El mundo del pop difícilmente podrá superar nunca la marcha de David Bowie. Ayer nos levantábamos con la trista noticia de la muerte del cantante británico, a los 69 años, víctima de un cáncer de hígado. Bowie se iba justo dos días después de su cumpleaños y de sacar al mercado su último disco que, desgraciadamente, compuso sabiendo que iba a ser su elegía: 'Blackstar'.
Saber que 'blackstar' es el término que se utiliza para definir el dibujo que deja una lesión cancerígena (especialmente en el cáncer de mama) da una dimensión muy triste y reveladora a sus útlimas canciones. Además del cáncer, contra el que batalló durante 18 meses, sufrió 6 infartos de corazón en los último años. Bowie sabía que se moría.
Sus familiares también lo sabían. Y no se movieron de su lado. En su lecho de muerte estuvieron su mujer Imán, con la que se casó en 1992. También la hija que tuvieron en común, Alexandra, y Duncan Jones, el hijo que tuvo con su primera esposa, Angela Barnett. Ellos 3 serán los beneficiarios de una herencia millonaria que asciende a 135 millones de libras (180 millones de euros). Cincuenta años de duro trabajo, de muchos éxitos y también fracasos, escritos en números redondos.
A lo largo de su carrera Bowie escribió más de 700 canciones, sacó 25 discos y vendió más de 140 millones de álbumes. Su familia seguramente se beneficiará también de las ventas en iTunes y en tiendas después del fallecimiento del cantante. En Japón ayer todos sus discos ya estaban agotados.
Además, el cantante supo mover muy bien toda su fortuna y no solo aprendió a renovarse artísticamente, también a nivel financiero. Se recuperó de una bancarrota en 1974 y desde entonces bregó con inteligencia los vaivenes económicos. Fue el primer artista en cotizar en la bolsa (vendió bonos anuales con su nombre, los 'Bowie Bonds' con los que ganó 55 millones de dólares) y fue también de los primeros artistas en cubrirse las espaldas y blindar sus derechos de autor, con lo que consiguió asegurar el futuro económico de su familia.
Su fortuna también se refleja en sus inversiones inmobiliarias: deja a su familia el fabuloso ático de Manhattan en el que vivía, una villa en una isla del mar Caribe y casas en Nueva York, Los Ángeles, Suiza y Australia, lo que demuestra que Bowie era tan genio encima como fuera del escenario.