El rey Juan Carlos, sobre doña Sofía, que cumple 80 años: "Esta tonta se lo cree todo"

Actualizado a 31 de octubre de 2018, 08:41

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Barcelona, febrero de 1976. Visita real de cinco días. En el aeropuerto, Sofía, muy pálida, ojerosa, delgadísima, vestida de oscuro, contrasta con su bullicioso marido, que se atreve incluso a expresarse en catalán. Por la noche van al Liceo a ver la ópera de Wagner ‘Los maestros cantores’. Sofía cierra los ojos y alguien cree ver corriendo por sus mejillas un fulgor paralelo. ¡El Rey también cierra los ojos, pero es porque se queda profundamente dormido! Se alojan en el palacete Albéniz, Juan Carlos acude a la habitación matrimonial muerto de sueño desanudándose la pajarita, pero un ayuda de cámara lo detiene: “Perdón, majestad, su habitación está en este lado”.

Habitaciones separadas

Extrañado, mira a Sofía, que se dirige sin pronunciar palabra al que había sido su dormitorio común hasta ese momento. Separada por un saloncito, un despacho y dos cuartos de baño, han preparado otra alcoba para el Rey. El mayordomo informa, apurado: “Así lo ha dispuesto la Señora”. Juan Carlos se encoge de hombros y se va a su nuevo y solitario dormitorio. ¡Desde ese día el matrimonio separó habitaciones y nunca más volvieron a dormir juntos!

Y es que tres semanas antes, Sofía había sorprendido a su marido con otra mujer. Una duquesa consorte. En una finca de caza en Toledo, donde se presentó sin avisar con sus hijos. Tocaron el claxon y como nadie respondía, Gaudencio, el conductor, dio media vuelta para regresar a Madrid cuando Felipe gritó: “¡Mira, mamá, es Moro!”, el pastor alemán del que don Juan Carlos no se separaba jamás.

Erizada de sospechas, la Reina bajó del coche, golpeó el portón, apartó al dueño, esquivó a los de seguridad, subió las escaleras, dio un manotazo a una puerta y vio… dos rostros muy juntos y una falda escocesa que estaba donde no debería estar.

“Fría, no da confianzas, ¡qué diferencia del Rey!” En la nobleza catalana, se veneraba a Juan Carlos, pero Sofía despertaba recelos y antipatía. “Es adusta con nosotros”.

Cuatro amantes en Barcelona

¡Quizás porque el Rey se acercaba a Barcelona con propósitos ‘non sanctos’ y su mujer lo sabía! Y es que Juan Carlos tuvo en la capital catalana, por lo menos, cuatro amistades particulares. Una bellísima millonaria, amiga de la infancia de esta periodista, con la que se veía en una casa de la Vía Augusta. Otra, una extranjera con pisazo en Barcelona, emparentada por matrimonio con el mismísimo Rey. Otra más, morena bajita y graciosa, sobrina de una condesa, que ahora reside en América, y una cuarta, de mucho renombre, viuda, tan poco discreta que aireaba cómo eran las prendas íntimas de la Reina (recatadas).

Barcelona también ha sido el escenario de sus amores con Corinna. Con ella compartía un apartamento en la clínica Planas, viviendo por primera vez como persona normal: se metía en la pequeña cocina para preparar una bandeja con ‘puñetitas’ (la palabra es suya) para acompañar su whisky diario. En Barcelona también se sometía a tratamientos ‘antiaging’ (solo externos, pues de “lo otro”, según su amigo Manuel Bouza, sigue funcionando muy bien), se abastecía de ropa interior (siempre calzoncillos blancos) en Bel y el peluquero Iranzo le embellecía la zona capilar. Son razones muy poderosas para que la Reina no le tenga simpatía a esta ciudad.

Humillada por su marido

Sin embargo, la abogada y feminista Magda Oranich disiente: “Siempre que hemos querido contar con ella para una iniciativa en favor de los animales, ha venido de inmediato, e incluso nos ha reñido porque no la llamamos más a menudo”. También aplaudió la decisión del parlamento catalán de prohibir las corridas de toros, ya que es antitaurina, como su hija Cristina, vegetariana como ella.

Ahora cumple 80 años esta desdichada reina, prusiana en sus rígidas convicciones morales (le reprochó a su sobrina María Zurita que recurriera a la inseminación artificial: “Una familia no se crea así”), generosa (cedió su parte de la herencia paterna a sus hermanos) y humillada por su marido privada y públicamente. Un testigo me contó que el Rey le espetó furioso a Pitita Ridruejo, que le estaba hablando a la Reina de las apariciones de la Virgen en Garabandal: “Cállate, ¿no ves que esta tonta se lo cree todo?”. Cuando la periodista francesa Françoise Laot le preguntó cómo querría pasar a la historia, Sofía respondió “¡Eso de pasar a la historia es demasiado pretencioso! Me gustaría que los que me han conocido dijeran que he sabido cumplir con mi tarea y he sido útil al prójimo, nada más…”. Y nada menos, Señora.

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