travesía será Nueva York, donde vive Gabriel Giacomelli, el no novio de Leonor desde que estudiaban en Gales. Ojo al dato.