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Pocos asesinatos se han producido en los últimos años en España que hayan provocado tanta indignación social como el de Samuel Luiz Muñiz. Nacido en Brasil en 1997 y emigrado a España con sus padres cuando apenas tenía un año, este joven pacífico, religioso, discreto y auxiliar de enfermería que estudiaba para protésico dental, murió en la zona de copas de A Coruña por la paliza salvaje que le propinaron una manada de chavales de su misma edad que le golpearon durante siete minutos tras el grito de “maricón de mierda”.

“Deja de grabarnos”

Era la madrugada del 3 de julio de 2021, el primer fin de semana de reapertura del ocio nocturno tras el largo encierro por la pandemia. Samuel había salido con su mejor amiga, Lina Fernanda Novo, y se encontraban en las inmediaciones de un conocido pub, el Andén, haciendo una videollamada a otra amiga, Vanessa González, que estaba en Pontevedra. Los tres disfrutaban en la distancia del primer paso a la normalidad tras los meses de confinamiento. Estaban felices, y Samuel y Lina mostraban a Vanessa a través del teléfono la cantidad de gente que había salido a las calles a celebrar.

Justo en ese instante, otro hombre de la misma edad de Samuel, Diego Montaña Marzoa, que tenía como la víctima 25 años, y había nacido en A Coruña, salió del pub con su novia, Katy Silva Barros, de 19 años. En realidad, les echaron de un reservado tras una bronca protagonizada por ambos. En la calle pasaron cerca de Samuel y, erróneamente, interpretaron que les estaban grabando. No se conocían de nada. No habían coincidido nunca y por tanto absolutamente ningún altercado anterior pudo prever la violenta reacción del joven, de su entonces pareja, y del resto de amigos que se sumaron a la paliza, sin tener tiempo a saber siquiera por qué estaban pateando a aquel joven indefenso.

“Deja de grabarnos”, “¡deja de grabar, a ver si te voy a matar, maricón!”, con esta amenaza de un Diego Montaña absolutamente fuera de sí se inició el linchamiento colectivo. Eran las tres de la madrugada. Infinidad de personas asistieron impasibles a la paliza. La orientación sexual de la víctima pudo ser evidente para los agresores, aunque ellos ahora lo niegan, y aunque era una cuestión que el joven no había comentado con su familia, Samuel nunca se escondió. La muerte a golpes a cargo de una jauría “cruel y deshumanizada”, describe la fiscal Olga Serrano, está siendo juzgada estos días en la Audiencia de A Coruña por un jurado popular.

Cinco acusados

En el banquillo se sientan cinco de los presuntos autores, los mayores de edad, que la Policía Nacional logró identificar. Muchos se delataron entre ellos cuando se vieron acorralados. Un juicio al que han llegado con la actitud del que no ha roto un plato en su vida, negando cualquier connotación por delito de odio en la paliza de la que ahora los cinco se exculpan señalando a los otros acusados. Además de Diego Montaña y Katy Silva, para los que la Fiscalía pide 25 años de prisión y cinco de libertad vigilada; también están acusados Alejandro Freire y Alejandro Míguez, que se enfrentan cada uno a 22 años; y de Kaio Amaral, que suma 27 años no solo por participar en la paliza mortal, sino por robarle y hacer desaparecer el móvil de la víctima en medio de la confusión.

Dos menores que la Policía Nacional también acreditó que participaron nunca pisaron la cárcel pese a que cumplieron pronto los 18 años. Fueron juzgados a los nueve meses, se declararon culpables de un delito de asesinato y aceptaron una condena de tres años y medio en un centro tutelado. En estos días que los que fueron sus amigos de pandilla se sientan en el banquillo, los dos menores ya disfrutan de días libres de permisos. Ninguno de los detenidos tenía antecedentes policiales, aunque los investigadores que los identificaron sostienen que habían participado previamente en otros episodios violentos, pero que tuvieron suerte y lograron salir impunes.

