El crimen de la Guardia Urbana, parte 2: Dos versiones, muchas mentiras y una pregunta sin resolver

Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Actualizado a 26 de septiembre de 2023, 20:42

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Rosa declaró que limpió
la habitación del sótano porque Albert le obligó, fregando la sangre sin ser consciente de lo que hacía

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El 13 de mayo del 2017, Rosa Peral y Albert López fueron detenidos acusados del asesinato del que era pareja de ella, Pedro Rodríguez. Siempre han negado su responsabilidad directa en los hechos y durante los tres años que duró la investigación hasta el día del juicio se acusaron el uno al otro de haber acabado con la vida del guardia urbano de Barcelona.


Una sentencia tajante


La Audiencia de Barcelona celebró las sesiones del juicio con una expectación inusual y la presencia de nueve miembros del jurado que no perdieron detalle de los interrogatorios. Pero, finalmente, ni les convenció Rosa ni les convenció Albert. No de manera unánime, pero sí con la mayoría suficiente, ambos fueron declarados culpables de asesinato con alevosía. La condena de veinticinco años para ella y de veinte para él fue ratificada por el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya y casi dos años después por el Tribunal Supremo. La sentencia sostiene que ambos elaboraron un plan premeditado para acabar con la vida de Pedro. Que aprovecharon que estaba dormido o descansando para golpearle con un objeto contundente sin que él pudiera defenderse y que luego quemaron su cuerpo en el maletero de su coche en el pantano de Foix.


Preguntas sin respuesta


Para algunos, la sentencia sigue sin dar respuesta a algunos interrogantes. Preguntas que, pese a la verdad judicial, generan dudas. ¿Por qué lo mataron? ¿Qué necesidad tenían Rosa o Albert de quitarse del medio a Pedro cuando ella llevaba más de media vida simultaneando relaciones sentimentales sin ningún tipo de conflicto? Su capacidad para gestionar historias con varios hombres en el mismo espacio de tiempo quedó constatada durante la investigación. Con Pedro ya asesinado y los mossos d’esquadra tratando de hilar las pruebas contra su principal sospechosa, descubrieron en el teléfono móvil de la mujer mensajes y fotografías comprometedoras con su vecino de la casa de al lado, en Cubelles. El hombre le trasladaba las ganas que tenía de volver a repetir y ella respondía que en cuanto Pedro se ausentara de casa enalguna de sus salidas en moto le avisaría.




 

Los días previos a su detención, Rosa trató de atraer la atención de los investigadores hacía su exmarido. ¿Lo recuerdan? Era Rubén, un mosso d’esquadra con el que mantenía una tormentosa disputa por la custodia de sus dos hijas. Enseguida sospechó que aquella tesis no calaba, cambió de estrategia y rompió el pacto que tenía con Albert para señalarle directamente como el asesino de Pedro.


La versión de Rosa


Rosa empezó discretamente, sin atreverse a culpabilizarle, pero trasladando a los investigadores que quizás su examante tuviera algo que ver con la desaparición de su pareja. Finalmente declaró que aquella madrugada Albert se presentó en su casa, saltó la valla del jardín con una mochila de la que parecía asomar el mango de un hacha. Que entró hecho una furia. La obligó a encerrarse con sus hijas en la habitación de las pequeñas, del piso de arriba, y se quedó a solas con Pedro. Rosa aseguró, entre lágrimas y sollozos, que la situación le paralizó. Que no supo reaccionar. Que temió por la vida de sus hijas y que el miedo le impidió reaccionar. Hasta el punto, dijo, que limpió la habitación del sótano porque Albert le obligó, fregando la sangre sin ser consciente de lo que hacía. De la misma manera obedeció sin rechistar la orden de conducir el coche de Pedro hasta un paraje desconocido donde, siempre según su relato, Albert prendió fuego al vehículo, sin ella saber que el cadáver de su pareja iba en el maletero. Que escuchó una fuerte explosión y entonces sí dedujo lo peor. Pero que no pudo hacer nada. Por eso no lo denunció durante los días posteriores, cuando se inició la investigación tras el hallaz- go del coche con el cadáver carbonizado en el maletero, porque tenía mucho miedo.


