De todos los artículos que he escrito a lo largo de estos últimos treinta años sé recitar de memoria el primer párrafo de uno de ellos, el dedicado a la dama del cajero. “¿Quién dijo que uno no puede agonizar de desamor? La madrugada en la que tres adolescentes víctimas de sí mismos quemaron viva a María del Rosario Endrinal Petit, de 51 años, asesinaron a una mujer que ya estaba muerta de amor”.
16 años de cárcel
El 16 de diciembre de 2005 Barcelona descubrió de forma brutal la aporofobia, el odio, miedo o ira contra el pobre. Aquella madrugada tres jóvenes de familias aparentemente sin problemas de la zona alta de la ciudad, uno de ellos menor de edad, quemaron viva a una mujer que dormía en un cajero. A Rosario Endrinal la conocían como Charo.
De nada sirvió que los dos mayores, Ricard Pinilla y Oriol Plana, aseguraran durante el juicio que su intención no era matar a aquella mujer a la que rociaron disolvente antes de prenderle fuego y tras golpearla previamente. Contaron cabizbajos y avergonzados que solo pretendían divertirse, molestarla, asustarla. De poco sirvió que se mostraran arrepentidos e incluso pidieran perdón a la familia. La Audiencia de Barcelona les condenó a 16 años de cárcel por un delito de asesinato con alevosía y a otro año por los desperfectos provocados en el incendio.
Mofas y golpes
La víctima agonizó 24 horas hospitalizada con quemaduras de tercer grado en el 68% de su cuerpo. Sufrió un dolor inmenso, indescriptible. Aquella madrugada hacía muchísimo frío en Barcelona y Charo se refugió en el interior de un cajero de La Caixa de la calle Guillem Tell, en Sant Gervasi. Pinilla y Plana accedieron varias veces a la sucursal para incordiarla, insultarla y mofarse de ella. Habían estado de cena y bebiendo con unos amigos en un restaurante cercano. Encontraron un cilindro de cartón rígido y un cono de obras con los que la agredieron. Golpes que el forense identificó en la autopsia. La mujer finalmente se zafó de aquellos delincuentes, logró sacarles del cajero, y se cerró por dentro con el pestillo.
Uno de los agresores, responsable del asesinato de Rosario Endrinal 'Charo', captado por las cámaras de seguridad.
Una película de terror
Insensibles e incapaces de reconocer a un ser humano en aquella mujer, los dos regresaron al cajero pero acompañados de Juan José Mena, que entonces era menor. Los tres urdieron una trampa para engañar a la señora para que les abriera la puerta sin desconfiar. El menor golpeó la puerta haciendo señas de que necesitaba utilizar el cajero. Rosario retiró el pestillo para franquearle el acceso y se recostó en sus cartones. Quedó rápidamente adormecida. Aquellos desalmados rociaron el cajero con un disolvente que habían encontrado en el andamio de una obra de rehabilitación cercana, y con un encendedor prendieron fuego a la estancia. La terrible secuencia quedó grabada por las cámaras de seguridad de la sucursal. Una película de terror indescriptible que solo su recuerdo produce escalofríos.
De las galas a los andrajos
Ya aquellos días costaba, porque dolía demasiado, visionar hasta el final la secuencia del vídeo de aquella mujer despeinada y sin dientes, en el cajero, antes del fundido al negro de la imagen, por el fogonazo. La muerte en directo. Fue el último novio de Charo, Luis Riera Sorolla, quien aquellos días desempolvó algunas cajas de fotos que guardaba en un armario, como en su día rescató de un baúl un vestido de seda de su bisabuela con el que Charo posó para él. Aquellas imágenes de la mujer vestida de época emocionaron a la sociedad cuando tuve la oportunidad de publicarlas en El Periódico con el título ‘La dama del cajero’. ¿Cómo pudo pasar aquella bella mujer de aquellas galas a los andrajos? La primera noche que Charo durmió en la calle, lo hizo con un abrigo de visón que le robaron al día siguiente. Durante años, aquel exnovio entristecido publicó en la sección de cartas del lector de El Periódico y de La Vanguardia notas de recuerdo. “Siempre fue una señora. Una dama que amó demasiado, incapaz de sobrevivir al desamor”. Charo ahogó sus penas en alcohol y combatió el silencio de su madre, que cambiaba de calle cuando salía a comprar, en Sants, para no cruzarse con ella mendigando. Con los años, Xantal, su única hija, le dedicó una carta de despedida: “Siempre quise ser como ella, alegre, vital y extrovertida.”
