El misterio de la cabeza humana que ha aparecido en Badalona

Mayka Navarro nos narra la crónica de los últimos sucesos que tienen consternados a los habitantes de Cataluña, una serie de asesinatos sin relación pero con un una frecuencia de lo más preocupante

Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Actualizado a 20 de marzo de 2024, 06:30

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Los últimos días la crónica se ha teñido de negro en Catalunya. Apareció una

cabeza bajo un pino, a las faldas del hospital de Can Ruti de Badalona, la responsable de cocina de la cárcel de Mas d’Enric, en Tarragona, fue asesinada por uno de los presos que trabajaba junto a ella en los fogones y un hombre asesinó a sus padres y después se quitó la vida colgándose de un árbol. Ninguno de los sucesos está relacionado con el otro. Pero en los dos que policialmente están resueltos, el crimen de la cocinera y el parricidio del Poblenou, hay además de una tristeza infinita, un problema de salud mental cada vez más presente en homicidios, asesinatos y agresiones, que no está teniendo la atención y la respuesta que merecería de todas las administraciones.

La última prueba de vida

De los tres sucesos, el de Badalona es especialmente inquietante, misterioso y con infinidad de preguntas que siguen sin respuesta. Hay que viajar primero al pasado 29 de enero. Joan Pere Madurell, un vecino de Vic, de 44 años, se despide de su novia en Santa Coloma de Gramenet y se dirige al metro, a la estación de Fondo, de la línea roja. El lunes a primera hora entraba a trabajar en la fábrica que Casa Tarradellas tiene en Gurb. Pero en el vestíbulo de la estación conoce a un tal Óscar que le pide un cigarrillo y con el que empieza a hablar y acaban enfrascados en una ruta de bares por Badalona. Antes, Joan Pere avisa al compañero de trabajo, que normalmente le recoge en Vic para ir juntos en coche hasta la fábrica, que no irá. Con su nuevo amigo pasan un rato en el bar El Mirador. Desde allí, Joan Pere se graba con el teléfono un video en el que imita al humorista Eugenio y en el que aparece Óscar. Unas imágenes que envía a su novia, sobre las doce del mediodía del lunes, convirtiéndose en la última prueba de vida del joven. Luego pasaron por el bar Tyba, también en Badalona. La pareja y el resto de la familia telefonean ese lunes insistentemente al joven hasta que su teléfono deja de dar señal por la noche. El martes 30 de enero, la familia acude a la comisaría de los Mossos d’Esquadra de Vic y denuncian la desaparición.

La familia sintió en esos primeros días esa sensación de absoluta soledad e incomprensión que padecen prácticamente todos los que han vivido una ausencia. Contactaron con las organizaciones de familiares de desaparecidos que les ayudaron a difundir los primeros carteles con el rostro de Joan Pere Madurell, cuatro datos y un teléfono para recibir cualquier información por si alguien lo había visto. En la descripción se contaba que había salido de casa de su novia con una bolsa de deportes granate, en la que llevaba la ropa del fin de semana. Pelo corto y castaño, perilla, ojos castaños y complexión delgada. Durante varios días, fueron los propios familiares los que se desplazaron hasta Santa Coloma y Badalona a rehacer los pasos del joven e investigar por su cuenta. Recorrieron a pie los trayectos que Joan Pere hizo aquel domingo por la noche. Recorridos que llenaron de carteles con su fotografía. Se entrevistaron con la camarera de El Mirador que les sirvió y localizaron a Óscar.

Distintos finales

Y es cierto que el tal Óscar, al que también interrogaron los Mossos días después, ha contado la misma historia pero con distinto final las veces que le han preguntado. En ocasiones explica que después de los primeros bares se despidió de Joan Pere, al que dejó sentando en el banco de un parque. Pero en otras ocasiones cuenta que estuvo con Joan Pere dos noches sin dormir, de fiesta, que incluso se desplazaron al Estadi Olímpic de Montjuïc a ver un partido del Barça y que allí perdió la pista a su nuevo amigo, al que dejó con un grupo de jóvenes fumando.

