El jurado de MasterChef está totalmente desorientado. Nunca antes se habían enfrentado a algo así. Y eso que llevan ya unas doce ediciones, sumando todos los formatos, subidos a la tarima del programa. Los concursantes se les escapan de las manos. Incluso se revuelven sin disimulo ante sus incrédulos ojos. Arrogancia y aires de superioridad campan a sus anchas en las cocinas. ¿Nos hemos topado con la edición más complicada para los jueces? Claro que darle el delantal al mismo aspirante que, minutos antes, te ha ridiculizado era una señal a la que debían haber hecho caso...
Jorge, el aspirante más deslenguado de esta nueva edición de MasterChef, se ganó su puesto en el concurso gracias a meterse con Samantha. La provocación dio resultado y el jurado, con la interfecta a la cabeza, le dio un sí. Parecía que sus artes culinarias importaban menos que el espectáculo. Algo nada nuevo cuando hablamos de talents televisivos. ¿Qué haríamos con dieciséis increíbles cocineros que tan solo se dedicasen a eso, a cocinar? Posiblemente, aprender técnicas culinarias y aburrirnos las tres horas de gala.
Apostar por el show tiene un precio. Uno que, hasta ahora, habían conseguido calmar gracias a una férrea disciplina y buenas dosis de mano dura -nada que no ocurra en una cocina profesional, por otra parte-. Tenían que llegar los aspirantes de la sexta edición para revelarse en diferido. En la última de las entregas de MasterChef hemos comenzado a vislumbrar el pánico. Las salidas de tono de los concursantes han colmado la paciencia del jurado. No solo no aceptan las críticas, sino que, además, se regodean rebatiéndolas. Tal es el nivel que incluso exparticipantes del formato se llevaron las manos a la cabeza.
“¿Yo voy a contestar así? Yo me acojonaba, echaba la cabeza para abajo y vale”. José María, exconcursante invitado para una de las pruebas, no entendía la actitud de Víctor. Al concursante no le había gustado nada que criticasen su macedonia y pensaba defenderse hasta el final. “Tu plato es la nada”, remataba Jordi ante el enfado del participante. Y no era el único que se encontraba en la misma situación. Fabio miraba con arrogancia mientras jueces y exconcursantes valoraban su plato. Aquello no iba con él. Vamos, ¡ni que estuviese concursando!
MasterChef es un programa de cocina, sí, pero también un reality. Uno capaz de llevar seis ediciones de anónimos, más las correspondientes de niños y famosos, y continuar congregando un buen número de espectadores frente al televisor. Su factura impecable, el tono amable y sí, las rencillas -ligeras- entre concursantes, han obrado el milagro. Falta que no se les vaya de las manos y acabe reconvertido en un 'GH VIP: Convive mientras cocinas'. Cosas más extrañas hemos visto -basta que recordar las últimas semanas de Cámbiame...-. Por lo pronto, aguanta el tipo frente al imbatible Supervivientes. Ahí es nada.