Esta misma mañana, Kiko Rivera tenía cita en uno de los centros de salud de Castilleja de la Cuesta, en Sevilla. Salía de su casa en dirección al ambulatorio con el rostro cubierto por un casco para no mostrar sus emociones y aislarse de las cámaras de los fotógrafos, que hacen guardia en la puerta de su casa desde que la pasada semana confesó estar atravesando una depresión.
Tras estar recluido en la casa de su madre tiene en El Rocío donde ha estado con la artista, su mujer y su hermana, ha regresado a su domicilio. Toca seguir con esas pruebas médicas a las que, tal y como avanzó, se estaba sometiendo, para poder tener un justificante médico que entregar a aquellas empresas con las que había firmado sus próximos bolos.
Kiko, de nuevo protegido por el casco, aparecía horas más tarde tras las puertas del ambulatorio. No iba solo, puesto que le acompañaba Irene Rosales que está siendo un apoyo vital para él en estos momentos de incertidumbre, en los que las especulaciones acerca de su estado de salud y los posibles motivos que lo han conducido a él se suceden.
De momento, el enfermo guarda silencio.