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Identificada la dentadura

El 7 de marzo el medio local Tot Badalona avanzó que un hombre que buscaba espárragos junto a una riera, a las faldas del hospital de Can Ruti de Badalona, había encontrado una cabeza. La noticia fue titular de todos los medios de comunicación. Los restos fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Catalunya donde empezaron a analizar el resto para su identificación. Casi en paralelo, la familia de Joan Pere telefoneó a los Mossos para advertirles de que el hospital de Can Ruti no estaba tan lejos de los últimos bares en los que habían visto al joven y que lo tuvieran en cuenta. Y eso hicieron, empezar a trabajar con la posibilidad de que el resto fuera del vecino de Vic. En ese instante la familia inició un nuevo viaje terrible y por el que pasan tantas otras con seres desaparecidos. En el fondo de su corazón desean que esos restos que aparecen no sean los del ser al que buscan. Los laboratorios no trabajan con los calendarios de las series de ficción y unos resultados de ADN pueden tardar semanas. Días que se hacen eternos para las familias que están constantemente pendientes del teléfono esperando la llamada que confirme o no la identificación. Esta vez los forenses decidieron avanzarse al ADN y buscar la identificación a partir de la dentadura. Crearon un equipo de trabajo con la participación de tres odontólogos que se encargaron de comparar la dentadura de la cabeza con distintas fotografías de Joan Pere. A partir de la superposición de imágenes y detalles como pequeñas roturas en algunas piezas de la dentadura del desaparecido, los forenses acreditaron que los restos hallados en Badalona eran de Joan Pere Madurell. Y así se lo trasladaron a su familia. ¿Y el resto del cuerpo? Las siguientes 24 horas a la aparición de la cabeza, los Mossos rastrearon la zona con perros adiestrados para la localización de restos humanos. Hasta cuatro animales trabajaron sin encontrar nada. La investigación de la desaparición de Joan Pere en ese momento ya estaba en manos de la Unidad Central de Personas Desaparecidas de los Mossos. Un grupo especializado en investigar desapariciones de origen criminal. Su objetivo no es tanto localizar el cuerpo, como demostrar que esa persona no desapareció voluntariamente e identificar a los responsables de esa ausencia.

Un parricidio en Poblenou

En eso estaban los investigadores cuando el jueves 7 de marzo, un mosso que paseaba con su perro por una calle de Gràcia se detuvo ante una bolsa que el animal insistía en marcar. Era un cadáver al que le faltaba la cabeza. Los investigadores no tienen la menor duda de que se trata del cuerpo de Joan Pere, aunque están a la espera de que el laboratorio confirme con ADN la identificación. ¿Pudo estar el cuerpo más de un mes en un parterre de una estrecha calle de Gràcia sin que nadie se percatara? Es difícil. Lo más lógico es pensar que el asesino o asesinos de Joan Pere se deshicieran poco antes del hallazgo del resto del cuerpo, en un punto alejado del lugar donde abandonaron su cabeza. El mismo día que se conoció la aparición del resto del cadáver de Joan Pere en Gràcia, un hijo de 49 años que llevaba varios cuidando de sus padres enfermos en el Poblenou, se suicidó tras acabar con la vida de sus progenitores. Los Mossos tratan de dar con un hilo argumental que les ayude a entender por qué Xavi, el segundo hijo de la pareja, mató a sus padres, Esperanza y Manel. Entre las hipótesis con las que trabajan está la del suicido asistido. Que en algún momento, la madre le hubiera pedido ayuda para acabar, después de ver cómo el marido incrementaba su aislamiento y dependencia por culpa del alzheimer y ella acudía cada vez más a menudo al hospital del Mar por transfusiones de plaquetas. La otra opción es que el hijo, con episodios de depresión se viera desbordado cuidando a sus padres. Manel apenas salía de casa mientras que Esperanza mantenía su cita mensual en la peluquería del barrio a la que le llevaba y recogía su hijo del brazo.

Gtres

El asesinato de Nuria

Un parricidio terrible cuando todavía no nos habíamos recuperado del asesinato de Nuria López López, de 46 años. La mujer era la jefa de cocinas de la prisión de Mas d’Enric, en Tarragona. El miércoles 13 de marzo ya había finalizado el servicio de comedor y estaba en su despacho planificando el menú del día siguiente. Las cámaras de seguridad recogen cómo Iulian Odriste, de 48 años y condenado a 11 por asesinar a otra mujer, se dirige al despacho y habla con Nuria. El hombre llevaba varios años trabajando en la cocina en un programa de reinserción. Eran las cuatro de la tarde. Algo comentó con la mujer, que se levantó, y juntos se dirigieron a la cámara frigorífica. El interno abrió la puerta, hacia afuera, le cedió el paso a Nuria y cerró tras ella. Ambos permanecieron en el interior seis minutos. El preso abandona la cámara, se desplaza a la zona de la cocina de los utensilios, toma un cuchillo de grandes dimensiones y regresa a la cámara. Al instante Odriste abandona de nuevo la cámara con el cuchillo ensangrentado y se dirige a uno de los espacios de la cocina que él sabía que no estaban al alcance de las cámaras. Allí se degolló. Un crimen terrible que ha puesto en pie de guerra a los funcionarios de prisiones catalanas exigiendo más medidas de seguridad.

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