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Según los cálculos del veterinario, Travis debería haber fallecido ya. Pero él, ajeno a los malos augurios, sigue viviendo como un rey. Está escuálido, se le marcan los huesos, pero no será por no comer, porque la costumbre de estar pidiendo continuamente no se le ha ido en ningún momento. No hace muchos días la señora que trabaja en casa se presentó en mi habitación con la cara descompuesta: “Se han llevado a Travis al veterinario. Se ha desplomado mientras le dábamos sus medicinas”. Yo pensé inmediatamente en Cartago, que se lo llevaron una mañana porque lo veían regular y ya no volvió.