Siete minutos de terror

El ministerio público defiende que se trata de un asesinato porque los agresores se ensañaron con aquel joven enfermero, incapaz de hacerles frente, con ánimo de causarle la muerte. Y utilizó la fiscal en su intervención cinco canicas que mostró al jurado para hacerles ver que daba igual quien de los cinco propinó el golpe definitivo que lo mató, y que todos participaron en el crimen. “Los continuos y brutales golpes propinados a Samuel fueron realizados con la intención deliberada de aumentar innecesariamente su dolor y sufrimiento físico para alcanzar el fin letal, reflejo de una crueldad y deshumanización extremas”, insistió la fiscal. La escena duró siete minutos. Desde el enfrentamiento inicial de Diego Montaña hasta que se fueron sumando los demás amigos, mientras Katy Silva bloqueaba el paso a quien quería auxiliar a la víctima y se produjo una persecución brutal a lo largo de 150 metros del frente marítimo de A Coruña. Hasta que Samuel se derrumbó y fue ayudado por dos migrantes senegaleses, Ibrahima Diack y Magatte Ndiaye, las únicas personas que lo hicieron de la multitud que presenció la paliza, aparte de su amiga. Samuel trató de levantarse y huir, pero al final se desplomó y siguieron dándole puñetazos y patadas en “zonas extremadamente vulnerables” como “la cabeza y la cara”.

La amiga que acompañaba a Samuel aquella noche, la que presenció por teléfono el encontronazo y los dos senegaleses fueron de los primeros en declarar. Emocionada, la joven contó como gritó y suplicó que dejaran de golpear a su amigo, mientras que la única acusada la derribó en el suelo y la pateó hasta advertirle que no se metiera. Los dos senegaleses describieron cómo trataron de proteger con sus cuerpos las lluvias incesantes de golpes y patadas, y sin dudar identificaron en la sala a los responsables. También justificaron que salieran corriendo antes de la llegada de la policía, porque en ese momento, su situación en España era irregular y tuvieron miedo. Tras su heroicidad, el Gobierno ofreció a ambos la residencia y siguen viviendo y trabajando en Galicia.

Heridas por todo el cuerpo

Samuel Luiz, el joven que quería ser protésico dental y que llevaba años trabajando en una residencia de ancianos mientras enseñaba la Biblia y tocaba la flauta travesera en la Congregación Cristiana, un movimiento evangélico del que su padre era líder espiritual, fue trasladado todavía con un suspiro de vida al Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña y su muerte fue certificada a las 6.50 horas de la mañana. Hemorragias, traumatismo craneoencefálico, edema y muerte cerebral. Todo ello sumado a golpes y heridas por todo el cuerpo y derrames en los órganos del tórax. La fiscal defiende que “por las palabras, gestos, forma de vestir, tono de voz y apariencia física” de la víctima, se “desencadenó una reacción aún mucho más virulenta” en Montaña por su “animadversión a la orientación homosexual que le atribuyó”. También afirma que la novia del primer agresor era “plenamente consciente” de esa “profunda animadversión hacia la homosexualidad” y la “compartía” de lleno. Aunque en su declaración la negó asegurando que dos de sus mejores amigas son transexuales y justificó su actuación asegurando que se quedó “bloqueada” y que intentó sacar de la pelea a su novio, del que dijo nunca había visto tan violento.

La Fiscalía les atribuye a todos un delito de asesinato por alevosía y ensañamiento y a Kaio uno de robo con violencia. Concurre para el caso de Diego Montaña y Katy Silva el agravante de discriminación “con relación a la orientación sexual de la víctima”, por lo que las penas por asesinato que la acusación pide para ellos son más altas. Todos se enfrentan, además, a un lustro de libertad vigilada tras sus años entre rejas. “Nos quitaron la única luz que iluminaba nuestra vida”, escribió la familia en una carta que amaneció un día pegada en el suelo, entre las flores del altar espontáneo que los vecinos de A Coruña levantaron, aquellos días de conmoción, en el pedazo de acera donde se desplomó Samuel.

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