Las diferencias entre Letizia y Masako

Actualizado a 10 de septiembre de 2020, 14:00

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Letizia viaja a Japón pero en Tokio no habrá duelo que valga. Quien fue la gran esperanza blanca de la corte imperial, la princesa Masako, de 53 años, a penas se deja ver en público y la emperatriz Michiko, de 82 años, es una venerable anciana que poco puede competir con la rutilante reina española. Por generación, Letizia está más cerca de Masako pero sus vidas, aun teniendo orígenes similares, son muy diferentes. A la actual reina se le ha permitido desarrollar su personalidad dentro de la casa real, mientras que a la princesa japonesa le han cortado las alas, sin que aún no esté claro si no ha podido o no ha querido revolucionar la corte imperial.

Masako es la princesa más triste del mundo. La vida de brillante diplomática japonesa quedó marcada un día de 1986, en una recepción ofrecida en la embajada de España en Tokio en honor de la infanta Elena, conoció al príncipe heredero Naruhito que, inmediatamente, pensó en casarse con ella. Masako tardó más, casi siete años en los que estuvo pensando la conveniencia de dejar su apasionante vida para entrar en la familia imperial y, al final, la persistencia de Naruhito acabó por convencerla aunque no sabía entonces que el palacio acabaría siendo su cárcel de oro. La pareja se casó en 1993 y desde el minuto uno, la vida de Masako estuvo controlada y dirigida por los funcionarios de la agencia imperial cuya presión fue aumentando año tras año hasta quebrar la frágil salud de la princesa por la falta de un embarazo. Cuando en el año 2000 nació la princesa Aiko, Masako ya era víctima de episodios de depresión que la habían practicamente retirado de la vida oficial y la evidencia de que no tendría más hijos aún hizo mayor la angustia puesto que en Japón las mujeres no pueden heredar el trono.

A sus 53 años, Masako ha conseguido que la dejen tranquila pero aquella joven que, tras su boda, fue considerada, por impacto social, como la lady Di de Oriente, no ha podido ejercer el papel para el que estaba predestinada: el de ser el vehículo para la modernización de la casa imperial japonesa. En su pulso con los altos funcionarios y las tradicionales normas de la familia imperial, Masako fue la perdedora y menos mal que Naruhito siempre la ha apoyado, enfrentándose a su propia familia y aceptando, como hecho natural, que su hija, heredera natural, no podrá sucederle en el trono por ser mujer. Japón, tan moderno en tantas cosas y tan avanzado tecnológicamente, no acepta cambios en las leyes de sucesión y la niña solo podrá seguir siendo princesa si permanece soltera pero nunca ocupará el trono del Crisantemo.

Naruhito será el próximo emperador pero en la siguiente generación será su sobrino, Hisohito, hijo del príncipe Akishino, quien tome el relevo si en aquel momento aún no se han cambiado las leyes que impiden a la princesa Aiko convertirse en emperatriz.

La reina Letizia también dejó su profesión pero, a diferencia de la princesa japonesa, ella ha logrado brillar, incluso, por encima de la Corona y, además, ha conseguido imponer su criterio en muchas cuestiones, sobre todo las relativas a la separación entre vida privada y vida pública. A Masako no se lo han permitido y la pobre princesa se daría con un canto en los dientes si pudiera disfrutar de una décima parte de libertad de la que goza la española.

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