El Jueves Santo amanecíamos con la noticia de la separación de una de las parejas más estables del panorama rosa. Mar Flores y Javier Merino llevaban juntos desde hacía 18 años, pero como muchas veces ocurre, las relaciones se deterioran, y la de ellos así lo ha hecho. El empresario no quiere oír hablar de terceras personas implicadas en esta decisión, y pone la mano en el fuego no solo por él, sino también por la exmodelo.
Merino ha charlado con Paloma Barrientos para Vanitatis, y le ha descubierto que si tomaron la decisión de anunciar el divorcio en plenas vacaciones de Semana Santa fue para proteger a sus hijos. El exmatrimonio, creyó que lo mejor era hacerlo cuando estos no fueran a clase, para que el aluvión mediático fuera menor y no tuvieran que escuchar comentarios que les pudieran resultar hirientes. “El mayor tiene ya 12 años”, decía aludiendo a que estos ya no son niños que viven en su mundo, sino que ahora son adolescentes de lo más permeables a críticas, por lo que lo mejor era ahorrarles este mal trago. Igual que les quieren ahorrar las discusiones por casi todo. Dice que no es justo para ellos. “En los últimos tiempos la convivencia no ha funcionado. Somos dos personas muy distintas, ni peor ni mejor, y cuando empiezas a no entenderte, a discutir todos los días, es cuando te planteas que hay que tomar una decisión (…) Que se rompa una familia con cuatro niños es doloroso, pero más aún que vean cómo discuten sus padres”.
Javier, quien ha tenido mala suerte en los negocios y ahora empiezan a irle algo mejor las cosas en el terreno laboral, ha tenido que escuchar de todo referente a los motivos de su separación, desde que está saliendo con una compañera de trabajo y que mantiene una doble vida desde hace dos años, como que quien tenía el affaire con otro hombre era Mar, “se dijo que con mexicano y después con un francés”. Nada de ello es cierto, ni lo suyo, ni lo de Mar, por quien pone la mano en el fuego.
Dice que no lo están pasando bien, pero llegado a esta punto de desgaste, lo mejor era romper e intentar que la relación quedera lo mínimo dañada, por el único bien de los cuatro niños que tienen.