La escena más significativa del documental de Meghan y Harry, los príncipes Pinocho según los llama la prensa inglesa, tiene lugar en un hotel de Nueva York mientras ella se está probando un vestido rojo fuego para una gala benéfica, ayudada por media docena de personas. Le colocan la sobrefalda, le cogen la cintura con alfileres y Meghan va poniendo caras de asombro e ingenuidad como si, a sus cuarenta años y mucha vida pública a sus espaldas, fuera una jovencita de campo ajena a toda la parafernalia que conlleva la preparación de un evento de este tipo.