La justificación me puso los pelos de punta. “Un malentendido sin importancia”. Podría haberla pronunciado un sobrino de Vito Corleone mirando hacia el infinito mientras se fuma un puro con una sonrisa casi triste. Casi condescendiente. Pero no. Es la excusa que dieron los de ‘El Hormiguero’ en sus redes sociales para justificar lo que sucedió con Jorge Martín en ‘La Revuelta’. Como suele ser habitual en estos casos se retorcieron versiones para salvar a Motos pero a estas alturas de la película ya da igual. Porque Motos ya ha perdido. Lo de menos son las audiencias. Lo de más, el hartazgo que genera incluso entre aque-los que han trabajado con él.
Muy significativas las manifestaciones de Raquel Martos y Jandro –extrabajadores de ‘El Hormiguero’– en X. Personas que no se distinguen por ser especialmente hooligans en ninguna red social se posicionaron a favor de ‘La Revuelta’, dando así una bofetada sin manos a un Motos que a estas alturas de semana todavía debe estar poniéndose hielo en su ego. Y no os penséis que escribo de oídas porque de egos sé bastante. Y entre egocéntricos nos reconocemos, aunque Pablo se pasa el juego. Conozco a pocos compañeros tan poco generosos como él.
Recuerdo que cuando yo ya me había pegado mi soberana hostia con ‘Cuentos Chinos’ le preguntaron si me llevaría a su programa. ¿Pensáis que manifestó cualquier tipo de empatía? Habéis acertado: no. Es más: no pudo ocultar cierto desprecio porque alguien había intentado, ¡menuda osadía!, trabajar una franja televisiva que parece que le corresponde por justicia divina. Contestó que no me llevaría a su programa porque no cumplía el perfil. En aquel momento escribí sobre el asunto de una manera muy diplomática. Hoy ya no. ¿Qué perfil debe cumplir un invitado para que le lleven ahí?
Porque yo he visto sentada en ‘El Hormiguero’ a una gentucilla que no tenía reparos en soltar discursos homófobos, racistas e incluso xenófobos. Gentucilla de dudosa calaña que en un clima de extrema amabilidad ha pronunciado discursos que no pasarían la prueba del algodón de un tribunal mínimamente democrático. Y el presentador no solo no los ha censurado sino que a veces los ha jaleado, convirtiéndose así en cómplice de una patulea de seres que jamás debería pisar un programa de televisión. Desde su particular punto de vista agradezco no cumplir ese perfil.
David Broncano le ha dado a Pablo Motos donde más duele. Le ha recordado que por mucho elixir de la eterna juventud que tome y por más pseudoterapias que se eche p’al cuerpo, los años vuelan. Y que siempre aparece alguien más joven –y en este caso más guapo– para recordarte que el tiempo pasa para todo pichichi. Y que lo mejor que podemos hacer es aceptarlo y no pretender ser uno más entre los jóvenes. Porque no lo somos. Porque ya no manejamos sus lenguajes ni sus códigos. Porque estamos más cerca de la Tarjeta Dorada de Renfe que del Carnet Joven.
Y porque cumplir años nos tiene que servir para algo más que para acabar haciendo el canelo en Tik Tok. Escribe Manuel Jabois en El País: “Esto va de la trágica desesperación de tenerlo todo y querer cambiarlo por un poco más (...). La cosa se acaba pudriendo porque no se puede hacer gracia si sabemos que estás enfadado con el mundo”. Yo en toda esta historia voy con David Broncano, como no podía ser de otra manera. Porque me mola muchísimo más su rollo, la gente que curra con él. Porque me identifico más con el pasotismo de Castella y Grison que con esa gente que sale en la mesa de ‘El Hormiguero’ para recordarnos a los votantes de izquierdas que nos perdonan la vida.
