Aunque los tengo vistísimos, todavía hoy me trago sus antiquísimos capítulos de ‘Alaska y Mario’ cuando doy con ellos en la MTV. Por eso no me los podía perder con Bertín Osborne. Y me encantaron. Los tengo tan analizados que hubiera podido responder yo a todas las preguntas que les hizo Bertín. Pero aun así tienen la gran capacidad de no parecer repetitivos, de no cansar, de seguir entreteniéndote. Han logrado crear un multicolor universo atractivo en el que todo es felicidad y las penas se encajan con auténticos brotes verdes de alegría y optimismo. Me gustó la parte de la entrevista en la que el matrimonio habló de la muerte del hermano de Mario en un accidente de tráfico. Desconocía que la pareja había sufrido varios años de angustia provocados por la incapacidad de Vaquerizo para superar el duelo. Sé que muchos tachan a Mario de frívolo y de superficial pero a mí me parece un hombre más reflexivo de lo que a primera vista se pueda pensar y posee, además, una gran capacidad para enfrentarse con singular destreza a la prosaica rutina de la existencia. De Alaska poco puedo decir que no haya escrito o contado ya. Cuando yo estudiaba B.U.P. iba al colegio con la carpeta forrada con fotografías de ella. Grababa sus apariciones en televisión en vídeo –¡ay!, aquél antiguo VHS– y me las veía una y otra vez. Es de las pocas artistas a las que he conocido y no me ha defraudado. Educadísima, muy leída, divertida, respetuosa y moderna en el sentido más amplio de la palabra. Con el paso de los años lo que más gracia me hace de ella es que con esa pinta de mujer destroyer que tiene y que ha tenido desde el principio de los tiempos, resulta que es la primera que se retira cuando se avecina fiesta salvaje.