No quería, pero no puedo dejar de hacerlo. Viviendo en Madrid resulta imposible mirar hacia otro lado y no escribir sobre Díaz Ayuso. Llevo en la capital 25 años. No recuerdo un desbarajuste tan vergonzante en la Comunidad. Lo peor no es que Isabel Díaz Ayuso sea una política desastrosa, sino que ella no lo sepa. Lo peor no es que le ofrecieran el cargo –que también–, sino que lo aceptara. Borracha de sí misma nos endilga soflamas más propias de barras de bares a las cuatro de la madrugada que de una profesional seria. Incapaz de manejar una de las comunidades más importantes de España, se ha convertido en toda una experta en darle al ventilador y repartir mierda a diestro y siniestro. En esta estampida suicida en la que está inmersa, no repara en demonizar al mundo para salvar su pellejo. Ella no tiene ninguna responsabilidad en nada, es una víctima, van a por ella porque es buena y valiente. Ella, ella, ella. El ombliguismo personificado. La megalomanía hecha carne. La ineptitud como bandera. El caos.
Isabel Díaz Ayuso es esa mujer esclava del juicio ajeno que busca cómplices que la ayuden a enmascarar su gestión ineficaz. Sé lo que escribo. Cuando tuve la bronca con Belén Esteban, pretendió pescar en aguas revueltas, pero el tiro le salió por la culata. No quiero dar más detalles –por el momento– sobre este asunto. Las dos grandes apuestas de Pablo Casado tienen nombre de mujer: Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso. A la primera se la quitaron de encima en cuanto pudieron. Pablo Casado ha llegado a decir que Díaz Ayuso es el ejemplo de lo que el PP quiere hacer a nivel nacional. Pues qué quieres que te diga. Desde luego que no quiero que España se convierta en Venezuela, pero la alternativa que nos ofrece Casado es de todo menos bonita. Mala pinta tiene solucionar el desaguisado de Díaz Ayuso. Entre eso y lo de Jorge Fernández Díaz, hay años que mejor no levantarse. ¿Verdad, Pablo Casado?