En pocas mesas se falta más al respeto al contrario que en esa. Y se hace desde la peor de las posiciones: desde la de “nuevo rico”. Porque Pablo Motos, podrido ya de millones, está tan desconectado de la realidad como un presidente de gobierno. ‘El Hormiguero’ se ha convertido en su particular Moncloa.
Su particular Moncloa
Desde su púlpito y con una voz cuidadosamente afectada vaticina el fin de España mientras él va sumando año tras año millones y millones de euros a su cuenta corriente. Sobre los cascotes de una España destruida él forja un imperio donde no se pone el sol (catódico). Cuanto peor mejor para él porque el cabreo y el miedo generan muchos adeptos. Cuando la cosa flojea saca a pasear los comodines de la dictadura, de la censura y de la poca libertad de expresión que hay en nuestro país. Entonces lleva a unos cuantos invitados a subrayar lo que él piensa –caducos señoros en su mayoría– y su audiencia se multiplica como los panes y los peces porque a la gente le va la marcha.
La censura no es para él un quebradero de cabeza sino un recurso de guión para enardecer a sus masas, que por otra parte ya vienen enardecidas de casa. Allá donde Pablo no llegue estará siempre a su lado la marquesa Falcó, adorno indispensable en toda mesa de nuevo rico. Entendería esa fascinación por la aristocracia si hubiera escogido a una persona medianamente formada. No es el caso. Tamara Falcó tiene el santo papo de pontificar sin gracia alguna sobre la nada y criticar sin argumentos.
Entiendo que tenga miedo de perder unos privilegios conseguidos por la cara. Debería ser más prudente porque si cobrara única y exclusivamente por sus méritos tendría problemas para llegar a fin de mes y solo podría aspirar a pagarse una habitación en un piso de la periferia de Madrid. Porque el centro, como ella probablemente no sabrá, está imposible. BULIMIA POR EL ÉXITO.
Lo que contó Broncano la semana pasada sobre el tema de los invitados no me sonó a nuevo. Era una cancioncita ya escuchada. Ya conté aquí lo difícil que nos resultó conseguir invitados para ‘Cuentos Chinos’. El primer día tuve que ser yo el entrevistado, no hace falta decir más. Cosas lógicas achacables a la competencia, pensé por aquel entonces. Llegados a este punto necesitamos saber qué tipo de armas utiliza ‘El Hormiguero’ para impedir que otros programas tengan invitados. Porque me temo que hay mucho mar de fondo y a lo mejor la competencia no es tan sana como yo creía.
Escribí ya aquí sobre el fichaje de Broncano por parte de RTVE. Desde ‘El Hormiguero’ decían que era una maniobra de Moncloa y a mí me pareció un pelín exagerado. Me replicó Juan del Val desde El Mundo, no fuera a ser que Pablo Motos se manchara las manos tecleando mi nombre en su ordenador. Que en Moncloa se querían cargar el programa, venía a decir. No sé yo. Pero ese no es ahora el tema. A mí no me gusta que se cierre ningún programa porque hay gente que se queda en la calle y tiene que volver a buscarse la vida. Los que menos sufrimos el cierre somos los presentadores que llevamos ya unos años trabajando porque hemos podido ahorrar para soportar épocas flacas.
Lo que ya me provoca rechazo es esa bulimia desmedida por el éxito que tiene Pablo Motos, ese poca generosidad con el resto de compañeros que pueden arrebatarle unas décimas de share, ese afán desmedido y patológico por querer seguir siendo siempre el único. Pablo, te escribo desde un lugar que no conoces: desde las cuatro de la tarde a las cinco y media, un sitio en el que me cuesta la mismísima vida llegar al doble dígito. Vamos camino de cinco meses y todavía no lo hemos conseguido. ¿Y sabes qué? Aquí no se está mal. Ahora no lo entiendes porque estás en ese punto en el que piensas que cuando hablas tiembla Pedro Sánchez. Pero te aseguro que vivir en la irrelevancia nos hace ser más conscientes de lo que verdaderamente somos: nada.