Juego a dos bandas


La versión de Rosa hacía aguas por todos lados. Su “miedo insuperable” que la dejó paralizada, del todo incompatible con su condición de policía, lo vistió ante el tribunal asegurando que pese a su imagen de mujer fuerte “soy muy miedosa para algunas cosas”. Y justificó todas las mentiras que dijo e hizo decir a las personas de su alrededor, entre ellos a su padre, por las amenazas de Albert y por proteger a sus hijas. Dos días después del crimen, cuando el cuerpo de Pedro todavía no había aparecido y seguramente el vehículo todavía humeaba en la carretera del pantano, Rosa y Albert reaparecieron juntos en una comida con compañeros de la Guardia Urbana en una despedida de uno de los policías. Se sentaron uno al lado del otro. Se fotografiaron y en una de las imágenes Rosa sacó la lengua al objetivo del teléfono móvil de uno de los guardias. Ni a uno solo de esos compañeros le trasladó que su pareja estaba muerta y carbonizada en el interior del maletero de un coche pasto de las llamas en Foix. Ninguno de los policías notó nada raro en el comportamiento de ambos, ni la notaron a ella especialmente nerviosa o tensa con su acompañante. Tampoco les sorprendió que Rosa, pese a estar desde hacía unos meses formalmente con Pedro, hubiera vuelto con Albert. La mujer volvía a jugar, como siempre, a dos bandas.


Un regalo sospechoso


La versión de Albert tampoco convenció al tribunal, pero especialmente al fiscal del caso, Félix Martín, que mantuvo desde el primer momento que Rosa y Albert tenían el mismo grado de participación en el asesinato de Pedro. El guardia urbano reconoció que había estado “enganchado” a Rosa, que le había tomado cariño con el tiempo y que se apartó con la llegada de Pedro. Que reapareció cuando la vio en una entrevista que el periodista Toni Muñoz le hizo en La Vanguardia denunciando el maltrato que estaba sufriendo en la Guardia Urbana por el caso de la pornovenganza. En ese momento, aseguró, le escribió con el único interés de hacerle saber que podía contar con él para lo que necesitara.

Pero hubo mucho más. El 8 de abril, prácticamente un mes antes del crimen, Rosa estaba con un grupo de amigas en la terraza de una cafetería de Barcelona cuando pasó algo crucial para el fiscal. Albert trabajaba aquella tarde y se acercó con el coche patrulla. Se acercó a la mesa uniformado, saludó a todas, y dejó junto a Rosa una cajita. “Para que te lo pienses”, le dijo. Se fue y Peral mostró a sus amigas lo que había en el interior. Un solitario con un pequeño brillante. Al instante, Albert regresó. “Si te lo piensas, dime algo, porque lo quiero ir a grabar”. Rosa se quedó sorprendida, pero acabó colocándose el anillo en la mano derecha. En la otra, en la izquierda, llevaba el anillo de compromiso que le había regalado Pedro pidiéndole matrimonio.

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Esa misma noche, Rosa se fotografió frente a un espejo de su casa, desnuda de cintura para arriba, sonriendo y seductora, mostrando el anillo de Albert. El hombre siempre minimizó la relación e incluso el gesto de regalarle un anillo. Durante el juicio, Albert explicó que en el fondo solo le interesaba recuperar lo que había tenido con Rosa. Una relación sexual entre dos personas que se conocen muy bien, que con el tiempo se habían querido, pero sin ataduras ni compromisos.


¿Colaborador o autor?


Albert explicó que la noche del crimen recibió una llamada desesperada de Rosa en la que le aseguró que había pasado algo muy grave en su casa y que por favor corriera a ayudarla. Aún tardó varias horas en presentarse en Cubelles. Reconoció que saltó la valla, pero dijo que al llegar Pedro ya estaba muerto. Primero declaró que vio el cadáver ya en el maletero. Después rectificó y dijo que no, que imaginó que el cuerpo del guardia urbano podía estar dentro pero que nunca lo llegó a ver. Y que trató de convencer a Rosa de que tenía que llamar al 112 y contar lo que había pasado, pero que ella estaba tan fuera de sí y tan enloquecida, que la mujer logró convencerle para que le ayudara a deshacerse del cadáver.

Y que eso fue lo que hizo. Ayudar a Rosa, asumiendo que lo que hizo no estuvo bien y que se equivocó. La versión de Albert tampoco convenció al jurado, aunque fue objeto de la discusión más intensa de tres días de los miembros del jurado porque algunos creyeron hasta el final que el hombre fue un colaborador necesario aquella madrugada, pero no el instigador ni el autor de la muerte de Pedro.

Rosa y Albert siguen en prisión y se les han denegado todos los permisos que han solicitado. Ambos mantienen sus respectivas versiones. Ella asegura que fue él quién mató al que era el amor de su vida por celos. Y él sostiene que aquella noche es probable que Rosa y Pedro discutieran, como otras veces, llegaran a las manos y ella al defenderse acabara con la vida del hombre. Que él se limitó a ayudar a una persona a la que quería. Pero que ni le mató ni planeó nunca hacerlo.

Albert no se ha movido de la cárcel de Quatre Camins, donde ocupa una celda en uno de los módulos de seguridad destinados a policías. Rosa ha cambiado de prisión varias veces. En Wad Ras fue acusada de “dinamitar” todas las relaciones afectivas que había en el centro y de intentar convencer a dos reclusas, una colombiana y una venezolana, para que consiguieran a un sicario que liquidara a su marido.

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