A falta de superar el segundo tramo de estas fiestas llevo engordado un kilo. Los que saben de esto me aseguran que si acabo así las fiestas habré triunfado. Lo tengo complicado, pero lo voy a intentar. En Nochebuena cenamos Mila, P. y yo, pero a punto estuvimos de no hacerlo. Por la mañana P. se metió en internet y vio que un restaurante cercano a casa abría por la noche así que nos relajamos y pasamos el día vagueando.
Mila se presentó en casa sobre las nueve. “¿Tenéis un poco de jamón?”, preguntó. No, no teníamos. Ni jamón ni nada. “¿Pero estáis seguros de que el restaurante está abierto?”. “Hija mía –le contesté yo con cierto aire de superioridad– los restaurantes no abrirían por Nochebuena en tu época pero ahora eso ya no se estila”. “Ah”, musitó ella. Llamamos al restaurante para reservar y curiosamente estaba cerrado. “Vaya”, sonrió Mila. Llamamos a otro y tampoco. Y luego a otro y a un par más. “Mi época, mi época”, repetía ella con cierto aire victorioso. Recurrimos a Terelu porque en materia de restauración es una experta y tampoco consigue localizarnos nada. Cómo nos vería de apurados que se ofreció a cobijarnos en su casa. Al final acabamos cenando en un hotel rodeados de turistas japoneses y con Mila repitiendo cada dos por tres: “En mi época, en mi época”.
Estas fiestas me han servido para reencontrarme también con Carmen Alcayde. Almorzamos en Valencia y nos lo pasamos bomba. Nada de rememorar épocas pasadas, no hacemos ni una sola concesión a la nostalgia. Hablamos de nuestras familias, cotilleamos sobre chuminadas de la tele, pero, sobre todo, nos reímos. Es difícil no reírse con Carmen, sobre todo cuando me relata su última aventura. “Me llamaron de ‘Qué tiempo tan feliz’ para contar chistes el día de Año Nuevo. Ya sabes que los detesto, pero bueno, me metí en Google y recopilé algunos. Al volver a casa después del programa le dije a mi hijo mayor: ‘Hoy mamá ha fracasado, pero lo importante en la vida es intentarlo’. Lo mejor, Jorge, es que después de contarle toda mi experiencia él me dijo: ‘Mamá, es que cuando tú quieres ser graciosa no te sale’. No te rías, Jorge, no te rías”. Pero claro, cómo no me iba a reír. Para endulzarnos las penas que no teníamos nos metimos entre pecho y espalda doble ración de postre. Pequeñitos, eso sí.