Rosario Endrinal, la dama del cajero
Abandono a su familia
Un desengaño amoroso del que nunca se recuperó arrastró poco a poco a Rosario hasta la calle. Tras el crimen, Luis Riera quiso reivindicar su dignidad. “Charo no era una mendiga. Era una señora. Con sus andrajos, sucia y sin dientes, esa mujer seguía siendo una dama”, contó. Aquel hombre tropezó con los ojos negros de Charo en la cafetería Sandor de la plaza de Francesc Macià. “Nos presentó su primer novio”. Vivieron juntos cinco años. “No fue una relaci��n estable. Ella siempre huía”. ¿De quién? “De un tal Jan, un francés con el que se escapó y por el que abandonó a su marido y a su hija cuando la niña todavía era muy pequeña. Jan fue el gran amor de su vida”. Rosario era secretaria de dirección de los supermercados Pryca. Allí conoció al directivo con el que se marchó. “Su familia nunca se lo perdonó. Cuando el francés la abandonó, ella regresó a Barcelona y todos le dieron la espalda”.
Mejor bombones que rosas
En el interior de una pequeña carpeta azul con gomas de colegio antiguo, Luis guardaba algunas fotografías de Rosario, de cuando estaban juntos. “Las he cogido al azar. Tengo muchas más. Le encantaba pintarse, arreglarse y que le hicieran fotos”. En una de sus preferidas, la mujer aparecía vestida de época. “En un viejo baúl de la casa de mis padres encontré un vestido de seda de mi bisabuela. Se lo regalé. Parecía cosido para ella”. Las huidas de Charo tenían siempre un mal final. Al principio no bebía. Ni siquiera, asegura el hombre, un sorbito por Navidad. Luego, sí. Se iba en busca de Jan, él la rechazaba y ella regresaba abatida, rota, perdida. “Al final, el daño era tan grande que se rompió emocionalmente”. El estallido de su corazón afectó al cerebro. Empezó a beber, a vagabundear y estuvo ingresada un tiempo en el psiquiátrico de Sant Boi. “Solo me tenía a mí en esta vida”, decía Luis. El hombre le llevaba flores. Y Charo le decía que se ahorrara el dinero de las rosas, que quería bombones, pero de los que llevaban licor en el interior.
Le gustaba escribir
Le encantaba escribir y declamar. Leía en voz alta y contaba su amigo que hasta el sonido del aire cesaba cuando ella hablaba. “Cállate, niña, no llores más”. A Rosario le encantaba esta canción de Jeanette y la cantaba a todas
horas. Cuando no declamaba los poemas de Amado Nervo. También escribía cuentos cortos. Y cartas de amor. El hombre la vio por última vez cuatro meses antes de su asesinato. Y habló con ella dos días antes. En cuanto juntaba tres monedas, Charo telefoneaba desde una cabina a su amigo.
Un asesino en terapia
Hace unos cuantos años, Ricard Pinilla, que entonces todavía cumplía la condena de 17 años pero estaba en régimen abierto, concedió varias entrevistas. Dar la cara y asumir públicamente los hechos, formaba parte de una terapia de reconocimiento del daño causado. El ya hombre mostró su “profundo arrepentimiento” de lo que había hecho. “Es todo lo que puedo ofrecer, aunque probablemente no sirva de nada”. El hombre admitió que nunca
volvería a ser Ricard, sino que para siempre sería “el joven que prendió fuego a una mendiga en un cajero...” En aquellas entrevistas, Pinilla reconoció que era un joven “problemático”, inmerso en una “dinámica muy destructiva”, con la autoestima muy baja e “infinidad de carencias” y complejos. Aquella noche, admitió después, intentaron agredir y vejar a otras personas que también dormían en la calle. Y, aunque lo negó en el juicio y echó las culpas al menor de edad que les acompañaba, terminó confesando que fue él quien encendió la mecha que provocó el incendio que quemó viva a la mujer. Le costó años asumir la atrocidad que hizo y que quedó
grabada en aquellas imágenes. “Me resulta incomprensible comprobar cómo pudo salir tanto odio de dentro de mí. Cómo pude llegar a ese punto de maltrato”. Su terapia estaba encaminada a favorecer las segundas oportunidades. “Lo que intento es que mi dolor sirva para algo, por eso no me escondo. Siento que le debo algo a la sociedad”.
Feminización de la pobreza
El crimen de Charo sirvió en su momento para hacer visible la feminización de la pobreza y destrozar el tópico de que sólo los hombres, y más concretamente un determinado tipo de hombres, acaban en la calle. Se calcula que, a día de hoy, cada noche un centenar de mujeres duermen en las calles de la ciudad de Barcelona, según la Fundación Arrels, dedicada en cuerpo y alma a la tutela y el cuidado de las personas sin hogar. El centro de acogida Assis, especializado en mujeres sin hogar, prevé hacer realidad la Llar Rosario Endrinal, una casa de acogida de mujeres de la calle, que llevará el nombre de Charo para homenajearla y mantener vivo su recuerdo.